La OTAN económica

Jorge Eduardo Navarrete
La Jornada

     En coincidencia con el surgimiento de severas tensiones en las relaciones políticas entre las partes, se iniciaron formalmente el 8 de julio en Washington las negociaciones encaminadas a negociar y culminar –dentro del plazo perentorio de sólo año y medio– el acuerdo que permita establecer la Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión (TTIP) entre la Unión Europea y Estados Unidos. Las tensiones provinieron, como se sabe, de las revelaciones de Edward J. Snowden acerca de las actividades estadounidenses de espionaje de oficinas de la Unión Europea y de diversos gobiernos europeos, como parte de un esquema secreto de captación de información de alcance global. Las primeras reacciones de los gobiernos europeos fueron muy enérgicas y llegaron a poner en peligro el inicio de las negociaciones sobre la TTIP. Los intentos de cooperación económica noratlántica tienen una larga historia. Para circunscribirla a la posguerra fría, habría que recordar la Nueva Agenda Trasatlántica de 1995, que incluía un plan de acción conjunto; la Asociación Económica Trasatlántica de 1998, surgida de una iniciativa británico-estadounidense, y el acuerdo marco de 2007, que instituía un Consejo Económico Trasatlántico. Ahora la Casa Blanca reitera que la TTIP será un acuerdo de comercio e inversiones ambicioso, abarcador y de altos estándares, con objetivos particulares en materia de apertura de mercados, liberalización de inversiones y coordinación de regulaciones sobre propiedad intelectual, entre otras. Parece evidente la intención de reafirmar que, si bien el centro de gravedad de la economía mundial y de las relaciones internacionales puede estarse desplazando hacia el Pacífico asiático, las dos mayores economías del planeta –la Unión Europea y Estados Unidos– están decididas a devolverlo a su locus tradicional: el Atlántico norte.

El entusiasmo inicial pronto se vio atemperado. La primera ronda negociadora se realizó del 8 al 12 de julio, bajo la sombra –como se ha dicho– del affaire Snowden, más espesa y difícil de despejar de lo que se pensaba. Para subrayar que no se trata de cuestiones por completo desconectadas, la Unión Europea incluyó en su portal oficial, junto con la información sobre las negociaciones de la TTIP, la noticia de que el Parlamento Europeo encomendó a su Comité de Libertades Civiles investigar a fondo los programas estadunidenses de vigilancia, incluyendo escuchas maliciosas y otras formas de espionaje en oficinas de la UE, y presentar sus resultados antes de finales de 2013.
Las negociaciones mismas, por su parte, revelaron que las cuestiones contenciosas y las áreas de desavenencia parecen ser más amplias de lo previsto. Por lo pronto, ha dejado de mencionarse el final de 2014 como la fecha para el cierre del proceso negociador. Se acordó que la segunda ronda se realizará en octubre de 2013 en Bruselas, marcando una frecuencia muy inferior a la del proceso de negociación de la TTP, la iniciativa gemela en el Pacífico, cuyas reuniones son cada trimestre, si es que no más frecuentes.
De acuerdo con un comunicado de prensa de la Comisión Europea, la primera ronda de negociaciones permitió delimitar las aproximadamente 20 áreas que intenta cubrir el acuerdo, las usuales para este tipo de entendimientos. Los negociadores identificaron algunas áreas de convergencia entre los diversos componentes de la negociación y, en lo que respecta a las áreas de divergencia, comenzaron a explorar posibilidades para superar las diferencias. Un intento de resumir éstas se encuentra en el portal de la representación en Irlanda de la Comisión Europea. Puede leerse como una descripción formal, oficial incluso, de cuáles son esas diferencias desde el punto de vista europeo: a) servicios audiovisuales: Francia apoya y subsidia a su sector audiovisual y desea excluirlo de las negociaciones; la Comisión Europea solicitará un mandato del consejo cuando la UE haya avanzado su propia negociación sobre medios digitales; b) organismos genéticamente modificados: permitidos en Estados Unidos pero prohibidos o restringidos en algunos países de la UE y sujetos a estrictas evaluaciones de seguridad por parte de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria; la comisión prefiere que permanezcan sin cambio estos procedimientos, y c) agricultura: la comisión considera que cualquier acuerdo comercial significativo entre la UE y Estados Unidos tiene que prever una apertura sustancial de los mercados agrícolas.
Es, desde luego, muy pronto para decidir si la iniciativa de la TTIP tendrá mejor fortuna que sus antecesoras, arriba mencionadas. La dificultad no parece haber estado en los procesos de negociación, aunque ninguno de los precedentes citados envolvió, ni de lejos, la complejidad del actual. La dificultad ha estribado en que los acuerdos se lleven a la práctica, para lo que parecen haber faltado incentivos económicos, o voluntad política sostenida, o ambos factores. El acuerdo marco para establecer el Consejo Económico Trasatlántico, por ejemplo, fue adoptado hacia el final del segundo periodo presidencial de George W. Bush, en 2007, y es explicable que no haya tenido un seguimiento entusiasta. Si la negociación del TTIP se extiende más allá de mediado el segundo mandato de Obama, cabe considerar si los republicanos estarán dispuestos a llevarla adelante y a asumir los compromisos consiguientes.
Hay ahora un nuevo elemento que no estuvo presente en los anteriores episodios: la presencia y proyección de China en el escenario global. Por ello, al igual que los provenientes de la TPP, los mensajes originados en la TTIP parecen tener a China como destinatario mayor.
En algunos círculos se ha leído el renacimiento de la cooperación del Atlántico norte como el anuncio de un prematuro final del pivote estadunidense hacia el Pacífico. No parece ser el caso. Es preferible la hipótesis de un impulso paralelo a la Asociación Transpacífica, elemento central de la política de contención de China, mientras que la Asociación Trasatlántica es instrumento para reafirmar el predominio de las naciones avanzadas, encabezadas por Estados Unidos y el núcleo de la UE, en la economía mundial, el comercio internacional y las finanzas globales. Es este un buen ejemplo del tipo de mudanzas geopolíticas asociadas al surgimiento de China y otros países emergentes en los escenarios internacionales.
Si alguna lección puede extraer América Latina de desarrollos como los que acaban de reseñarse, tanto en el Pacífico como en Atlántico norte, es la de la imperiosa necesidad de fortalecer su propia integración regional. En ausencia del perfeccionamiento de esquemas como el de CELAC (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe), serán mucho menores de lo que ya son las oportunidades para la región en el mundo del siglo XXI.