La restricción eterna

Aldo Ferrer
Diario BAE

El juego de palabras del epígrafe pretende enfatizar la importancia de la reaparición de un antiguo problema de la economía argentina: la restricción externa. El cambio de rumbo después de la crisis del 2001/2 permitió recuperar la producción y el empleo, reestructurar la deuda externa, cancelar la pendiente con el FMI y atender necesidades sociales urgentes. El sistema se acercó a las posiciones de pleno empleo de la fuerza de trabajo y ocupación de la capacidad productiva. En este nuevo escenario reapareció la restricción externa. Es decir, la insuficiencia de divisas para sostener el pleno empleo y crecimiento de la economía argentina, en condiciones de equilibrio de los pagos internacionales. Éste vuelve a ser el factor determinante del desarrollo del país y la estabilidad de las variables macroeconómicas. Conviene recordar los antecedentes del problema.

Bajo el modelo de la economía primaria exportadora, inaugurado a mediados del siglo XIX y clausurado con la crisis mundial de los años treinta, los pagos internacionales eran la correa de transmisión entre el ciclo económico mundial y la actividad económica interna. Sin embargo, no existía una insuficiencia crónica de divisas para sostener ese régimen de acumulación y crecimiento dentro del sistema existente. En el plano institucional, desde la presidencia de Mitre hasta el golpe de Estado de 1930, la política se desenvolvió en el marco de las reglas de la Constitución, perfeccionadas bajo la Ley Sáenz Peña. No existieron, pues, restricción externa ni turbulencias institucionales que trabaran ese modelo de desarrollo de la economía argentina.
El problema se instala en 1930, con la crisis mundial y el agotamiento del modelo agroexportador, en el contexto de un golpe de Estado, el 6 de septiembre de 1930, que abrió un prolongado período, hasta 1983, de inestabilidad institucional. Comenzó, en aquel entonces, la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), con dos rasgos principales. Por una parte, una elevada proporción de abastecimientos importados, de insumos y equipos, en la producción manufacturera. Por la otra, una baja capacidad de exportaciones de bienes de origen industrial. Es decir, la ISI operaba con un desequilibrio en su balance de pagos internacionales. Es decir, un déficit en el comercio internacional de manufacturas de origen industrial (DMOI). En una primera fase, la producción industrial permitió ahorrar divisas disminuyendo el coeficiente importaciones/PBI, del 25% en 1929 al 10% hacia 1950. Este último resultó un piso de largo plazo. El DMOI se pagaba con el superávit del comercio de productos primarios (SPP)
A partir de la crisis mundial de la década de 1930, debido a la convergencia de factores internos y externos, el SPP entró en un prolongado período de estancamiento. En consecuencia, las fases de expansión de la actividad industrial y, consecuentemente, de aumento de DMOI, tropezaban con un “cuello de botella” en el balance de pagos, es decir, la restricción externa. Una vez que se agotaban las posibilidades de endeudamiento, el epílogo era el ajuste para restablecer el equilibrio perdido.
Hasta 1976, la deuda había sido una respuesta a las insuficiencias transitorias del balance de pagos y resultado de la característica estructural de la economía argentina, o sea, el DMOI de la ISI. En 1976, en el marco de la globalización financiera internacional, la dictadura interrumpió el crecimiento manufacturero e introdujo un cambio radical en la naturaleza de la restricción externa. La liberación de la tasa de interés y del movimiento internacional de capitales insertaron plenamente a la economía argentina en la especulación financiera internacional. Esta estrategia provocó el aumento incesante y acumulativo de la deuda externa.
A partir de 1976, la política económica quedó subordinada a la refinanciación de la deuda. En tales condiciones, la restricción externa no surgía del comportamiento de la economía real sino de la posibilidad de acceder o no al crédito internacional. El stop go de la economía real bajo la ISI pasó a ser el stop go de la especulación financiera. Al final, la macroeconomía estalló bajo el impacto de los crecientes e inmanejables déficits del balance de pagos y las finanzas públicas. En 1983 culminó la experiencia iniciada en 1976. Las restricciones fiscal y externa eran entonces insoportables, como volverían a serlo, más tarde, en el epílogo de la misma estrategia en la década de 1990, hasta la crisis terminal del 2001. El gobierno de Alfonsín condujo al país a su reencuentro con la democracia pero no logro zafar de la deuda y la restricción externa. En la década siguiente, los años noventa, el gobierno de Menem culminó la transformación iniciada en 1976. Adhirió incondicionalmente al paradigma neoliberal, con más profundidad que en cualquier otro país de América latina y el resto del mundo. Definitivamente, la marcha de la economía quedó subordinada al movimiento de capitales especulativos. Al mismo tiempo, la venta de los principales activos públicos transfirió a manos privadas (principalmente, filiales de corporaciones transnacionales), el petróleo, las telecomunicaciones, la energía, los transportes y otros activos principales.
Los ingresos por las privatizaciones, más el reinicio de la corriente de capitales especulativos una vez concluida la crisis de la deuda latinoamericana, provocaron un auge inicial de la economía. En este escenario, en un mercado libre, el tipo de cambio fijo en paridad con el dólar, permitió estabilizar el nivel general de precios. Pero la restricción externa se multiplicaba con la apreciación del peso, la pérdida de competitividad de la producción nacional y el pago de los servicios de la deuda. El apoyo del FMI y los “canjes y megacanjes” generaron rentas extraordinarias en los intermediarios. Como lo anticipó el Grupo Fénix de la Universidad de Buenos Aires en septiembre de 1991, el sistema se encaminaba inexorablemente al derrumbe de la seguridad jurídica, es decir, de los contratos entre residentes denominados en dólares y al default sobre la deuda externa. La restricción externa bajo la ISI impidió un crecimiento a la altura del potencial del país. Sin embargo, el alcanzado fue considerable y permitió una mejora de las condiciones sociales. En cambio, bajo el paradigma neoliberal, los períodos 1976-83 y 1989-2001, fueron los peores de la historia económica argentina, con un dramático deterioro del empleo y las condiciones sociales.