Líneas rojas dibujadas con sangre siria

Musa al-Gharbi
Counterpunch

No importa si el presidente sirio Bashar al-Assad utilizó armas químicas. Los Estados Unidos y sus aliados probablemente lanzarán un ataque contra Siria en un futuro muy cercano. Las razones de ello no tienen nada que ver con el reciente incidente de Ghuta.
En respuesta al ataque químico de abril de este año, dos meses más tarde los Estados Unidos declararon que el régimen de al-Assad había cruzado su “línea roja” y comenzó a proveer armas a los rebeldes. Proveyeron suficiente ayuda como para complicar las campañas del régimen en áreas críticas, pero no suficiente como para permitir a los rebeldes marchar sobre Damasco.

De acuerdo con The Washington Post, esta política fue decidida semanas antes de que aparecieran los reports sobre uso de armas químicas; de hecho, CBS News informó que esos esfuerzos ya estaban en marcha antes de que ocurrieran los ataques químicos —fueron meramente incrementados en junio (de 2013). Esto es, los informes sobre uso de armas químicas en Siria fueron utilizados como pretexto para justificar una decisión profundamente impopular con que la administración ya se había comprometido.
Había una cantidad de problemas serios en la acusación de la administración Obama contra al-Assad. Tras revisar la evidencia de los Estados Unidos y sus aliados, las Naciones Unidas la declararon no convincente y ordenaron su propia investigación del incidente. Subsecuentemente, su investigador en jefe afirmaría que la evidencia sugería fuertemente que fueron los rebeldes quienes ejecutar el ataque.
Esto no debería haber sido una sorpresa –al-Qaeda tiene antecedentes en recurrir a estas tácticas, y los m medios, el motivo y la intención probada para hacerlo. Los ataques fueron de menor escala, utilizaron un agente químico que se sabe que la organización posee. Más aún: el ataque fue ejecutado en una zona que estaba en verdad bajo control del gobierno en ese momento, antes que en una zona rebelde.
La evidencia era tan fuerte contra el relato de la Casa Blanca que los únicos lo que respaldaron fueron aquellos que ya se habían comprometido a intervenir (Francia, Reino Unido, Israel, las monarquías). Y aunque muchas de las afirmaciones de la administración respecto del incidente se habían demostrado problemáticas, en el mejor de los casos, la Casa Blanca, de un modo orwelliano, continúa manteniéndola sin consideración alguna por los hechos y sin atemperar sus acusaciones a la luz de las evidencias posteriores.
La respuesta de la administración al último incidente ha sido igualmente perturbadora. Después de reclamar una investigación de las Naciones Unidas y tras la sorprendente decisión de al-Assad de facilitarla (afirmando que podia probar que el ataque había sido realizado por los rebeldes)—, los Estados Unidos y sus aliados expresaron un total desinterés en lo que pueda determinar la investigación e indicaron que no esperarían los resultados. Nunca tuvieron la intención de hacerlo: su esperanza era que al-Assad jugaría su rol dentro del relato obstruyendo la investigación —ello permitiría a los Estados Unidos aseverar que “debe tener algo que esconder” y juzgarlo culpable más fácilmente a falta de otra evidencia. Sorprendentemente, han decidido seguir su curso pese a la respuesta favorable de Assad.
Los poderes aliados ya están colocando en posición sus recursos navales, en preparación de los ataques quirúrgicos (pese al hecho de que el arquitecto de este plan se ha vuelto en su contra); los Estados Unidos están preparando 20.000 soldados para desplegar en el teatro sitio aunque la administración no tiene aprobación del Congreso para involucrarse (tornando las acciones de la Casa Blanca impugnables legalmente). El Reino Unido ha redactado un borrador de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU culpando a al-Assad por el ataque y aprobando la violencia como repuesta, y ha declarado su intención de atacar incluso sin un mandato de la ONU (i.e., en violación del derecho internacional), a pesar a la investigación de la ONU en marcha y en desafío de las advertencias del enviado especial de la ONU Lakhdar Brahimi (afortunamente, el Partido Laborista británico ha interferido en este plan, al menos temporariamente).
¿Cuál es el apuro? Como se dice, el timing lo es todo.
La decisión previa de la administración Obama de armar a los rebeldes ocurrió justo antes de la caída de la crucial ciudad de al-Qusayr y mientras el Ejército sirio preparaba una gran campaña para eliminar a las fuerzas rebeldes en Aleppo. Entonces, Arabia Saudita y Francia argumentaron vehementemente que era necesario algún tipo de intervención inmediata para detener esos esfuerzos, que, de lo contrario, probablemente tendrían éxito –y serían devastadores para la rebelión.
Este nuevo incidente con armas químicas ocurrió justo en el momento en que el régimen está al borde de una general victoria de facto sobre la insurgencia, en momentos en que la atención mundial está concentrarada sobre todo en la crisis que se desarrolla en Egipto.
Es inquietante que estos incidentes con armas químicas ocurran en momentos en que los rebeldes tienen una necesidad más desesperada de intervención extranjera, que también resultan ser los momentos en que tendría menos sentido para el régimen recurrir a ellas. Aparentemente, esta patrón no preocupa a la administración Obama, que afirmar que “no hay duda” de que al-Assad perpetró el ataque. Y aunque según su propio relato de los hechos, el Ministerio de Información sirio estaba indignado por el ataque, que el Estado no autorizó, la administración ha calificado al incidente como una provocación que exige “castigo”.
Todo ello sugiere más bien fuertemente que la política está dando forma a la evaluación de inteligencia del gobierno antes que lo contrario –que la inteligencia guíe sus políticas. Vimos el mismo patrón en el camino hacia la guerra en Irak, cuando la Casa Blanca calificaba a la inteligencia sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein un “golazo”.
Entonces, como ahora, la verdad, o falsedad, de estas afirmaciones es irrelevante.
Incluso si las armas químicas no fueron utilizados por nadie en Siria, dada la dinámica del conflicto, la administración estaría utilizado otros medios para justificar la intervención. Así como con la Responsabilidad de Proteger (http://www.responsibilitytoprotect.org/ICRtoP%20Factsheet%20ESPANOL.pdf) o la “Guerra contra el Terror”, cuando es conveniente geopolíticamente (consideren por un momento queArabia Saudita es uno de los aliados principales para “llevar democracia” a Siria), cuando hay poco por ganar con una intervención, están pronto a mirar para otro lado ante tremendos sufrimientos humanos. Las ideologías son utilizadas para justificar antes que para determinar las políticas.
Los argumentos derivados de estos tópicos repetidos típicamente dependen fuertemente de una inteligencia precaria y politizada, de afirmaciones exageradas, de una retórica vacías y, a veces, de puras y simples mentiras. Siria es un ejemplo primario de estos patrones: el discurso popular sobre el conflicto es la virtual antítesis de lo que parece ocurrir en el terreno.
Pero incluso en aquellos casos en que las acusaciones son más o menos verdaderas, no se puede perder de vista el hecho de que estos intercesores no actúan por altruismo, sino que están explotando el horror y las tragedias ajenas al servicio de sus propios fines geopolíticos. A menudose pierden más vidas por la Responsabilidad para Proteger que las que se habrían perdido sin intervención, mayor opresión sigue a una “liberación” occidental, más grandes atrocidades ocurren como resultado de un “castigo” occidental a “crímenes contra la humanidad”, se creanmás extremistas con la “Guerra contra el Terror”. Pero es irrelevante si se logra o no el fin “moral” al que se ha adherido en tanto se obtenga el objetivo geopolítico.
Como la administración Obama ha dejado abundamente en claro, los inminentes ataques occidentales contra Siria no tendrán como objetivo deponer a al-Assad. El objetivo no es resolver sino perpetuar el conflicto. Es inaceptable para los hacedores de políticas en Occidente que al-Assad emerja victorioso del conflicto, como parece factible en el próximo a mediano plazo. Sin embargo, tampoco una victoria rebelde es una opción plausible por el momento —aun si los Estados Unidos acordaran realizar uan intervención al estilo de Libia (en tanto la “victoria” sea entendida como el que facciones rebeldes liberales u obedientes respecto de Occidente sean capaces de tomar, esgrimir y mantener el poder y la legitimidad luego de un derrocamiento de al-Assad). Así que, dado que la gente “correcta” no está en condiciones de ganar, el objetivo es evitar que alguien gane.
Esta estrategia permitirá que Hezbollah, el Ejército Sirio y al-Qaeda se destrocen unos a otros, demasiado consumidos por el conflict para plantear amenaza significativa alguna a Occidente, sus aliados o sus intereses. Simultáneamente, las fuerzas “aliadas” intentarán incrementar la capacidad de los “buenos” hasta que estén en condiciones de obtener una viable solución militar que sea aceptable. Finalmente, trabajando bajo la ilusión de que “igualando las fuerzas” de algún modopromoverán antes que prevendrán un acuerdo negociado, continuarán su búsqueda incoherente y a medias de una solución diplomática —incluso si siguen socavando esos esfuerzos al insistir en que el presidente (sirio) dimita como precondición de las conversaciones. De un modo u otro, no se permitirá que la guerra termine a menos –o hasta—que los Estados Unidos hayan alcanzado su objetivo.
Por supuesto, esta estrategia es incalculablemente devastadora para los pueblos del Líbano, Siria y la región –pero esa no es una gran preocupación. Los intereses geopolíticos se imponen sobre la “inteligencia” así como sobre la moral.