Consumo popular

Alfredo Zaiat
A comienzos de año la especulación es sobre techos y mínimos para la negociación paritaria que reúne a trabajadores y empresarios. En los meses siguientes se van acordando aumentos salariales por encima de los variados índices de precios en circulación y, en general, en un marco más sereno que el inicialmente presentado por los protagonistas. Después se ajustan al alza las asignaciones familiares, incluyendo la Universal por Hijo, también en un porcentaje superior a estimaciones de inflación. El paso siguiente es la convocatoria tripartita de sindicatos, empresas y Estado para definir un nuevo salario mínimo vital y móvil que se eleva unos puntos porcentuales sobre los aumentos promedio de precios. La última instancia de este recorrido es el segundo incremento de los haberes definidos por ley que en total arroja una variación anual positiva en términos reales respecto de cualquier tasa de inflación considerada. En estos diez años, y con más regularidad e institucionalidad (AUH y movilidad jubilatoria) en los últimos cinco, la historia se ha reiterado constituyendo una política de ingresos previsible.

La resistencia a esta estrategia de preservar e incrementar el poder adquisitivo de trabajadores y jubilados deriva en la incomprensión de uno de los principales motores del crecimiento de la economía. Por ese motivo los repetidos pronósticos de crisis inminentes colisionan con las cifras de avance del Producto, que a veces lo hace con intensidad y otras con suavidad. Ahora la profecía de “estancamiento” de la economía que no se cumplió en este año ha mudado a la de “percepción” de crecimiento, extraño giro conceptual en el saber de la ciencia económica que merecería una formalización de los hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica. ¿Qué significa percepción de crecimiento? Algo que es pero no es porque no creen que sea debido a que no fue lo que esperaban que fuera. Ese desvarío analítico tiene su origen en que para la mayoría de los economistas cortados con el filo de la ortodoxia o de la heterodoxia conservadora preservar el dinamismo de la demanda vía el consumo popular les genera perturbación. De una u otra manera, con más o menos sutilezas, dicen que esa política es la culpable de la inflación. Llegan a esa sentencia porque sus análisis tienen como plataforma ideológica la perspectiva empresaria, que tiene como propagandista al periodismo económico.
El último aumento de las jubilaciones del 14,41 por ciento sumado al de marzo pasado de 15,18 por ciento totaliza un alza de 31,78 por ciento en este año. Es un incremento que consolida la base de la demanda por el lado del consumo. Involucra a 7.313.638 personas. Uno de los insistentes reclamos que se escuchan en los medios de comunicación apunta a la necesidad de explicar cuestiones económicas que le interese a “la gente”, en una implícita crítica a las opiniones sobre aspectos de poder y de la estructura de la economía porque son aburridos o de difícil comprensión. Lo insólito de esa situación es que cuando hay una noticia como el aumento de jubilaciones, en línea con el pedido de intérpretes del interés social, es minimizada hasta directamente no mencionarla en primera plana.
La Ley de Movilidad Jubilatoria está provocando una transformación notable en los ingresos de los jubilados, que no fue a partir de un único gran ajuste de recuperación luego de décadas de postergación o de la postulación demagógica del 82 por ciento móvil sin financiamiento, sino a partir de una tendencia dinámica que comenzó en el 2009 y proyecta su continuidad en los próximos años debido a la forma de actualización de los haberes. En agosto de 2009, el mínimo era de 770 pesos y con el aumento del 7,34 por ciento se elevó a 827 pesos. Fue el primer año de vigencia de la movilidad automática semestral, y desde entonces el acumulado es de 259 por ciento para colocar la jubilación mínima en 2477 pesos.
Antes de que se aplicara el primer aumento por la Ley de Movilidad, la jubilación mínima representaba el 55,64 por ciento del salario mínimo, vital y móvil. Con el reciente incremento de ambos se achicó esa brecha. El salario mínimo subió a 3300 pesos, y a partir de enero de 2014, a 3600 pesos (25,2 por ciento). El haber mínimo será de 2477 pesos a partir de septiembre (sube 31,8 por ciento). En el último cuatrimestre del año representará el 75 por ciento del salario mínimo, apenas 7 puntos menos del simbólico 82 por ciento (ver cuadro). Si se mantiene esa tendencia en la diferencia de los aumentos de esas dos variables, ese objetivo se alcanzaría en los próximos años en el marco de un sistema de cobertura previsional sustentable.
El haber mínimo involucra a casi el 70 por ciento del total de jubilados, porcentaje elevado debido a que con el plan de inclusión previsional empezaron a recibir beneficios 3,8 millones de personas en edad de retiro que no habían realizado los aportes necesarios o directamente no realizaron ninguno. Ese universo de trabajadores son los que estuvieron en el mercado laboral informal y donde el salario mínimo tiene mucha influencia en la definición de los ingresos. Por ese motivo adquiere relevancia el indicador de cuánto representa el haber mínimo respecto del salario mínimo. Y los importantes aumentos de la jubilación de estos años se han acercado al monto del salario mínimo, vital y móvil. O sea, gran parte de los trabajadores tiene una relación móvil y creciente entre salario y jubilación mínima.
Esa dinámica también se verifica con las nuevas jubilaciones otorgadas a empleados en relación de dependencia. Según información de la Anses, sobre el total de altas de jubilaciones del segundo trimestre de 2013, la relación fue la siguiente: la remuneración media actualizada al momento de otorgamiento del beneficio, correspondiente a los últimos 120 meses trabajados, fue de 8070 pesos, mientras que el haber medio para el primer mes de pago fue de 6392 pesos. Esto significa que la tasa de sustitución promedio fue 79,2 por ciento. El promedio de 2011 fue 76,9; de 2012, 77,8; y en el primer semestre de este año, 76,7 por ciento (en este último período se otorgaron 308.017 nuevos beneficios).
Los especialistas explican que la tasa de sustitución es un indicador del grado en el que los sistemas jubilatorios alcanzan su principal objetivo: reemplazar los ingresos obtenidos durante el período de actividad laboral, manteniendo la jubilación una aproximación razonable al nivel de vida previo al cese en el trabajo. Tanto en el haber mínimo como en las nuevas jubilaciones, esa tasa de sustitución se está acercando, con financiamiento y sustentabilidad global del sistema, al umbral simbólico del 82 por ciento. Para todo el régimen de jubilaciones y pensiones la tasa de sustitución es más baja, aunque con persistente tendencia al alza, debido al plan de inclusión que ha achatado la pirámide previsional. En 2007 era de 45,2 por ciento subiendo en 2012 a 53,5 por ciento respecto de la remuneración media imponible. Esto se traduce en que los nuevos jubilados y los que se incorporaron por moratoria (haberes mínimos) son los que registran mejores tasas de sustitución, mientras los que quedaron en el medio están más rezagados, aunque una parte ha logrado corregir ese indicador por actualización de sentencias judiciales. En algunos casos en exceso, hasta el extremo mencionado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en el discurso del 159O aniversario de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, cuando anunció el segundo aumento anual de las jubilaciones. CFK dijo: “No voy a decir nombres, aunque ustedes no lo crean, hay un jubilado en la República Argentina que cobra, de acuerdo con la ley y con fallos de nuestra Suprema Corte de Justicia, la bonita suma de 143.000 pesos por mes de jubilación”.
Para ser más exacto, 143.889 pesos por mes, monto equivalente a 58 jubilaciones mínimas. Es el jubilado con el haber más abultado del régimen previsional. Es un conocido ejecutivo del sistema financiero.