La sombría historia de Elliott Abrams en Latinoamérica y la lucha por la justicia

Cyril Mychalejko*
Znet

Nota publicada el 25 de febrero de 2012

A raíz de la muerte del genocida, nos pareció oportuno volver a publicar esta nota que hace al conocimiento del gobierno de los Estados Unidos de los crímenes de la dictadura.

Elliott Abrams, exfuncionario de alto nivel del Departamento de Estado durante los años ochenta, testificó la semana pasada que el gobierno de Reagan sabía que la junta militar Argentina robaba sistemáticamente bebés de activistas por la democracia asesinadas y encarceladas y los entregaba a familias derechistas amigas del régimen.


En una reunión con el embajador de la Junta en Washington el 3 de diciembre de 1981, Abrams sugirió que la dictadura podría “mejorar su imagen” si creaba un proceso con la Iglesia Católica para devolver los niños, algunos de los cuales habían nacido en cámaras de tortura secretas, a sus legítimas familias. El contenido de esa reunión fue registrado en un memorando escrito por Abrams, desclasificado por el Departamento de Estado en 2002 y que ahora constituye una pieza crucial de evidencia contra exfuncionarios de la junta en este juicio de alto perfil.



“Aunque las desaparecidas han muerto, esos niños estaban vivos y en cierto sentido este es un gravísimo problema humanitario”, leyó Abrams de su cable a través de un testimonio por videoconferencia a un tribunal federal en Buenos Aires. Pero eso no impidió que el Departamento de Estado de la época otorgara su certificación a Argentina en la que indica que el historial de derechos humanos del país estaba mejorando.


Alan Iud, abogado representante de las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes afirman que hasta 500 niños fueron robados, dijo que el testimonio de Abrams “excedió nuestras expectativas”. Sin embargo, la relación de Abrams y del gobierno de Reagan no fue afectada, algo que se ha perdido en esta historia, aunque no el proceso. De hecho, en 1978, incluso antes de ser elegido presidente, Ronald Reagan escribió un artículo en The Miami News atacando las críticas al historial de abusos de los derechos humanos en Argentina. Reagan argumentó que la junta militar “se dispuso a restaurar el orden” y que se estaba exagerando con respecto al encarcelamiento de “unos pocos inocentes”. Sin embargo, las organizaciones de derechos humanos calculan que decenas de miles de personas fueron torturadas, asesinadas y desaparecidas durante la “guerra sucia” en Argentina. Uno de los primeros actos de Reagan como presidente fue revocar las restricciones de la ayuda militar impuestas por Carter como resultado de los horrendos antecedentes de derechos humanos del régimen. El gobierno incluso recibió a generales argentinos “en una elegante cena de Estado”. Además, Reagan pagó para que miembros de los tristemente célebres escuadrones de la muerte de Argentina viajaran a Honduras para entrenar a los contras nicaragüenses, así como a paramilitares hondureños, como el infame escuadrón de la muerte Batallón 3-16 como reveló el Baltimore Sun en una denuncia de 1995.


Por lo pronto, Argentina no es el único país latinoamericano que enfrenta su pasado sangriento, y Abrams también jugó un papel en esas atrocidades estatales.


En Guatemala, Efraín Ríos Montt está siendo procesado por genocidio y crímenes contra la humanidad. Ríos Montt, un general evangélico que gobernó Guatemala en 1982-83 después de tomar el poder mediante un golpe militar, fue un cercano aliado de Washington entrenado en la infame “Escuela de las Américas”. Está acusado de ser responsable de “1.771 muertes, 1.400 violaciones de los derechos humanos y del desplazamiento de 29.000 indígenas guatemaltecos”.


Reagan, con la ayuda de Abrams, no solo encubrió, sino que además ayudó e instigó los crímenes de guerra y el genocidio en Guatemala. Por ejemplo, el presidente Reagan viajó a Guatemala en diciembre de 1982, para declarar que Ríos Montt era “falsamente acusado”, mientras elogiaba los “esfuerzos progresistas” del dictador y su dedicación a la democracia y a la justicia social. Solo unos días después de la visita presidencial de Reagan los militares guatemaltecos masacraron a 251 hombres, mujeres y niños en Las Dos Erres.


En otro caso reciente, el presidente salvadoreño Mauricio Funes pidió disculpas y perdón por la masacre de El Mozote en 1981, en la cual el batallón Atlacatl, un notorio escuadrón de la muerte entrenado en EE.UU. mató a 1.000 personas. Como en Guatemala y en Argentina, Reagan, con la ayuda de Abrams, armó y encubrió simultáneamente los abusos de los derechos humanos en El Salvador. El país sufrió 12 años de guerra civil que causó la muerte de unas 70.000 personas, y se cree que el gobierno y los paramilitares respaldados por Reagan fueron responsables de más de un 70% de las muertes. En 1993, cuando el Congreso planificó una investigación del papel del gobierno de Reagan en los abusos de los derechos humanos en El Salvador, Abrams indignado la calificó de “una reprensible acusación McCarthista”, y también dijo que “El historial del gobierno en El Salvador es un logro fabuloso”.


Por desgracia, mientras Latinoamérica trata de reconciliarse con su repugnante pasado a fin de forjar un futuro más justo y humano, EE.UU. sigue adelante ciegamente sin mirar atrás. Los medios estadounidenses pierden una excelente oportunidad de utilizar la carrera de Abrams como vehículo para examinar y reflexionar sobre la sangrienta y bárbara historia de EE.UU. en el hemisferio. Incluso se podría argumentar que debería haber una Comisión de la Verdad en EE.UU. Pero gracias a su intencional ignorancia e impunidad institucionalizada, diplomáticos como Abrams, a quien el Philadelphia Inquirer en un raro momento de claridad editorial describió en 2001 cómo “engañoso e intrigante mimador de tiranos latinoamericanos” y un “irredento traficante de mentiras”, puede seguir apareciendo en Washington como exmiembro del consejo nacional de seguridad del presidente George W. Bush y como asesor informal del presidente Barack Obama.


En 2009, el presidente Obama dijo en respuesta a una pregunta sobre si pediría disculpas por el papel de la CIA en el golpe de 1973 en Chile: “Estoy interesado en seguir adelante, no en mirar hacia atrás. Pienso que EE.UU. ha sido una enorme fuerza para el bien en el mundo”.


Si la historia no debe repetirse, el presidente y los ciudadanos de EE.UU. tienen que volver a pensar y comenzar a estudiar la historia para que la justicia pueda seguir adelante.

*Cyril Mychalejko es editor de www.UpsideDownWorld.org