Chávez y la izquierda europea

Juanlu González


Últimamente no paran de llegar correos de compañeros de la izquierda alternativa criticando la figura de Chávez con artículos extraídos de distintas webs de páginas de contrainformación. El fenómeno no es nada nuevo, este goteo siempre ha existido, lo que ocurre es que, tras la muerte del presidente, se ha acrecentado enormemente. El tradicional cainismo progresista llega a un punto tal, que la crítica a la izquierda se considera una obligación personal más fuerte incluso que la crítica a regímenes de signo contrario, a pesar incluso que con ella se favorezca al enemigo común, a los mercados, al capital o al imperio y sus aliados. Rara vez llegan correos de la misma procedencia hablando de asesinatos de periodistas o maestros en Honduras, de nuevos falsos positivos o de muertes de sindicalistas en Colombia, de violaciones de derechos humanos de los mapuches en Chile. Por poner un grave ejemplo, estas mismas personas enmudecieron cuando se encontró la mayor fosa común de la historia del continente en Colombia, a pesar de que el tema se mantuvo semioculto en los medios, y lo hicieron también cuando los dos golpes de estado recientes en la región… parece que sólo les molesta Venezuela y Chávez. ¿Por qué?

Es posible que los medios de comunicación tengan que ver bastante con la cuestión. Invariablemente han contribuido a forjar una imagen de Chávez distorsionada, incluso ridícula, ya que siempre se centraron en aquellas situaciones que podrían resultar incluso esperpénticas a los estirados ojos de los europeos. Cuando formuló un discurso histórico en la ONU, aplaudido en masa por la práctica totalidad de la Asamblea, únicamente se reflejó en los medios su episodio del olor a azufre que había dejado Bush el día anterior, nada de las críticas a una anquilosada y antidemocrática estructura surgida tras la II Guerra Mundial para repartirse el poder internacional entre los vencedores ni la manera de superarla. Chávez cantando, rezando, bromeando, arengando o lanzando improperios contra los gringos y los pitiyankees es lo que, invariablemente, nos han contado los medios. Lo han ridiculizado, demonizado, lo han tachado de dictador, de payaso, de analfabeto… día tras día, año tras año durante los últimos lustros. Defender a Chávez y al bolivariaismo en Europa en esa tesitura podía resultar una tarea complicada, tal ha sido la ola manipuladora de los mass media de todo signo y condición.
Oír hablar, por ejemplo, de las misiones venezolanas en televisión o radio en el estado español ha sido y es algo imposible, salvo por la irrupción relativamente reciente de nuevos medios antiimperialistas como Telesur, RT o HispanTV, de muy baja penetración en comparación con los más tradicionales. Hablar de asamblearismo, de democracia directa o de la puesta en marcha a gran escala de experiencias de democracia participativa era ya cosa de ciencia ficción. Sin una labor documental importante, con el esfuerzo personal que ello supone, sin el uso de fuentes directas o del conocimiento in situ de la realidad venezolana antes y después de la implementación del chavismo, lo más fácil era dejarse arrastrar por el mainstream mediático, aún conociendo sus obediencias. Eso sí, añadiendo una pizca de sentido crítico para no caer en manipulaciones absurdas, dejando limpias las conciencias individuales, pero sin entrar tampoco en el fondo de la cuestión. Al fin y al cabo, si tanto consenso existe a derecha e izquierda con la figura de un líder, tampoco se es quién para cuestionarlo todo… —deberían pensar.
Chávez siempre ha sido una figura mediática, por su propia e inherente forma de ser, pero también porque los medios de comunicación lo convirtieron en eso. Quizá por ello ha recibido más críticas desde la izquierda que el narcopresidente Uribe, al que le propinaban incluso honores públicos en nuestras tierras a pesar de ser un reputado asesino de masas y sistemático violador de los derechos humanos de su pueblo. Parte de la izquierda ha sentido incluso vergüenza de que al comandante Hugo Chávez Frías se lo incluyera dentro de esa filiación política, de ahí la animadversión hacia su figura y su ensañamiento con ella… a pesar incluso de las conquistas sociales que nadie puede ocultar por abrumadoras. Es puesto así a la altura de Fidel Castro, a quien de manera mucho más unánime se le considera un dictador aún a pesar de la reciente puesta en evidencia del artificio que sostenía a las democracias occidentales, auténticas tiranías hoy y siempre en manos de los mercados con políticos títeres que gobiernan a espaldas de sus pueblos, aunque aún con ciertas libertades formales y un estado de bienestar que nos hace creer en nuestra supuesta superioridad moral.
Es muy fácil desde un eurocentrismo militante la crítica superficial a países como Venezuela. Muchos no soportan que Chávez fuera militar. Aquí los militares siempre se han asociado a dictadores y ver a un presidente vestido de miliko da como un poco de grima. Sea por la figura de Franco o por el estereotipo de república bananera, no viste bien, no parece democrático. La falta de empatía con realidades sociales muy diferentes a la nuestra está en el origen de esta desafección. La izquierda europea siempre ha sido pacifista y antimilitarista. No queda bien apoyar a un militar que, además, presume de ello. Sin embargo, cualquier cambio social profundo que se produzca en Latinoamérica se tendrá que ejecutar con el apoyo de los militares o, sencillamente, no triunfará. Parte de la influencia norteamericana se ha hecho efectiva en el continente gracias al control que han ejercido sobre el estamento militar en el que aún está muy arraigada es connivencia, ya que muchos cuadros son pupilos de la Escuela de las Américas. La revolución bolivariana sin apoyo militar habría acabado como en Honduras, en asonada. Claro que a muchos de nosotros nos gustan mucho más los levantamientos populares masivos, de abajo a arriba, que acaban en revoluciones y colectivizaciones de tipo anarquista, pero a ver quién es capaz de proporcionarnos un ejemplo vivo de ello para guiarnos en nuestro quehacer diario o puede indicar dónde es plausible que algo así suceda. Machacar una levantamiento popular porque en él participe el ejército cuando ni si quiera se hace lo propio con países de la región con democracias formales que apenas respetan los derechos humanos e incluso con regímenes totalitarios con graves carencias democráticas es alinearse, directa o indirectamente, con el vecino del norte, con el gran satán regional, con Estados Unidos.
Muchas veces se critica también el extractivismo de la economía venezolana. Negar la dependencia del petróleo en el país con más reservas de oro negro del mundo es simplemente imposible y pretender lo contrario es una boutade. No obstante, lo verdaderamente relevante es seguirle la pista a los ingresos del petróleo y compararlo con épocas anteriores. Antes de la llegada de Chávez los réditos del petróleo volaban directamente a Estados Unidos en maletines en manos de la oligarquía caraqueña. A pocas personas de izquierda podría molestar que ahora se destinen a sanidad, educación o vivienda para los más pobres, los que nunca han sido tenidos en cuenta en el país. Pero también el socialismo del siglo XXI ha servido para el fomento del cooperativismo a gran escala, para el reparto de tierras y para avanzar claramente en el camino a la soberanía alimentaria, uno de los talones de Aquiles de la República Bolivariana. ¿Cómo quejarnos de que nacionalicen empresas estratégicas con dinero del petróleo si es lo que aquí pedimos en todas las manifestaciones contra a crisis? ¿Cómo criticar que se monte una banca pública o que se libere un país de las imposiciones del FMI si es con lo que se nos llena la boca a diario desde nuestros púlpitos revolucionarios?
Seamos consecuentes, fijemos nuestras prioridades y nuestras dianas. Las revoluciones bolivarianas son relativamente jóvenes, aún queda mucho por hacer, muchos vicios del pasado que superar, pero el camino iniciado es muy ilusionante. Chávez es lo mejor que le ha pasado a Latinoamérica en los últimos años de su convulsa historia y así será recordado en el futuro, sobre todo por la gente del pueblo, por los más humildes. Su vida y su obra representa la esperanza en un futuro mejor para todos y todas, especialmente para aquellos que han estado situados deliberadamente fuera de la historia de sus países. En este sentido se ha convertido en un héroe, en un mito, en un referente para muchas personas, en una figura del culto. Probablemente en la vieja y anquilosada Europa ni podamos comprender en su totalidad la profundidad del fenómeno, pero esos millones de personas humildes que lloran la muerte de su presidente o de su líder merecen un respeto o una consideración, tanto emocional, como puramente intelectual.
Ya sé que aquí prácticamente nadie llorará por la muerte de ninguno de nuestros líderes, que en cualquier caso mucha más gente se alegrará de que, por ejemplo, un líder europeo desaparezca físicamente. Tal es el desencuentro acumulado con nuestra clase política. Pero quizá por ello deberíamos mirar con otros ojos lo que sucede en Latinoamérica. Basta confrontar la pasión con la que la gente allá se suma a un proyecto colectivo joven e ilusionante con la frialdad con la que el pueblo soporta a duras penas a sus políticos sin proyecto, para sentir malsana envidia de no ser partícipe de algo así en nuestros propios países. Hacen falta muchos Chávez en nuestra decrépita Europa.