Los fundamentos de la política económica (II)

Aldo Ferrer
Diario BAE
Ver: Los fundamentos de la política económica (I)
 Existen dos dilemas principales en el diseño y ejecución de la política económica heterodoxa: la inflación y el tipo de cambio. De la primera me ocupé en mi nota de la semana pasada. En ésta me refiero a la segunda, es decir, la estrategia de tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED) y tipos de cambio diferenciales (TCD) para atender las diferencias de competitividad de los diversos sectores productores de bienes y servicios sujetos a la competencia internacional. Se trata de la existencia de paridades que contribuyan, simultáneamente, a la distribución equitativa del ingreso, la transformación de la estructura productiva, la fortaleza de los pagos internacionales y la estabilidad de precios. Repasemos entonces los elementos que intervienen en la cuestión del tipo de cambio.

La política cambiaria debe acomodarse a la asimilación de los shocks externos y de otras variables para introducir criterios de equidad sobre los cuales fundar la solidaridad y convergencia de los intereses de todos los sectores, sociales y productivos, generadores de riqueza y empleo. Tal política cambiaria permite: 1) privilegiar el compre nacional en las decisiones de gastos de consumo e inversión de las empresas, las familias y el gobierno, 2) estimular la diversificación de las exportaciones incorporando bienes y servicios de creciente contenido tecnológico y valor agregado y, por lo tanto, impulsando la gestión del conocimiento y la transformación de la estructura productiva, 3) lograr que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro interno sea el propio país, y 4) desalentar los movimientos de capitales especulativos creando incertidumbre en los especuladores y previsibilidad en los tomadores de decisión de inversión productiva. Tal política cambiaria permite operar con un único mercado de cambios, con paridades administradas por la intervención del Banco Central, contribuye al crecimiento del comercio exterior y a generar un superávit en la cuenta corriente del balance de pagos. Fortalece también el empleo, porque el principal determinante de la demanda de trabajo y, por lo tanto, de los salarios reales, es el nivel de la actividad económica y la ampliación de la capacidad productiva. El horizonte de rentabilidad es uno de los determinantes del nivel de inversiones y de empleo.
La paridad de la moneda nacional en nuestro país estuvo sujeta a la inestabilidad política y a la repetición de fuertes desequilibrios en los pagos internacionales, el presupuesto y el nivel general de precios. Durante largos períodos prevalecieron paridades fuertemente sobrevaluadas. En ese contexto, el resultado es que las importaciones sustituyen producción nacional, se cierran espacios de rentabilidad y oportunidades de inversión y empleo en sectores distintos de los primarios. Como resultado se frustra la formación de una estructura económica diversificada, integrada y compleja, que es esencial para generar procesos amplios de acumulación de capital y tecnología y generación de empleo a mayores salarios. Además, genera vulnerabilidad externa porque induce el desequilibrio en los pagos internacionales, entre otras razones por la atracción de capitales especulativos.
La complejidad de la administración de la política cambiaria radica, también, en que los precios de los productos agropecuarios, respecto de las manufacturas industriales, son distintos de los precios relativos de los mismos bienes en el mercado mundial. Es entonces necesario atender las diferencias de competitividad de los diversos sectores de la economía argentina sujetos a la competencia internacional. En resumen, es necesario un TCED y, simultáneamente, tipos de cambios diferenciales (TCD).
La experiencia internacional es concluyente. Todos los países emergentes exitosos despliegan todo el espectro de las políticas de impulso a la transformación productiva y la competitividad. Pero siempre en el marco de políticas de TCED. En esos países prevalecía una relativa pobreza en recursos naturales y ventajas competitivas estáticas en su mano de obra barata. Partieron exportando productos intensivos de mano de obra y reducido contenido tecnológico. Luego, a partir de un diseño estratégico, desarrollaron actividades de frontera, como la microelectrónica y la informática. Todos cuentan, actualmente, con economías emergentes de gran pujanza fundada en su decisión estratégica.
En conclusión, la heterodoxia tiene que resolver las dos cuestiones centrales que se plantean en la política cambiaria. Por una parte, el tipo de cambio que maximice la competitividad de toda la producción nacional sujeta a la competencia internacional. Es decir, el TCED. Por la otra, el nivel de los distintos TCD compatibles con la rentabilidad de la producción primaria e industrial, tomando en cuenta los cambios permanentes en las condiciones determinantes de costos y otras variables relevantes. Los TCED y TCD deben ser “flexibles” y tomar nota de tales cambios. Al mismo tiempo, deben aplicarse de la manera más sencilla posible.
¿Cuáles son los riesgos de que la heterodoxia se equivoque en la interpretación de problemas fundamentales como la inflación y el tipo de cambio? Principalmente dos: el debilitamiento de la situación fiscal y el déficit en la cuenta corriente del balance de pagos. Se puede caer en el error de suponer que los déficits, en ambos terrenos, son “progresistas” porque incluyen políticas de redistribución del ingreso y de “anclaje” del nivel de precios. En realidad, son la plataforma para debilitar la soberanía que radica, precisamente, en vivir con lo nuestro, asentados en sólidos equilibrios macroeconómicos. Cuando se producen desvíos en estas variables fundamentales, los problemas no se corrigen con controles, que son instrumentos legítimos de la política económica, pero incapaces, por sí solos, de resolver el problema y consolidar una política soberana sustentable de desarrollo nacional e inclusión social.