Dossier. Señales, tendencias y preguntas para entender qué cruje en el gigante de al lado

La revuelta de los veinte centavos
Raúl Zibechi
La Jornada

El aumento en el precio del transporte fue la brecha por la que se coló el profundo descontento que vive la sociedad brasileña. En apenas dos semanas las movilizaciones se multiplicaron: de 5 mil los primeros días a más de un millón en cien ciudades. La desigualdad, la falta de participación y la represión son los grandes temas.
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Un policía militar reprime con gas pimienta a una mujer, durante la manifestación en la que participaron miles de personas en Río de Janeiro, que protestan ya no sólo por el alza en el transporte público sino por las carencias en materia de educación y salud Foto Ap

Lo sucedido en el estadio
 Mané Garrincha de Brasilia saltó a las calles, amplificado, el lunes 17, cuando más de 200 mil personas se manifestaron en nueve ciudades, en particular jóvenes afectados por la carestía y la desigualdad, que se plasma en los elevados precios de servicios de baja calidad, mientras las grandes constructoras amasan fortunas en obras para los megaeventos a cargo del presupuesto estatal.os abucheos y rechiflas dieron la vuelta al mundo. Dilma Rousseff no se inmutó, pero sus facciones denotaban incomodidad. Joseph Blatter sintió la reprobación como algo personal y se despachó con una crítica a la afición brasileña por su falta de fair play. Que la presidenta de Brasil y el mandamás de la FIFA, una de las instituciones más corruptas del mundo, fueran desairados por decenas de miles de aficionados de clase media y media alta, porque los sectores populares ya no pueden acceder a estos espectáculos, refleja el hondo malestar que atraviesa a la sociedad brasileña.
Todo comenzó con algo muy pequeño, como sucede en las grandes revueltas del siglo XXI. Un modesto aumento del transporte urbano de apenas 20 centavos (de 3 a 3.20 reales, dos pesos uruguayos). Primero fueron pequeñas manifestaciones de militantes del Movimiento Pase Libre (MPL) y de los comités contra las obras del Mundial de 2014. La brutalidad policial hizo el resto, ya que consiguió amplificar la protesta convirtiéndola en la mayor oleada de movilizaciones desde el impeachmentcontra Fernando Collor de Melo, en 1992.
El viernes 7 de junio se realizó la primera manifestación en São Paulo contra el aumento del pasaje con poco más de mil manifestantes. El martes 11 fueron otros tantos, pero se quemaron dos autobuses. Las dos principales autoridades, el gobernador socialdemócrata Geraldo Alckmin, y el alcalde petista Fernando Haddad, se encontraban en París promoviendo un nuevo megaevento para la ciudad y tacharon a los manifestantes de vándalos.
El miércoles 12 una nueva manifestación se saldó con 80 autobuses atacados y ocho policías heridos. El jueves 13 los ánimos estaban caldeados: la policía reprimió brutalmente a los 5 mil manifestantes provocando más de 80 heridos, entre ellos varios periodistas de Folha de São Paulo. Un tsunami de indignación barrió el país que se tradujo, pocas horas después, en los abucheos contra Dilma y Blatter. Hasta los medios más conservadores debieron reflejar la brutalidad policial. La protesta contra el aumento del boleto convergió sin proponérselo con la protesta contra las millonarias obras de la Copa de las Confederaciones. Lo que parecían manifestaciones pequeñas, casi testimoniales, se convirtieron en una ola de insatisfacción que abarca todo el país.
Síntoma de la gravedad de los hechos es que el lunes 17, cuando se produjo la quinta movilización con más de 200 mil personas en una decena de capitales, los políticos más importantes del país, los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inacio Lula da Silva condenaron la represión. Descalificarlos como vándalos es un grave error. Decir que son violentos no resuelve nada. Justificar la represión es inútil, escribió Cardoso quien atribuyó las protestas al desencanto de la juventud frente al futuro.
Lula tuiteó algo similar: La democracia no es un pacto de silencio, sino una sociedad en movimiento en busca de nuevas conquistas. La única certeza es que el movimiento social y las reivindicaciones no son cosa de la policía, sino de mesas de negociación. Tengo la certeza de que entre los manifestantes la mayoría están dispuestos a ayudar a construir una solución para el transporte urbano. Además de desconcertar a las élites, los manifestantes consiguieron que se suspendieran los aumentos.
La sensación de injusticia
El transporte público en ciudades como São Paulo y Rio de Janeiro es uno de los más caros del mundo y su calidad es pésima. Un relevamiento del diario Folha de São Paulo analiza los precios del transporte público en las dos mayores ciudades del país respecto del tiempo de trabajo necesario para pagar un pasaje, en relación con el salario medio en cada ciudad. El resultado es catastrófico para los brasileños.
Mientras un habitante de Rio necesita trabajar 13 minutos para pagar un pasaje y un paulista 14 minutos, en Buenos Aires sólo se tiene que trabajar un minuto y medio, 10 veces menos. Pero la lista incluye las principales ciudades del mundo: en Pekín el pasaje equivale a 3 minutos y medio de trabajo; en París, Nueva y Madrid, seis minutos; en Tokio, nueve minutos, lo mismo que en Santiago de Chile. En Londres, una de las ciudades más caras del mundo, cada pasaje demanda 11 minutos de trabajo ( Folha de São Paulo, 17 de junio de 2013).
El periódico cita al ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, para ejemplificar lo que debería ser la democratización urbana: La ciudad avanzada no es aquella en la que los pobres andan en auto, sino aquella en la que los ricos usan el transporte público. En Brasil, concluye el diario, está sucediendo lo contrario.
En los últimos ocho años el transporte urbano en São Paulo se ha deteriorado según revela un informe de O Estado de São Paulo. La concesión vigente fue asignada durante la gestión de Marta Suplicy (PT) en 2004. El sistema de transporte colectivo creció de mil 600 a 2 mil 900 millones de pasajeros entre 2004 y 2012. Sin embargo, los autobuses en circulación descendieron de 14 mil 100 unidades a 13 mil 900. La conclusión es casi obvia: Más gente está siendo transportada pagando un precio más caro en menos omnibus que hacen menos viajes ( O Estado de São Paulo, 15 de junio de 2013). En cada unidad viaja 80 por ciento más de pasajeros.
Según la Secretaría Municipal de Trasportes de la ciudad, la mejora en la situación económica ha provocado un aumento de la cantidad de pasajeros pero, a su vez, los autobuses hacen menos viajes por el congestionamiento del tránsito, lo que inevitablemente recae sobre los usuarios que sufren por la ineficiencia del sistema, con el aumento en el tiempo de los viajes. Los costos también se han disparado por la ineficiencia que supone un mal aprovechamiento de la infraestructura.
Si a esto se suma el despilfarro que suponen las inversiones millonarias en las obras del Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, con su secuela de traslados forzados de pobladores, puede comprenderse mejor el malestar reinante. Los seis estadios que se inauguraron en la Copa de las Confederaciones insumieron casi 2 mil millones de dólares. La remodelación de Maracaná superó 500 millones y otro tanto el ManéGarrincha, una obra monumental con 288 columnas que le confieren un aspecto decoliseo romano moderno, según el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke. Todo ese dinero público para recibir un partido durante la Copa y siete en el Mundial.
Son recintos de lujo construidos por media decena de grandes constructoras, algunas de las cuales se adjudicaron también la administración de estas arenas donde se realizarán espectáculos a los que muy pocos tendrán acceso. El costo final de todas las obras suele duplicar los presupuestos iniciales. Aún faltan seis estadios que están en obras, la remodelación de aeropuertos, autopistas y hoteles. El BNDES acaba de conceder un préstamo de 200 millones de dólares para la finalización del Itaquerão, el nuevo estadio del Corinthians, donde se jugará el primer partido del Mundial 2014.
Cansados de pan y circo
La Articulación Nacional de los Comités Populares de la Copa difundió un informe en el que señala que en las 12 ciudades que albergarán partidos del Mundial hay 250 mil personas en riesgo de ser desalojadas, sumando las amenazadas por realojos y las que viven en áreas disputadas para obras (BBC Brasil, 15 de junio de 2013). Hubo casos en que una vivienda fue demolida con un aviso previo de sólo 48 horas. Muchas familias realojadas se quejan de que fueron trasladadas a lugares muy distantes con indemnizaciones insuficientes para adquirir nuevas viviendas, de menos de cinco mil dólares en promedio.
Para completar este panorama, sólo para la Copa de las Confederaciones se dispuso un operativo militar que supuso la movilización de 23 mil elementos de las tres armas que incluye un centro de comando, control e inteligencia. El dispositivo moviliza 60 aviones y 500 vehículos. La disputa del Mundial 2014 ha obligado a Brasil a construir 12 estadios, 21 nuevas terminales aeroportuarias, siete pistas de aterrizaje y cinco terminales portuarias. El costo total para el Estado de todas las obras será de 15 mil millones de dólares.
Ante semejante despliegue de gastos para construir recintos de lujo resguardados con máxima seguridad, el Consejo Nacional de Iglesias Cristianas (CONIC) divulgó un comunicado en el que condena la brutalidad policial asegurando que lo sucedido el 13 de junio en São Paulo nos remite a tiempos sombríos de la historia de nuestro país (www.conic.org.br). El texto de las iglesias denuncia la falta de apertura al diálogo y asegura que la cultura autoritaria sigue siendo una característica del Estado brasileño.
Le recuerda al gobierno que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU acaba de hacer varias recomendaciones, entre ellas poner fin a la policía militar. La CONIC cree que la represión policial contra las manifestaciones es la misma de los exterminios de jóvenes que suceden cotidianamente en las periferias de las ciudades. Finaliza diciendo que los grandes eventos que sólo traerán más ganancias al mercado financiero y a los mega conglomerados empresarialesNo queremos sólo circo. Queremos también pan, fruto de la justicia social.
Si este es el estado de ánimo de las iglesias, puede imaginarse cómo se sienten los millones de jóvenes que invierten dos horas en ir a trabajar, tres en retornar a sus casas en ómnibus estúpidos y caros y enfrentan 200 kilómetros de congestionamiento, como describe el escritor Marcelo Rubens Paiva ( O Estado de São Paulo, 16 de junio de 2013). Todos los paulistas saben que los ricos viajan en helicóptero. Brasil posee una de las mayores flotas de aviación ejecutiva del mundo. Desde que gobierna el PT la flota de helicópteros creció 58.6 por ciento, según la Asociación Brasileña de Aviación General (ABAG).
São Paulo tiene 272 helipuertos y más de 650 helicópteros ejecutivos que realizan alrededor de 400 vuelos diarios. Muchos más que ciudades como Tokio y Nueva York. Actualmente la capital paulista es la única ciudad del mundo que posee un control de tráfico aéreo exclusivo para helicópteros, dice la ABAG. Por eso fluye a indignación y por lo mismo tantos festejaron el retorno de la protesta, para lo que tuvieron que esperar nada menos que dos décadas.
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¿Alguien entiende qué pasa en Brasil?
Martín Granovsky
Pagina12

Con Lula y Dilma, el equivalente a una Argentina entera salió de la pobreza. ¿Por qué Brasil asistió en los últimos días a protestas de un tamaño inédito? ¿El blanco es la injusticia o la corrupción? ¿Cuál es la razón por la que la Copa del Mundo irrita a un país futbolero?

Las protestas populares de Brasil, como en cualquier otro sitio del mundo, cumplen con una característica: fueron imprevistas. Y con otra más: son imprevisibles. Por eso es útil acercarse a la realidad con modestia y en busca de pistas sabiendo que nadie, antes, la tenía clara.
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Velocidades. Las primeras manifestaciones del Movimiento Pase Libre pedían una política popular de transporte público. Rui Falcao es el presidente nacional del Partido de los Trabajadores, que encabeza la coalición de gobierno desde el 1 de enero de 2003. En medio de la crisis concedió un reportaje al semanario Carta Capital. Al analizar el transporte público en las grandes ciudades, sobre todo en San Pablo, dijo que en los últimos ocho años aumentó la cantidad de autos. Explicó que la última intendenta surgida del PT, Marta Suplicy, dejó una velocidad media de transporte colectivo de 20 kilómetros por hora. “Hoy es de 12”, contó. Y dijo que la apuesta del intendente del PT Fernando Haddad es invertir en el subte y en la ampliación de líneas, de vías y de nuevos corredores. Haddad asumió hace seis meses y en las protestas que comenzaron la semana pasada fue, como funcionario, uno de los blancos preferidos.
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Precios e ingresos. La distribución del ingreso figura en la agenda de las nuevas discusiones. En el blog Carta Maior, el economista Víctor Leonardo de Araujo estudió las tarifas de transporte. Sacó la conclusión de que entre 2000 y 2013 en San Pablo el índice de precios al consumidor subió un 133 por ciento, mientras el aumento del transporte llegó al 197 por ciento. En cuanto a los pasajes, los gobiernos subsidiaron a las empresas y recortaron gastos de otras partidas. Como los salarios de los empleados del sector no fueron los más favorecidos de la economía, de ese modo parece claro que buena parte de la renta fue apropiada por las firmas de transporte. Tema para discutir: ¿la protesta actual es contra la corrupción, contra la injusticia o contra los dos fenómenos en doblete? ¿Hay, o puede haber, un punto de vista emanado del conocimiento o es un estereotipo con raíces verdaderas pero impreciso y, por lo tanto, difuso y políticamente peligroso incluso para los funcionarios y sectores no corruptos de la política?
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Reivindicaciones. En su blog Contrapuntos, que escribe para la edición digital de El País [Nota al píe], el argentino Pablo Gentili dijo que “las multitudinarias manifestaciones no reclamaron sólo por un indebido aumento de 20 centavos en el transporte público”, sino que “expresaron su crítica vehemente a las pésimas condiciones de movilidad en una ciudad como San Pablo, donde la gente pobre gasta en promedio 3 horas por día para ir y venir de sus empleos, y lo hace, además, apretujada, maltratada, humillada”. Se trata de “un transporte caro y malo, donde el gigantesco lucro empresarial convive con la tolerancia de gobiernos indiferentes y corruptos”. Gentili, secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y desde hace 20 años residente en Río de Janeiro, dice que podría afirmarse, con razón, que “eso pasa y ha pasado siempre”. Y se contesta: “Sí, pero no podía seguir pasando en una ciudad en la que la izquierda había recuperado el gobierno seis meses atrás”. Gentili dice que las movilizaciones fueron “inesperadas”, incluso para el gobierno de Dilma. Constata la contradicción con la que deberá lidiar el gobierno: “Un descontento que se produce tras una década de conquistas democráticas profundas, caracterizadas por una significativa ampliación de los derechos y las oportunidades sociales, especialmente promovidos entre los sectores más pobres”. Es decir: en simultáneo el avance y la protesta. El ascenso social que llevó a millones no sólo empleo sino mayor consumo, y en algunos casos electricidad y agua por primera vez en la vida, unido a la supervivencia de prácticas o visiones elitistas que vienen de una tradición esclavócrata. Gentili señala entre los temas de protesta los reclamos contra la represión de la policía. Enumera las reivindicaciones: “Por mejores condiciones de vida, de educación, más y mejores hospitales, transporte público digno (y gratuito), contra la corrupción, contra la violencia (particularmente, contra la violencia policial), por el respeto a la diversidad sexual, contra el uso ostentoso de recursos públicos en una Copa del Mundo cuyos beneficios no parecen demasiado visibles para el conjunto de la población”.
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Sin telenovela. Brasil tiene una gran cadena de televisión de alcance nacional, Rede Globo. A la noche, temprano, medio país se para. Es la hora de la telenovela. Cualquiera sabe que no debe interferir con ella. Los noticieros vienen después. En campaña, los políticos programan actos y horarios de aparición televisiva antes o luego de la novela. Nunca durante. Saben que nadie les prestaría atención. Al principio de las manifestaciones, cuando no estaba clara su masividad, Globo se concentró en la violencia. Luego, los vándalos pasaron a ser ciudadanos. Y el miércoles 20, según contó el estudioso Laurindo Leal Filho en Carta Maior, produjo un hecho histórico: reemplazó la novela por la transmisión en vivo de las movilizaciones. Laurindo interpreta que después de una primera etapa de dirección por parte del Movimiento Pase Libre, Globo pasó a conducir las manifestaciones. Autor de “La TV bajó control”, el estudioso escribió: “Fustigado en las calles y en los carteles, el gobierno para responder tiene que valerse de la misma televisión que lo ataca. Como otros gobiernos, pensó que eso sería posible y por eso no constituyó canales alternativos de radio y TV capaces de equilibrar la disputa informativa”. Laurindo señaló que Cristina Fernández de Kirchner tomó una actitud diferente. Recordó que si el proyecto de regulación de los medios electrónicos formulado al final del gobierno de Lula hubiera sido enviado al Congreso y aprobado, “otras voces estarían en el aire”. El PT, como partido, sigue pidiendo formalmente un régimen regulatorio de los medios audiovisuales. El gobierno, que no es sólo del PT sino una coalición con aliados, entre otros, con los líderes estaduales del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, declinó hacerlo. En privado los funcionarios daban dos tipos de motivos. El primero, de imposibilidad: la regulación no sería sólo nacional, sino que afectaría intereses de los aliados en cada Estado. El segundo, de conveniencia: la guerra por la regulación tendría un resultado políticamente incierto, cuando, decían, el PT y sus aliados venían venciendo desde las elecciones de 2002 con los grandes medios audiovisuales y gráficos en contra de manera sistemática y tenaz. La política de regulación de medios no es, ni de lejos, la única limitación que impone la política de alianzas con las estructuras estaduales realmente existentes. Y tampoco en este caso la opción podría plantearse en blanco o negro. Sin esas alianzas el PT, que es sólo el segundo bloque entre los 513 diputados, tal vez podría ganar elecciones pero no gobernar. Y las alianzas no sólo aportan votos y gobernabilidad sino obstáculos y, a menudo, nichos de corrupción.
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Gasto público. Andrés Singer fue vocero de Lula. Escribió una columna en el diario Folha de Sao Paulo en la que plantea la legitimidad de las demandas de mejor salud, educación y seguridad. En todo caso, para él la discusión es el cómo, porque los sectores conservadores quieren resolver con ajuste y corte de gastos y empleados estatales. “Le cabrá a la izquierda, que tuvo el mérito de comenzar la lucha, tener el coraje de mostrar la cara y proponer un programa que, sin dejar de ser republicano, apueste a la ampliación del gasto público para construir el bienestar que las masas exigen.”
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Escalas. Brasil carece de una sospecha pertinaz sobre las obras públicas. Al contrario. El desarrollismo es una buena palabra para todos. Hasta la dictadura fue desarrollista, y muchos viejos nacionaldesarrollistas como el economista Delfim Netto apoyaron a los gobiernos de Lula y Dilma. El industrialismo versus la financierización. Las grandes obras contra el mero negocio de los bancos. La épica de las represas, las carreteras, ahora de los estadios. Pero, ¿no cruje esa épica en algún punto? Desde fines de mayo el canal History pone en el aire la serie de documentales “Hombres que construyeron América”. Se trata, claro, de los que construyeron los Estados Unidos. Y, más precisamente, de los grandes industriales que en las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX se dedicaron a los ferrocarriles, el petróleo o el acero. John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, Cornelius Vanderbilt, Henry Ford, J. P. Morgan. Lo hicieron con fuerza y sin reparar en nada. Querían construir una fortuna, un nombre, una política o todo eso junto en medio de la construcción de una potencia mundial. Procuraban asegurarse un modelo de cartelización que venciese al poder emanado de la presidencia, si un presidente no les resultaba propio, y también a cualquier desafío de justicia social. El Brasil del crecimiento después de años de estancamiento neoliberal fue, a la vez, el país de las empresas de tamaño global y los negocios de escala planetaria. El de Vale y Odebrecht. El de los estatales Banco Nacional de Desarrollo y Petrobras. ¿Las manifestaciones pusieron en duda la escala? ¿O dieron cuenta de la distancia que va de la escala global de Brasil a las tantas injusticias que aún persisten en la vida cotidiana? A su vez, no todo es lo mismo. Por un lado está la transnacionalización de las empresas privadas, que a veces trabajan con el Estado y a veces buscan que el Estado las sirva. Por otro, la realidad surgida de la decisión política tomada por Lula y Dilma de que los nuevos yacimientos marinos descubiertos por Petrobras sean el reaseguro de los planes de salud y educación. Esa diferencia, ¿será suficientemente conocida? La pregunta no sugiere sólo un problema de comunicación sino de política concreta, pública y, en el caso del PT, partidaria. Tras los planes que sacaron a 40 millones de personas de la pobreza, ¿estará encarnándose la visión estratégica de un Brasil más justo en nuevas políticas micro que puedan palparse todos los días?
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Ritmos. Valter Pomar, dirigente nacional del PT y ex secretario de Relaciones Internacionales del partido de gobierno, escribió en la web Página 13 que la agricultura familiar estaba siendo desatendida por el gobierno. Y sobre las manifestaciones señaló: “Esos millones de familias, muchas de las cuales se benefician con las políticas de aumento del salario mínimo, de crecimiento del empleo y de transferencia de ingresos para propiciar educación y salud, también han comenzado a darse cuenta de las disparidades existentes en las inversiones. La rapidez de las inversiones en parques deportivos para atender compromisos como la copa de fútbol y las Olimpíadas es flagrante. Como flagrante es la lentitud de las inversiones en saneamiento básico, en la construcción de viviendas, en la reforma y construcción de ferrocarriles, puertos y aeropuertos, en la mejora de los transportes urbanos, en la instalación de nuevas plantas fabriles que mantengan el ritmo de creación de empleo, y en la reestructuración de la educación y la salud”.
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Romario. El título de la web www.romario.org es “Un campeón al servicio del pueblo”. El campeón mundial con la selección brasileña en 1994 es diputado nacional por Río de Janeiro por el Partido Socialista Brasileño (PSB, aliado del PT) y preside la Comisión de Deportes y Turismo de la Cámara baja. Romario ganó la banca en buena medida por su compromiso y su fama como goleador y en buena medida por su campaña en favor de los discapacitados. Tiene una hija con síndrome de Down. Recordó que presentó un proyecto para que la FIFA fuese obligada a invertir el 10 por ciento de sus ganancias en el fútbol brasileño y en deportes practicados por discapacitados, pero que su idea no tuvo impacto. En los últimos días acuñó una frase de tremenda nitidez: “La FIFA es el verdadero presidente de Brasil”. Dijo que Brasil invirtió 28 mil millones de reales y que la FIFA se quedará con 4 mil millones libres de impuestos sin haber hecho nada.

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Brasil: más democracia, más derechos
 Pablo Gentili


Las recientes movilizaciones que se extendieron por todo Brasil fueron, sin lugar a dudas, inesperadas. Su origen y sus consecuencias escapan a cualquier análisis simplista y precipitado. Nadie, tampoco el gobierno de Dilma Rousseff, imaginaba que se estaba gestando tan alto grado de descontento social y que la manifestaciones callejeras serían el medio identificado por jóvenes y no tan jóvenes para expresarlo. Un descontento que se produce tras una década de conquistas democráticas profundas, caracterizadas por una significativa ampliación de los derechos y las oportunidades sociales, especialmente promovidos entre los sectores más pobres.
Puede parecer paradójico, pero no lo es.
Brasil es un país marcado por la desigualdad. Y, aunque las cosas hayan comenzado a cambiar significativamente, suponer que la gente debería salir a la calle para agradecer una década de progreso, de consolidación de los derechos ciudadanos y de promoción de la justicia social, no pasa de una pretensión cándida y petulante. También lo es la ingenua presunción de que el importante apoyo electoral que ha tenido (y quizás seguirá teniendo) el Partido de los Trabajadores, le brindará una inmunidad eterna a la protesta y a la movilización callejeras.
Cuando los derechos se amplían, la gente quiere más. Se trata de una gran conquista democrática: la consolidación de una cultura política que reconoce que los derechos no son algo que nos regalan o conceden los poderosos, sino algo que nos pertenece y que nadie nos debe negar.
Las multitudinarias manifestaciones no reclamaron sólo un indebido aumento de 20 centavos en el transporte público. Expresaron su crítica vehemente a las pésimas condiciones de movilidad en una ciudad como San Pablo, donde la gente pobre gasta en promedio 3 horas por día para ir y venir de sus empleos, y lo hace, además, apretujada, maltratada, humillada. Un transporte caro y malo, donde el gigantesco lucro empresarial convive con la tolerancia de gobiernos indiferentes y corruptos.
“Pero eso pasa y ha pasado siempre”, podría afirmarse con razón. Sí, pero no podía seguir pasando en una ciudad en la que la izquierda había recuperado el gobierno seis meses atrás.
Las movilizaciones brasileñas son por más democracia, más derechos; por mejores condiciones de vida, de educación, más y mejores hospitales, transporte público digno (y gratuito), contra la corrupción, contra la violencia (particularmente, contra la violencia policial), por el respeto a la diversidad sexual, contra el uso ostensivo de recursos públicos en una Copa del Mundo cuyos beneficios no parecen demasiado visibles para el conjunto de la población. Algunos salen con una bandera, enarbolandos en una única reivindicación. Otros salen con muchas, defendiendo todas. No están organizados bajo los modelos tradicionales de los partidos o de los movimientos sociales. Pero ganan una enorme capilaridad y exhiben una extraordinaria capacidad de respuesta. Están, simplemente, comunicados entre sí, sintonizados, actúan en red; una red , más que nunca, de caráctersocialPiden, reivindican, gritan, exigen lo común, lo público, lo que es mejor para todos. En suma, sabiéndolo o no, hacen política. Y buena política: política democrática.
¿Hacia dónde se dirigen? Difícil es saberlo con precisión. Podemos tratar de entender qué es lo que piden, sin dejar de analizar qué es lo que ha pasado.
“La democracia – ha dicho el ex presidente Lula pocas horas después de la primera gran movilización – no es un pacto de silencio, es la sociedad en busca de nuevas conquistas”. La frase despertó del letargo a muchos militantes y dirigentes de izquierda que no conseguían entender cómo la sociedad estaba en las calles y ellos siquiera se habían enterado del motivo. También, sacudió al gobierno nacional de la hipnosis en la que parecía haberlo sometido el rugido callejero.
Las movilizaciones de los últimos días constituyen un hito en la lucha por un Brasil más inclusivo, más justo y democrático.
La izquierda brasileña le debe a las movilizaciones populares sus mejores victorias. Es tiempo de actuar en consecuencia, reflexionando y escuchando las demandas sociales. Abriendo y multiplicando los espacios de participación y deliberación sobre el sentido y orientación de las políticas públicas. La izquierda ha llegado a gobernar buena parte del país porque promovió, de manera creativa y progresista, estas nuevas modalidades de participación y gestión en la esfera estatal. Reformar el Estado y hacerlo de manera democrática, continúa siendo un desafío que no puede ser postergado por argumentos tecnocráticos o precarios compromisos con la gobernabilidad.

Miles de jóvenes han comenzado a hacer política durante los últimos días. Sus banderas son las que históricamente cargó la izquierda. Sus banderas son las que enarbolaron los que lucharon contra los gobiernos neoliberales y conservadores que gobernaron este país y aún gobiernan algunas de sus principales ciudades y estados. Marchemos a su lado, sin pretender quitarles la palabra ni traducir sus consignas, aprendiendo con ellos a escribir un nuevo futuro, una nueva historia.