“Dilma debería apoyarse en las calles y apostar por los cambios profundos que necesita Brasil”

Jairo Marcos/Mª Ángeles Fernández
Periodismo Humano

En la lucha social desde que era una niña, Janaina Stronzake es dirigente del Movimento dos Trabalhadores Ruais Sem Terra (MST), uno de los más grandes de América Latina. Esta campesina e historiadora analiza las recientes protestas, que se apaciguarán “sin comprometer el sistema capitalista”, al que acusa de estar sumido la gestión de Dilma Rousseff.
 La Copa FIFA Confederaciones de Fútbol ha dejado un baño de multitudes para Brasil, aunque el remojón ha sido de muy distinto calado al que anhelaban los organizadores y el Gobierno. Las protestas ciudadanas han marcado la cita futbolística, que sirve de prólogo para el Mundial de Fútbol del próximo año y para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016, escaparates internacionales en los que el país quiere mostrarse al mundo como gran potencia. Lo que empezó siendo una respuesta ante la subida del precio de los autobuses urbanos en Sao Paulo se ha convertido en un amalgama de reclamaciones que ha puesto en entredicho la gestión de la presidenta Dilma Rousseff, a quien la dirigente del MST Janaina Stronzake critica por “ofrecer a su pueblo una parte mínima de lo que da al gran capital”. Más allá de los éxitos deportivos, la calle se ha convertido en reflejo del Brasil emergente, cuya inequidad social desluce su carta de presentación.
¿Qué hay detrás de las protestas?, ¿qué solicitan y qué reclaman?
Hay varios análisis sobre quiénes y qué hay detrás de las protestas: desde movimientos de izquierdas y partidos de derechas, hasta quienes afirman que detrás no hay nadie, que todo es espontáneo. Y todas estas elucubraciones son, en cierta manera, verdaderas. Está por ejemplo el Movimiento Pase Libre, nacido en el Fórum Social Mundial de 2005 y capitaneado principalmente por estudiantes, que reivindica que los billetes de transporte urbano sean gratuitos. Pero también hay un intento de los partidos de derecha por dar la cara para tomar el protagonismo de las protestas, llamando a un ‘fuera Dilma’. Las protestas son una clara preparación para las elecciones de 2014. Lo cierto es que en las calles la gente no está ni favor de los partidos, ni mucho menos de las organizaciones de derecha. Por otra parte, también hay protestas organizadas por grupos locales, relativamente espontáneas. En las manifestaciones ha habido ataques a personas que portaban banderas, como por ejemplo las del MST. Parece ser que pequeños grupos ligados a la ultraderecha buscan intimidar a quienes van identificados a las manis. Ha habido unas cuantas palizas. Y también están los ‘secreta’ infiltrados, haciendo que aparezca violencia. ¿Qué se reivindica? Casi de todo. Mejores precios y gratuidad en el transporte público, educación, mejores condiciones en las grandes ciudades, pasarelas en carreteras, otra forma de democracia, la reforma agraria, la desmilitarización de la Policía, en definitiva, una infinidad de cosas que van desde cambios estructurales hasta pequeñas reivindicaciones locales.

Janaina Stronzake en una acción del MST. /Cedida

¿Tiene capacidad de respuesta y de maniobra el Gobierno?
Es el Gobierno, así que claro que tiene capacidad de respuesta, o mejor, capacidad de acción. Pero si sigue el rumbo que tenía hasta ahora, no va hacer nada, salvo buscar maneras de apaciguar las protestas sin comprometer el sistema capitalista ni el capitalismo neoliberal que nos está llevando, en todo el mundo, a unos niveles de desigualdad increíbles. Dilma debería apoyarse en las calles y apostar por los cambios profundos que necesita Brasil. Tiene en contra a la mayoría de los partidos, la mayoría del Congreso Nacional, que están cooptados por las empresas transnacionales (bancos, el agronegocio, las comunicaciones, etc.). Estos grupos se están llevando enormes beneficios de Brasil y de Latinoamérica. Podría ser un momento de ruptura, pero para eso la presidenta debe arriesgarse y estar al lado del pueblo.
¿Qué valoración haces del Brasil oficial que se vende al mundo como líder, el que se postula como el organizador de las grandes citas deportivas?
Es una farsa, una receta para el desastre. Internamente hay mucho dinero público invertido en estructuras improductivas. En España conocéis muy bien este camino: cuando el Estado empieza a invertir en carreteras, en grandes obras, en estadios de fútbol, en producir energía con las presas de hidroeléctricas, en construir puertos porque tenemos mucha producción de soja y hay que sacar esta producción para el mundo… entonces se genera un clima de que todo va muy bien, de que tenemos pleno empleo e incluso de que se necesitan más trabajadores y trabajadoras. Pero estas estructuras que se están construyendo con dinero público luego serán apropiadas por empresas privadas, que son quienes van a llevarse el beneficio. Hay mucha discusión en torno a producir energía a un coste altísimo para los pueblos de las forestas y para la biodiversidad brasileña, pero no se discute quiénes van a usar esta energía, que no son los brasileños ni las brasileñas, tampoco los pueblos de Latinoamérica, sino las grandes empresas que explotan lo que todavía queda de riqueza en Brasil. Se construyen puertos para sacar la producción de soja y nadie se pregunta quiénes se van a beneficiar de ellos. Dentro de unos años estas obras no van a generar beneficios ni producción para el pueblo; estos empleos se acaban, pero la gente en este momento está animada a gastar, a endeudarse. ¿A mediano plazo qué va a pasar? Tengo mucho miedo a que lleguemos a la misma situación de crisis que hoy vive España, con las familias endeudadas, con un Estado que ya no tiene más dinero que aplicar en ninguna política pública y con las empresas privadas llevándose todo el beneficio que pueden.
¿Cómo son las desigualdades internas en Brasil?, ¿se han moderado con las inversiones públicas o se siguen agrandando a pesar de la inversión?
La brecha era muy grande y hoy hay un problema de identificación de las clases medias. Se publica mucho que la clase media ha aumentado y que hay más gente consumiendo. Lo que hay es menos gente muriéndose de hambre, pero no se puede llamar clase media a una familia que tiene una renta de 2.000 reales (710 euros), porque el coste de vida también va subiendo. Y al final el dinero que el Gobierno distribuye como política asistencialista termina en los bolsillos de las mismas grandes empresas, de las grandes superficies, de las grandes productoras de ropa; por ejemplo de la empresa española Zara, que utiliza trabajo esclavo para fabricar ropa. El último anuncio del Gobierno fue la disminución de los impuestos sobre la producción de etanol, lo que incentivó un aumento en la producción de caña de azúcar; o sea, no se reduce el precio de los alimentos pero hay incentivos para la producción de caña de azúcar, que está en manos de los grandes conglomerados transnacionales, que frecuentemente usan trabajadores esclavos incluso en zonas de Sao Paulo. La brecha entre ricos y pobres ha aumentado; también hablando de las grandes empresas y de cuánto beneficio sacan. Brasil es, por ejemplo, el país que más beneficios genera para el Banco Santander. El señor Botín está contentísimo con nuestro Gobierno.
Estas políticas asistencialistas que según denuncias terminan en manos del gran capital, ¿nacen en la época de Dilma Rousseff o se remontan a anteriores Gobiernos, como el de Lula? ¿Cuál es en ese sentido la diferencia entre el Gobierno de Dilma y el de Lula?
La diferencia principal es la postura personal que se refleja dentro del Gobierno. Pero las políticas son muy semejantes: se mantiene el asistencialismo, se hacen concesiones al capital y se lleva a Brasil por este camino que algunos llaman desarrollista, como si todas estas inversiones de dinero público significasen un nuevo desarrollo. No estoy de acuerdo en que estemos transitando hacia el desarrollo. Lula era una persona que nació en el movimiento obrero de Sao Paulo y que estuvo en las huelgas de los años 70, tenía un carisma personal distinto y por eso mostraba más preocupación por establecer una relación con los movimientos sociales. Dicen que Dilma mantiene una postura más técnica, aunque lo que yo veo es una sumisión más declarada del Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) al gran capital: siguen las privatizaciones, aumentan las políticas públicas de concesión de dinero público al capital, se facilita la mercantilización de los bienes públicos como el aire, el agua, las semillas, la foresta… El Gobierno de Dilma sigue con más empuje la misma dirección que el Gobierno Lula ya venía haciendo y que ya se había identificado en los Gobiernos brasileños de los años 30 y 40: un Gobierno que es el padre de los pobres y al mismo tiempo la madre de los ricos.
¿Te ha decepcionado entonces el Gobierno de Rousseff?
No se puede decir que sea una decepción porque seguimos teniendo esperanza. No tenemos una gran desilusión con el Gobierno pero, evidentemente, esperábamos más. No se ha avanzado en la reforma agraria. Dilma ha hecho un discurso de que tenemos que calificar los asentamientos que ya existen, dándoles condiciones de desarrollo; pero estas condiciones tampoco han sido muchas. Es la mayor defensora de la reforma agraria en cuanto al número de familias asentadas y de nuevos latifundios transformados en asentamientos, aunque en la práctica eso no ocurre. La historia en Brasil y en Latinoamérica es una triste historia de explotación de la pobreza y de la miseria. Hay pocas políticas interesantes, como la construcción de viviendas en el campo, que la luz eléctrica esté llegando a casi todas partes o la compra de productos del campesinado para la merienda escolar. Y todas son de corto plazo para el pueblo. Mañana se terminan y el pueblo regresará a los problemas que tenía antes. La gente por lo general está contenta con el Gobierno porque lo que les llega son estas políticas. Pero hace falta hacer un estudio para ver exactamente dónde va el dinero público y el de las macropolíticas, para comprender que lo que el Gobierno ofrece a su pueblo es una fracción mínima de todo el servicio, en plan estructural, que está dando al gran capital.
Una mujer desciende en una escalinata decorada por el artista chileno Jorge Selaron, en Rio de Janeiro, Brasil. (AP)

¿Hasta qué punto influye en esta evolución de las políticas y de los derechos humanos el hecho de que Brasil sea al mismo tiempo una potencia y una gran reserva ambiental? ¿Esta condición bipolar es una ventaja o una desventaja?
Que Brasil sea una gran potencia es una conclusión hacia fuera, aunque dentro también hay medidas para construir ese sentimiento de orgullo brasileño de que somos la gran potencia. Pero los niveles de vida que se ven no nos permiten considerarnos como tales. A nosotros, que hemos tenido tantos sufrimientos durante tantos años, intentan convencernos de que este mínimo es el máximo al que se puede llegar. Es una gran mentira. Estamos con un problema gravísimo de respeto a los derechos humanos, la gente todavía tiene hambre, muchos derechos básicos no son respetados, y también ha vuelto la matanza de gente, el asesinato de líderes y lideresas, en el campo principalmente. En los últimos meses ha habido varios asesinatos de líderes del MST. Y no hay un poder judicial que juzgue estos asesinatos ni que busque a los que están involucrados. Algunos incluso son maquillados para que parezcan accidentes, pero todos y todas sabemos que hay listas de personas que están marcadas para morir y que efectivamente están muriendo. Un caso ejemplar ha sido el asesinato de una pareja de la Amazonia, defensores de la foresta y en contra de las grandes empresas que quieren instalarse; el acusado ha sido absuelto.
El país es emisor de fondos de cooperación, en lo que se llama ‘cooperación Sur-Sur’. ¿Trata Brasil de mantener una estructura de dominación en el ámbito continental?
En apariencia es el Estado brasileño el que tiene los fondos y el que está invirtiendo en otros países, sacando dinero para la cooperación; pero en realidad es el gran capital transnacional el que se está aprovechando del Estado brasileño para hacer este tipo de política. Un ejemplo muy claro son las inversiones de Brasil en África, que son una vergüenza tremenda. ¡Me dan ganas de pedir perdón a la gente de África por lo que Brasil está haciendo allí! Brasil está invirtiendo en África para la producción de caña de azúcar para etanol, o sea, que la misma política que en Brasil nos lleva a la explotación, a la degradación ambiental y al aumento de la brecha social económica, la estamos replicando en África, como si fuese una gran política de desarrollo. Son actuaciones del capital transnacional a través del Estado brasileño; están utilizando al Estado brasileño para explotar a otros países del Sur vía cooperación. Otra gran vergüenza que tenemos es que Brasil mantenga el Ejército en Haití, cuando lo que Haití necesita no son armas ni más violencia.
La llamada ‘revolución verde’, que promovía el incremento de la productividad basada en el cultivo de una sola especie junto con la aplicación de grandes cantidades de agua, fertilizante y plaguicida, provocó la pérdida de la tierra familiar por una deuda bancaria y obligó a la numerosa familia Stronzake a emigrar a la ciudad. Formaron parte del germen del MST, que nació oficialmente en 1984. La lucha contra los latifundios improductivos se ha metamorfoseado en la oposición a las multinacionales. “Lo que hoy llamamos el agronegocio, la alianza entre grandes empresas transnacionales con el latifundio, es un gran productor que utiliza la biotecnología punta aunque muchas veces esta tecnología convive con el trabajo esclavo. Es una alianza que congrega lo más moderno de la industria bioquímica con lo más retrasado de las relaciones sociales”, apunta Janaina Stronzake, quien vivió unos años en España tras pasar en un par de ocasiones por las prisiones brasileñas, por invadir monocultivos de eucaliptos.
“Ellos tienen a su favor el factor mediático y el apoyo del Gobierno, que está haciendo creer que este gran latifundio es el que produce y el que lleva a Brasil a ser uno de los países emergentes en el mundo. Nuestras formas de lucha tienen que entender este nuevo contexto”, finaliza. De momento, la canarinha levantó la Copa FIFA Confederaciones mientras el pueblo brasileño salió masivamente a la calle, recuerda Stronzake, en “una preparación para las elecciones de 2014”.
(*) La entrevista a Janaina Stronzake pertenece a un proyecto más amplio de conversaciones con diez personalidades relevantes de América del Sur. Los encuentros serán publicados en formato ebook por Ediciones Crac, en próximas fechas.