Londres cierra sus puertas al mundo

Philip Stephens*
Financial Times

Detengan el mundo, que Gran Bretaña se quiere bajar. Los Juegos Olímpicos de 2012 fueron una celebración gloriosa de la diversidad. Londres se presentó como un centro internacional sin rival. Los héroes locales de los juegos, atletas como Mo Farah y Jessica Ennis, fueron la personificación de una nueva e integradora visión de la esencia británica. Pero eso era entonces.

Un año después, la política de la nación se hace eco del sonido de puertas cerrándose repentinamente. El mensaje que se transmite a los extranjeros por deprimente que parezca es muy claro: manténganse alejados. Los conservadores de David Cameron prometen un referéndum que podría acabar en la ruptura del compromiso de Gran Bretaña con Europa. Hubo un tiempo en el que estos conservadores escépticos ofrecían una alternativa: apartémonos de Europa y miremos hacia el mundo. Pero ya ni siquiera eso. Se están levantando barricadas a diestro y siniestro. Los turistas, los estudiantes, los ejecutivos de empresas: todos pueden llegar a ser inmigrantes ilegales en potencia.


El otro día, el Ministerio del Interior, el responsable de los controles fronterizos, nos dejó entrever el repugnante populismo que está impulsando la política del Gobierno. Se desplegó una serie de camiones con carteles por las áreas de mayor diversidad étnica de Londres. El mensaje: los inmigrantes ilegales debían “marcharse o enfrentarse a la detención”. Los liberal-demócratas, el partido menor en la coalición de Cameron protestaron diciendo que la iniciativa era estúpida y ofensiva. Sin inmutarse, la oficina del primer ministro dijo que a lo mejor extenderían la campaña por todo el país.

Una fianza de entrada al país

El Ministerio del Interior también planea exigir a los visitantes de países de “alto riesgo” que paguen una fianza de 3.000 libras para entrar en Gran Bretaña. Al parecer, el objetivo es disuadirles de que “se queden demasiado tiempo” y recuperar los costes si los visitantes requieren asistencia sanitaria. Los países elegidos son India, Nigeria, Kenia, Pakistán, Sri Lanka y Bangladesh. Y les parece normal que naciones predominantemente “blancas” como Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda queden exentas de esta norma.

Más cerca de casa, el Gobierno promete restringir el acceso de rumanos y búlgaros. Los ciudadanos de estos Estados de la UE podrán disfrutar de la libre circulación por toda la Unión cuando expiren las restricciones el año que viene. La prensa sensacionalista británica ya está repleta de historias de terror sobre las hordas de “turistas en busca de beneficios sociales”. Y el hecho de que los inmigrantes tengan menos posibilidades de reclamar prestaciones sociales que los británicos es una anécdota.

El Gobierno está actuando de cara a la galería populista. El primer ministro ha tirado por la borda la integración de la “Big Society” [la “gran sociedad”] que en otros tiempos utilizó como seña distintiva. Aseguraban que los nacionalistas del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) habían aventajado a los conservadores en la derecha. El estancamiento económico y la austeridad fiscal removieron el resentimiento de la opinión pública. Cameron llamó a los defensores del Ukip “racistas encubiertos”. Y ahora les corteja.

Ambiente de paranoia

El ambiente de paranoia se intensifica con grupos de presión como Migration Watch UK. Sir Andrew Green, el exdiplomático que lidera la organización, expone un estudio que afirma que los “británicos blancos” (en palabas de Sir Andrew) podrían llegar a ser una minoría en la segunda mitad del siglo.


Y algunos de nosotros nos preguntamos: “¿y qué problema hay?”. Cuando se aclamaba a Farah y Ennis, de Somalia y de ascendientes caribeños, respectivamente, asumimos que Gran Bretaña había dejado atrás el color de la piel como indicador de la identidad nacional. No recuerdo oír quejas de que eran “británicos de color” cuando recogieron sus medallas de oro. Pero claro, esos triunfos no activan la xenofobia de bar en los condados ingleses.

Gran Bretaña realmente necesita una política de inmigración inteligente y efectiva. La gente quiere ver que el sistema es justo, eficiente y no excesivamente perjudicial para las comunidades locales. El último Gobierno laborista subestimó totalmente el número de personas procedentes de los antiguos Estados comunistas tras su adhesión a la UE. Una política de puertas abiertas, combinada con una administración permisiva generó la percepción general de que la inmigración estaba fuera de control.

300.000 expedientes de asilo sin resolver

Sin embargo, para el Gobierno actual, el pánico moral y los gestos populistas se han convertido en una distracción de su propia incapacidad de controlar el sistema. Y es mucho más sencillo culpar a los inmigrantes de quedarse con los puestos de trabajo que solucionar el fracaso de un sistema educativo nacional que genera tantos jóvenes sin motivación y sin cualificación.

El otro día, un comité de diputados afirmó que el recuento oficial de inmigrantes en realidad se basaba en “suposiciones”. No es nada sorprendente, cuando no se controlan los pasaportes ni los visados de los visitantes que salen del país. Estas suposiciones afirman que la inmigración neta ha descendido en gran medida. Y quizás sea cierto. Pero el descenso es en gran parte consecuencia del recorte drástico del número de estudiantes extranjeros.

Países como Canadá, Estados Unidos y Australia no cuentan a los estudiantes como inmigrantes permanentes, por la razón obvia de que la mayoría regresan a su país de origen. Mientras, el sistema de visados de Gran Bretaña es un caos, los controles de entrada en el aeropuerto de Heathrow en Londres son un desastre y se quedan sin resolver 300.000 casos de asilo e inmigración.

El objetivo oficial de reducir la inmigración neta hasta las decenas de miles de personas está repleto de contradicciones. Asume que el número de personas procedentes de Brasil o Estados Unidos debe aumentar o descender en función de cuántos jubilados británicos se marchen a disfrutar del sol de España. Si los fontaneros polacos se marchan a su país, los británicos pueden asumir más ingenieros indios, y viceversa.

Detrás de estos sinsentidos se encuentra un peligro mucho mayor. Gran Bretaña antiguamente fue un país defensor del sistema internacional liberal y abierto. Ahora se está redefiniendo ante el mundo como una víctima resentida. Las acciones para salir de Europa y prohibir la entrada a inmigrantes son un reflejo del derrumbe de la confianza nacional. Y las consecuencias económicas pueden ser devastadoras. ¿Qué motivos tendría para invertir un director de empresa que esté en su sano juicio (de, por ejemplo, China, India o Brasil) en un país que le niega el acceso a la UE y afirma que sus compatriotas son huéspedes no deseados?


Puede que Gran Bretaña esté a punto de saltar, pero el mundo seguirá girando.

*Philip Stephens es un comentarista y autor. Es editor asociado del Financial Times, donde como principal comentarista político que escribe columnas dos veces por semana en los asuntos mundiales y británicos.
Se unió al Financial Times en 1983 después de trabajar como corresponsal de Reuters en Bruselas y ha sido editor de economía del Financial Times, editor político y editor de la edición del Reino Unido. Fue educado en Wimbledon College y en la Universidad de Oxford.