Hambre, USA

Max J. Castro
Progreso Semanal

El reaccionario Partido Republicano de hoy no es propenso a las fantasías literarias. Pero su más reciente ataque a los andrajosos restos de la siempre mezquina red de seguridad social de EE.UU. –que incluso después del Nuevo Trato y la Gran Sociedad nunca se pudo comparar a un estado de bienestar al estilo europeo con todas las de la ley– parece arrancado de las páginas de uno de los grandes escritores de la lengua inglesa: Jonathan Swift.

Permítanme dar marcha atrás para preparar la escena. Los republicanos del Congreso, con el firme apoyo financiero de varios sectores de nuestro mercenario sistema médico –entre otros, los gigantes farmacéuticos, los hospitales con fines de lucro, y las compañías de seguros– tuvieron éxito en impedir la verdadera reforma de la atención médica, a saber, un sencillo sistema de pagador único, no solo políticamente imposible, sino prácticamente impensable para políticos “realistas” de ambos partidos.

En consecuencia, la reforma que Obama fue capaz de hacer aprobar en los rescoldos de su victoria de 2008, aunque sin duda un avance a partir del status quo de “ley de la selva” es, de muchas maneras, un compromiso a medias.

No satisfechos con eso, en muchos estados los republicanos han tenido éxito en torpedear la expansión de Medicaid, el único componente de Obamacare destinado a ayudar a la gente atrapada en los muchos huecos negros de nuestro sistema médico, específicamente los casi-pobres. Estos son, en su mayoría, gente trabajadora y familias que ganan demasiado poco como para poder comprar un seguro privado de salud, pero que tienen ingresos por encima del actual y muy bajo umbral para la elegibilidad de Medicaid.

Los últimos objetivos republicanos son dos programas que debieran ser sacrosantos en cualquier sociedad decente, específicamente los sellos para alimentos y el programa Mujeres, Infantes y Niños (WIC). El PR, un partido que se presenta como el partido de los valores familiares y de la moralidad judeocristiana, está batallando muy duro para quitar miles de millones de dólares –según las palabras de Paul Krugman, columnista de The New York Times– de la boca de los bebés.

Los recortes propuestos a los sellos para alimentos ciertamente son crueles, porque incrementarán el ya escandaloso nivel de hambre en una nación que se declara como la más rica del mundo. Pero el recorte propuesto al programa WIC, que ayuda a que madres pobres embarazadas y sus bebés obtengan el adecuado nivel de nutrición necesario para el desarrollo de jóvenes seres humanos saludables y cognitivamente sólidos, parece el tipo de cosas que solo la mordaz ironía de un Jonathan Swift pudiera conjurar.

En 1729, Swift escribió Una modesta propuesta para evitar que los hijos de la gente pobre en Irlanda sean una carga para sus padres y su país, para hacerlos beneficiosos para el público. Su afilada lengua oculta con descaro pero escribiendo con la vena de un ensayista serio, plantea una solución lógica al problema de la indigencia irlandesa. Los pobres de Irlanda, escribió, podrían escapar de su pobreza vendiendo a sus hijos como alimento para los ricos. “Me ha asegurado en Londres un conocido mío, famoso norteamericano, que un niño joven y saludable bien amamantado es, al año de edad, un alimento muy delicioso, nutritivo y sano…·

Incidentalmente, la historia irlandesa brinda una historia con moraleja relacionada con el costo humano que una creencia fanática en el dios Mercado puede costar. En 1845, exactamente 100 años después de la muerte de Jonathan Swift, una funesta plaga comenzó a devastar la papa irlandesa, el alimento básico y principal fuente de ingreso de la amplia mayoría de la población rural sin tierras de Irlanda.

Por aquel tiempo, Irlanda producía muchos otros productos, así como grandes rebaños de ganado, pero todo iba a manos de la elite de terratenientes, la cual exportaba la mayor parte a la metrópolis colonial, Inglaterra. Sin embargo, el tizón de la papa, no hizo a los británicos suspender su adoración al Dios Mercado ni que los terratenientes “tuvieran al menos un ápice de misericordia hacia sus arrendatarios”, los cuales, incapaces de cultivar papas, no tenían alimento ni dinero para comprarlo.

En vez de suministrar ayuda de emergencia, los británicos permitieron que la “tierra invisible” del mercado siguiera su curso. El resultado: un millón de irlandeses murieron de hambre y otro millón emigró, como consecuencia directa de la política británica basada en el mercado.

Aunque un millón de personas no morirán de hambre en Estados Unidos porque no somos una nación ocupada y el país es demasiado rico, y la gente no tiene tan poco corazón como para permitirlo, hay preocupantes paralelos entre la lógica de la política británica durante la Gran Hambruna Irlandesa y la política republicana a partir de la Gran Recesión.

Según un reciente estudio de la Clínica de Derechos Humanos Internacionales en la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York (“Cambio Nutricional: Realizando el Derecho al Alimento en Estados Unidos”), uno de cada seis norteamericanos vive en un hogar que no puede pagar alimentos adecuados. De estas 50 millones de personas que sufren hambre, casi 17 millones son niños. La seguridad alimentaria ha aumentado tremendamente desde la crisis económica de 2008, con 14 millones de personas adicionales clasificadas como alimentariamente inseguras en 2011, en comparación con 2007.

Al igual que la hambruna irlandesa no era el mejor momento para que los británicos se aferraran a su ciega creencia en el laissez-faire, en vez de hacer lo que la decencia humana básica dictaba, no podía haber peor momento para que el PR aplicara la cuchilla a los sellos para alimentos y al WIC. Sin embargo, el intento atestigua hasta dónde el Partido Republicano, al igual que los hacedores de política británicos a mediados del siglo 19, está en deuda con una ideología inhumana.

Entonces, al igual que en cualquier novela de misterio, hay una vuelta de tuerca final. Para sus amos británicos, los irlandeses no eran solo un pueblo conquistado, sino una raza alienígena y quizás inferior, cuya eliminación no sería una gran pérdida para la humanidad. Por su parte, el Partido Republicano políticamente puede darse el lujo de ofrecer su propia “modesta propuesta” porque muchos de sus más fuertes patrocinadores consideran a los sellos para alimentos y al WIV como beneficios inmerecidos pagados con los impuestos para beneficio de los alienígenas “otros”, principalmente negros, pero también “inmigrantes ilegales” y latinos en general.

Los objetivos del racismo cambian, pero el racismo continúa mostrando su odioso rostro.

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Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público

Johnathan Swift (1665-1745)

Es cosa triste para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de pordioseras, seguidas de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar por su honesto sustento, se ven obligadas a perder su tiempo mendigando para sus hijos desvalidos que, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España o se venden a los Bárbaros. 

Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas, o a los talones de sus madres, y, frecuentemente, de sus padres, significa, en el deplorable estado actual del Reino, un perjuicio adicional muy grande; por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles de la comunidad, merecería tanto agradecimiento del público como para que se le erigiera una estatua como protector de la nación. 


Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los hijos de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tiene en cuenta el número total de niños de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.


Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesando maduramente los diversos planes de otros hacedores de proyectos, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más, a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad cuando yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuyan por el contrario, a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles. 


Existe, además, otra gran ventaja en mi plan: evitará esos abortos voluntarios y esas prácticas horrendas, ¡cielos!, demasiado frecuentes entre nosotros, de las mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes (creo que más por evitar los gastos que la vergüenza), práctica que arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano. 


La población de Irlanda se estima usualmente en un millón y medio de almas, y calculo que, en conjunto, habrá aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas. De ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos (aunque temo que no pueda haber tantas bajo las actuales angustias del reino); pero dando esa cifra por buena, quedarán ciento setenta mil mujeres fecundas. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o tuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres que nacen anualmente. La cuestión es, entonces, ¿cómo se educará y sostendrá a esta multitud de niños? Lo que, como ya he dicho, en la situación actual de los asuntos es completamente imposible, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura: ni construimos casas (en el campo, me refiero) ni cultivamos la tierra. Y ellos raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados; aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes. Sin embargo, durante esa época sólo pueden ser considerados como aficionados; así me lo ha asegurado un caballero del condado de Cavan, según el cual no ha conocido más que uno o dos casos por debajo de la edad de seis años, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por su agilísima habilidad en ese arte. 


Nuestros comerciantes me han asegurado que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años, y que aun cuando lleguen a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción, lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto de alimento y harapos, que ha alcanzado por lo menos cuatro veces ese valor. Por consiguiente, propondré ahora humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción. 


Me ha asegurado un joven americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño saludable y bien criado constituye, al año de edad, el alimento más delicioso, nutritivo y sano, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y yo no dudo que servirá igualmente en un fricasé o en un guisado. 


Por lo tanto, propongo humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya anotados, veinte mil sean reservados para la reproducción; de ellos, sólo una cuarta parte serán machos, lo que ya es más de lo que permitimos a las ovejas, los vacunos y los cerdos. Mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy venerada por nuestros rústicos: en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino, aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño hará dos fuentes en una comida para los amigos, y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable. Y hervido y sazonado con un poco de pimienta y sal, resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno. 


He calculado que, por término medio, un recién nacido pesa veinte libras, y en un año solar, si es adecuadamente criado, alcanzará las veintiocho. 


Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será, por lo tanto, muy adecuado para terratenientes, que como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores títulos sobre los hijos.

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Una persona muy meritoria, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto buscándole refinamientos a mi proyecto. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por destruir sus ciervos, la demanda de carne de venado bien podría ser satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce, dado que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país por falta de trabajo y de ayuda. De éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus relaciones más cercanas. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque, en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que su carne es generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio; que su sabor es desagradable, y que cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a las mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían parideras. Además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque muy injustamente, por cierto) como un poco lindante con la crueldad; confieso que ésa ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera.
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Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia. 

En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos infestan anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos, y que se quedan en el país con el propósito de rendir el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes que han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos, contra su conciencia, a un cura episcopal. 


Segundo: Los arrendatarios pobres poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable, y que los ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya sus ganados y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos. 


Tercero: puesto que la manutención de cien mil niños de dos años para arriba no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cabeza, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras al año, sin contar la utilidad producida por el nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y como la mercadería será producida y manufacturada por nosotros, el dinero no saldrá del país. 


Cuarto: las reproductoras perseverantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año. 


Quinto: este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan precavidos como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección y, consecuentemente, ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros que se precian con justicia de su conocimiento del buen comer; y un cocinero diestro, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan costoso como a ellos les plazca. 


Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o han impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, seguras entonces de que los pobres chicos tendrían una colocación segura de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría ganancia en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado el niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus marranas cuando están por parir, y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (como tan frecuentemente hacen) por temor a un aborto.