Masacre de El Cairo: Los mártires de la Hermandad Musulmana yacen empapados en sangre

Robert Fisk
The Independient


Los cadáveres son un poderoso símbolo de la oposición. Robert Fisk le da un nombre a algunos de los muertos y ayuda a recordarlos.


    ¿Cómo pueden descansar los muertos? Sus ataúdes de madera eran golpeados contra las rejas de hierro de la funeraria (mashraha), sus familiares gritaron de horror, los cadáveres envueltos en celofán se apilaban muy alto sobre entre bloques de hielo tan grandes que se temía rompieran los huesos de los muertos. A medida de que el hielo se derretía en lamashraha, en las calles brillantes por el fango, los fondos de los ataúdes comenzaron a llenarse de sangre que tras estar coagulada se volvió nuevamente líquida y semejaba un lodo aguado y carmesí. Mártires todos ellos.

Y creo que fue entonces cuando me di cuenta de que los enemigos del depuesto presidente Mohamed Mursi debieron haber comprendido que hace muchos meses que esos cadáveres, esos cuerpos, esos mártires son el pronunciamiento oficial de la Hermandad Musulmana. No hay más. Sin comentarios, en parte porque ya no pueden hablar. Thomas Cromwell, si no mal recuerdo, fue uno de los primeros en asociar el silencio con los muertos, en parte porque ya no tienen necesidad de pronunciarse. La policía dispara y el resultado de una bala destruyendo a los vivos se vuelve la política última. De aquí en adelante, ya no se le ve el fin.
El barrio de Zeinhom, de la zona conocida como Sayyidah Zaynab, en El Cairo, es un vecindario pobre con sucias cafeterías y calles llenas de basura, con construcciones hechas con adobe de lodo del Nilo que se sostienen una a la otra en el calor de 37 grados centígrados. ¿Será posible encontrar una calle más deprimente para los furiosos hombres y mujeres pertenecientes a la Hermandad que tienen que llorar la muerte de sus seres queridos?
A veces las familias de El Cairo piden estar presentes durante las autopsias que se practican a sus seres queridos; por lo tanto, los lamentos que llenaban el aire caliente de Zeinhom este jueves eran más que rituales de duelo. Algunos quisieron ver en los muertos la más concreta representación de su realidad. Yo conté más de 70 cadáveres. Algunos ataúdes estaban colocados encima de otros y hombres enormes se empujaban y se abrían paso para entrar a la funeraria; algunos se cayeron encima del hielo y de esas espantosas bolsas de celofán.
Los rostros de esos muertos estaban cubiertos por nudos del celofán, su espectral presencia a veces era aligerada por el alivio de ver un par de pies, aún cubiertos por zapatos baratos de suela de goma que asomaban de camillas que estaban colocadas en el suelo, entre los ataúdes.
Entre las personas que estaban en la funeraria se hacían comentarios sobre acercarse a los policías (a quienes nunca vi) y sobre ir a las instalaciones de la alcaldía de Giza, que está de camino a las pirámides, para prenderles fuego, decían con entusiasmo.
Así volvemos a la pregunta de fondo: ¿Por qué tantos muertos?
En una calle cercana encontré a Abeer Saady, reportera del periódico Sharouk y vicepresidenta del Sindicato Egipcio de Periodistas, que miraba a la multitud. Antes, ella estuvo buscando el cuerpo de un colega; Ahmed Abdul Dawed, un simpatizante de la Hermandad Musulmana que, ironía de ironías, trabajaba para el periódico gubernamental Al Akhbar.
La Hermandad quiere enaltecer la figura de los muertos que el gobierno quisiera dejar en el bajo perfil, me dijo Abeer Saady con tristeza. Desde luego son muchos más de los 194 que el gobierno admitió originalmente. Yo calculo que hay entre 350 y 500 muertos.
Pero si yo vi 70, sólo este jueves, sospecho que las fatalidades bien pudieron llegar a mil o más. Otros periodistas árabes pagaron el mismo precio que Ahmed Dawed. Habiba Ahmed Abd Elaziz trabajaba para Gulf News, pero estaba de licencia de su empleo cuando fue baleada cerca de la mezquita de Al Adawiyeh, en Ciudad Nasr.
Hace mucho tiempo que la Hermandad abandonó cualquier afecto por los periódicos locales, pero aún tienen tiempo para los infieles de la prensa extranjera. Pese a esto, sus respuestas a mis preguntas fueron muy distantes.
¿Quién es?, le pregunté a un joven que estaba parado junto a un cuerpo cubierto por una keffiyeh. A usted qué le importa, me contestó. Le murmuré algo estúpido de que era un ser humano y merecía tener nombre y sólo se encogió de hombros. Un anciano sentado sobre la tapa de un ataúd me dijo que adentro del mismo yacía un hombre llamado Adham. Insistí en saber su nombre completo porque estoy convencido de que los nombres vuelven reales a los muertos.
Mahmoud Mustafa, me gritó otro hombre cuando le señalé el montón de hielo que cubría a su hijo muerto. Otro hombre me dijo que estaba cuidando el cuerpo de Mohamed Fared Mutwali, quien tenía 57 años el miércoles, cuando lo mató la policía. Lentamente, los nombres devolvieron la vida a los muertos.
Luego, un joven listo que trataba de hablar en inglés pero estaba llorando puso su mano en mi hombro y señaló otro bulto de celofán. Ése era mi hermano, dijo. “Le dispararon ayer. Era médico. Su nombre era doctor Khaled Kamal y estudió medicina en Beni Suef, en el norte de Egipto. La gente se aferró a la única palabra de inglés que entendieron y gritaron doctor, doctor, una y otra vez.
No puede uno ver estas cosas, escuchar estas palabras y pensar que la tragedia de Egipto quedará sepultada hoy con los muertos. Desde esta mañana, a través del mundo árabe, esta semana que es la más sagrada para los musulmanes, quedará asociada con la violencia tanto como con la oración. La Hermandad recordará a sus muertos en las mezquitas de El Cairo y los egipcios esperarán una reacción del gobierno, de la policía y del ejército. Una respuesta del general Abdel Fattah Sisi.
Desde luego, se puede intentar balancear el dolor afuera de la funeraria con lanormalidad con que el gobierno quiere que todos en El Cairo disfrutemos los caminos que han dejado de estar bloqueados, los camiones que limpian la destrucción que quedó donde se encontraba el campamento de Ciudad Nasr, el anuncio de que se reanudará el servicio ferroviario entre la capital y Alejandría.
Sin embargo, hay pequeñas cosas del lugar donde están los muertos que se quedan en la mente. El hombre que me alienta a entrar a la funeraria y que no deja de rezar, el alegre plástico azul con el que forraron el exterior de un ataúd y la incongruencia de ver en él una etiqueta de Etihad Airways pegada torpemente en un extremo.
En la acera de enfrente, dos vendedores de café discutieron y luego comenzaron a pelarse y de pronto la calle está llena de vidrios y piedras pues la gente que simpatiza con el gobierno salió de sus deteriorados hogares y se convenció de pronto de que el más bajo de los vendedores de café es de la Hermandad Musulmana. Después, una pandilla de hombres de Mursi aparece y empieza también a arrojar piedras.
Un microcosmos de anarquía que le recuerda a uno de la fragilidad que se vive en El Cairo. Será bueno volver a la relativa seguridad del viejo Hotel Marriot, sobre la ribera del Nilo. Pero no es así. Tan pronto como llego a lo que considero mi hogar en la capital egipcia me entero de que Raad Nabil, un policía turístico que lleva años trabajando en el hotel caminaba rumbo a su casa al otro lado del río, en el barrio de Mohandeseen, hace unas horas, cuando un grupo de hombres lo amenazó. Él sacó su pistola y disparó al aire, pero uno de los hombres le arrebató el arma y la apuntó contra Raad Nabil, un hombre indefenso de poco más de 50 años, y le disparó en el corazón.
Me pregunto qué nos dice eso. Seguramente se trata de otro pronunciamiento.

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