Hans Küng, el teólogo incómodo

Carlos Martínez García
La Jornada

     El gran teólogo suizo ha expresado públicamente que tiene mal de Parkinson. Ante tan devastadora noticia, Hans Küng analiza la posibilidad de recurrir al suicidio asistido. Cerca de cumplir 90 años no quiere, dice, seguir viviendo como una sombra de mí mismo.

Congruente con ideas que ha sostenido desde que fue nombrado, en 1962, consultor teológico del Concilio Vaticano II, Küng mantuvo una clara posición crítica hacia los pontificados subsiguientes al de Juan XXIII, convocante de aquel acontecimiento. Küng señaló que la Iglesia católica fomentó “una disociación entre la política exterior y la política interior. Para él esa disociación era evidente desde 1967 (con Paulo VI), cuando “de cara al exterior (lo que no le costaba nada a la Iglesia), la Iglesia era progresiva, como en la encíclica Populorum progressio. Pero de puertas adentro, en sus propios asuntos, la Iglesia era reaccionaria, y publicó una encíclica sobre el celibato (Sacerdotalis coelibatus)”. Así, consideraba Küng, las más altas verdades del Evangelio se aderezaban para demostrar lo que no puede probarse: que debe existir un celibato obligatorio para los sacerdotes (La Iglesia católica, Editorial Random House Mondadori, Barcelona, 2002, pp. 240 y 241).
Küng ha padecido a manos de las autoridades del que llama su hogar espiritual, reprimendas y sanciones por sostener posiciones mal vistas por la cúpula clerical romana. Muy al principio del papado de Juan Pablo II denunció que el régimen del clérigo polaco estaba restaurando el estado de cosas anterior al Concilio Vaticano II. Por sus posturas, a Küng en 1979 le fue retirada la licencia para enseñar como teólogo católico. El organismo encargado de la sanción fue la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuya antecesora, la Santa Inquisición, tiene amplia historia en la persecución de los disidentes.
En la obra de Küng que hemos citado, publicada en inglés en 2001, es decir, bajo el papado de Juan Pablo II, el sacerdote y teólogo suizo escribió que la responsabilidad de la ruptura protestante fue más obra de la jerarquía católica romana que de Martín Lutero: “Todo el que haya estudiado esta historia no puede albergar dudas de que no fue el reformista Lutero, sino Roma, con su resistencia a las reformas –sus secuaces alemanes (especialmente Johannes Eck)–, la principal responsable de que la controversia sobre la salvación y la reflexión práctica de la Iglesia sobre el evangelio se convirtiera rápidamente en una controversia diferente sobre la autoridad e infalibilidad del papa y los concilios. A la vista de la cremación del reformista Jan Hus y de la prohibición del Concilio de Constanza de que el laicado bebiera del cáliz en la eucaristía, se trataba de una infalibilidad que Lutero no podía refrendar en modo alguno” (p. 168).
En 2010 envió una misiva a los obispos de la Iglesia católica. En ella les hizo un llamado para que dejaran de obedecer incondicionalmente a Benedicto XVI, quien encabezaba una institución en la peor crisis de credibilidad desde la Reforma. Para salir de tal crisis Küng convocaba para poner en práctica seis acciones muy puntuales: 1) no guardar silencio frente al férreo verticalismo del Papa, ¡Envíen a Roma no manifestaciones de su devoción, sino más bien llamados a la reforma!; 2) dar pasos concretos en su esfera de influencia para iniciar la reforma, grandes movimientos han sido iniciados por grupos pequeños; 3) recobrar la colegialidad y oponerse a la curia romana, recuperar el decreto del Concilio Vaticano II sobre que el gobierno de la Iglesia católica debe realizarse en común, entre el Papa y los obispos; 4) no rendir obediencia incondicional al Papa, porque “sólo Dios merece obediencia incondicional… presionar a las autoridades romanas en el espíritu de la fraternidad cristiana puede ser permisible e incluso necesario cuando no cumplen con las expectativas del espíritu del Evangelio y su misión”; 5) trabajar para alcanzar soluciones regionales, en tanto que existen mejores condiciones generales para reformar a toda la institución, y 6) convocar a un concilio, ya que los obispos tienen autoridad para hacerlo, cuyo objetivo sería solucionar los problemas dramáticamente intensos que ameritan una reforma.
Algunas de las acciones del papa Francisco han sido bien recibidas por Küng. Le reconoce al pontífice argentino sensibilidad para hacer a un lado todo el lujo y boato reinante en la Iglesia católica, así como su acercamiento a las realidades que laceran a tantos marginados. Pero, de nueva cuenta, señala que hay retos internos en la institución que deben ser resueltos con un espíritu evangélico (con los principios del evangelio), y no con la cerrazón doctrinal romana ni con el verticalismo clerical.
En su artículo La prueba decisiva de Francisco (Ver), Küng menciona que el pontífice romano tiene por delante la prueba decisiva de la reforma papal. Además, para él, es urgente dejar atrás la política doctrinal y eclesiástica que mantiene en el ostracismo y la exclusión a tres grupos: 1) los divorciados que al volver a casarse, quedan excluidos para el resto de su vida de los sacramentos de la Iglesia; 2) las mujeres que debido a la posición eclesiástica respecto a los anticonceptivos, la fecundación artificial y también el aborto son despreciadas por la Iglesia y en no raras ocasiones padecen miseria de espíritu. También se pronuncia por la deseable ordenación sacerdotal de las mujeres; 3) los sacerdotes apartados de su ministerio por razón de su matrimonio: su número, en los distintos continentes, asciende a decenas de miles. Igualmente sostiene que debe derogarse la ley del celibato obligatorio sacerdotal, porque una soltería prescrita por el derecho canónico contradice la libertad que otorga el Nuevo Testamento, la tradición eclesiástica ecuménica del primer milenio y los derechos humanos modernos.
El teólogo incómodo espera ser rehabilitado como sacerdote y teólogo católico por el papa Francisco. De así suceder, considera Küng,sería una señal para muchos el que esa injusticia fuese reparada.