La rivalidad entre Arabia Saudí e Irán. Debate en Teherán sobre el conflicto sirio

Bernard Hourcade

El equilibrio de poder sobre el terreno en Siria depende en gran medida del apoyo de los actores regionales: de Irán y de las monarquías árabes. La nueva política del presidente Hasan Ruhani para resolver la crisis nuclear y normalizar las relaciones con Estados Unidos podría modificar esta situación y cambiar el equilibrio de poder. En Teherán, cada vez se explicita más el debate entre quienes piensan que ahora la potencia rival es Arabia Saudí, y los más radicales que siguen dando prioridad a la lucha contra Estados Unidos e Israel.

Desde el punto de vista militar, el drama sirio es un “conflicto de baja intensidad” que mata a los civiles, a la sociedad, a la economía y a las ciudades aunque no afecta realmente a los grandes equilibrios internacionales y regionales. Ciertamente intervienen en este drama muchas fuerzas. Pero ¿no se subestima el papel de Irán y de Arabia Saudí, cuya rivalidad se ha acentuado recientemente por el proceso de normalización de relaciones entre Teherán y Occidente para disgusto de Riyad, de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) y de Israel?

La guerra entre Irán e Iraq (1980-1988) fue la primera confrontación indirecta entre la joven República Islámica de Irán y las monarquías árabes vecinas, las cuales, en su mayoría, a excepción de Arabia Saudí, habían alcanzado la independencia hacía menos de diez años. Hoy, Siria se ha convertido en el campo de batalla de los fantasmas de la Guerra Fría pero sobre todo de la rivalidad de potencias regionales emergentes: el Estado iraní, con su especificidad histórica, chií y republicana, y el Estado saudí (seguido por voluntad propia o a la fuerza por otras monarquías árabes) con su especificidad monárquica, petrolera y suní.

Según Riyad, se debe establecer un sistema de cerco y control de Irán en un momento en que Estados Unidos se retira de la zona. Mientras que para Irán la prioridad radica en evitar que el conflicto sirio interrumpa o incluso haga fracasar la política del nuevo presidente Hasan Ruhani: la normalización de relaciones con los países occidentales y las negociaciones sobre el contencioso nuclear. En Irán se está produciendo un debate cada vez más abierto entre los “islamistas” y los “moderados”. Los primeros, los Guardianes de la Revolución y los religiosos radicales, son reticentes ante una apertura demasiado rápida a Occidente y a hacer concesiones en la cuestión nuclear. Dan prioridad al apoyo a Bashar Al-Asad y a Hizbolá, así como a la lucha contra Israel. Los segundos priorizan la normalización económica, el levantamiento de las sanciones y la reanudación de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Para ellos, la guerra en Siria es una carga. Pero hay consenso sobre el bloqueo de la avanzada saudí y “la amenaza de cercar” a Irán.

Frente a Riyad y los yihadistas

La ayuda de la República Islámica al gobierno de Damasco se inscribe en primer lugar en el contexto de una alianza militar, económica y política heredada de la guerra irano-iraquí y de la invasión de Líbano por Israel en 1982. Esta alianza ha permitido a Irán abrir un segundo frente contra Israel pero sobretodo contra las fuerzas occidentales que apoyaron a Iraq. La dimensión ideológica del apoyo iraní a la Siria de los al-Assad es evidente en el apoyo al Hizbolá chií y para fortalecer el frente de oposición en contra de Israel, pero la política de Irán nunca se ha reducido al chiísmo y siempre ha tenido en cuenta la defensa sus intereses nacionales. Así, durante dos décadas, Siria e Irán han construido sólidas relaciones políticas, económicas y culturales. Así que la Fuerza Al-Quds de los Guardianes de la Revolución [1] ha intensificado inmediatamente sus actividades en Siria para defender a su aliado y preservar sus lazos con Hizbolá. Durante el saqueo de la embajada británica en noviembre de 2011, los manifestantes gritaban en apoyo a la “nueva yihad contra los sionistas en Siria”...

Para las facciones radicales del gobierno de Teherán, ese apoyo a Siria ofrecía asimismo una oportunidad para revivir la dimensión islámica de una política iraní que parecía orientarse hacia una mayor pragmatismo, o incluso hacia la apertura a Occidente. Mahmud Ahmadineyad, aportó en efecto su respaldo a su aliado Bashar al-Asad, pero criticó su brutalidad y llevó a cabo algunos contactos con los rebeldes para evitar que un eventual colapso del régimen de Damasco le cogiera desprevenido. Bajo la influencia del Ministerio de Relaciones Exteriores, Teherán se negó igualmente a enviar tropas terrestres y apoyó los esfuerzos diplomáticos del representante de la ONU Lajdar Brahimi, para hallar rápidamente una solución política duradera y evitar que el poder en Damasco cayera en manos de los saudíes.

La prudencia de esta primera fase quedó rápidamente superada por las consecuencias del apoyo —verbal, pero entonces lleno de promesas, de los franceses y estadounidenses a los rebeldes. Si los primeros pretendían prioritariamente apoyar un futuro gobierno democrático en el que no interfiriese demasiado Teherán, los segundos aspiraban primero a hacer caer al régimen de Bashar a fin de quebrar el “arco chií”, considerado como el eje prioritario de la política de la República Islámica. Acabar con Bashar al-Asad haría caer al mismo tiempo a la República Islámica que amenaza a Israel. Esta prioridad del objetivo iraní fue reiterada en diversas ocasiones por neoconservadores estadounidenses como John Bolton [2]. De manera más matizada, Laurent Fabius, no quiso en la primavera de 2013 que Irán participase en las negociaciones de Ginebra 2, pues temía que Teherán no diese su apoyo a la paz en Siria a cambio de concesiones en el tema nuclear. Siria importaba poco, el objetivo final del conflicto era Irán.

La rivalidad entre Irán y Arabia Saudí se ha apoderado del conflicto sirio. Qatar, y especialmente Arabia Saudí y sus aliadas las monarquías árabes suníes, han reemplazado con mucho gusto a los países occidentales que se negaron a proporcionar apoyo militar a los rebeldes, combatiendo contra el poder de Damasco y contra el “expansionismo iraní y chií”. Ds este modo, los combatientes yihadistas se impusieron rápidamente sobre el terreno a expensas de las fuerzas democráticas. Para Teherán, la posibilidad de ver caer Damasco en manos de un gobierno suní wahabí era inaceptable porque ello debilitaría sus recursos contra Israel, pero sobre todo porque amenazaría con desestabilizar Iraq. La memoria de ocho años de guerra ha provocado un consenso nacional en Irán, no de apoyo al régimen de Bashar al-Asad al que se consideran irrecuperable, sobre todo después de la utilización de armas químicas, sino de crear en Damasco un “poder neutro” que no sea “wahabí”.

La amenaza —la obsesión— del cerco de las fuerzas hostiles es uno de los fundamentos de la identidad nacional iraní desde la fundación del Irán moderno en el siglo XVI. Por lo tanto, Teherán teme que la retirada de Estados Unidos de Iraq y Afganistán conduzca a un fortalecimiento del poder político y militar de Arabia Saudí, particularmente si los talibanes recuperan el poder en Kabul. El derrocamiento de Muhammad Mursi en Egipto y el apoyo saudí al régimen militar del general Abdel Fatah al-Sissi, además de la retirada de los yihadistas de la Coalición Nacional Siria (CNS), han reforzado el temor iraní al complot saudí. Tanto en los medios de comunicación como en los sermones, los políticos y los hombres de religión iraníes denuncian sin nombrarlas la acción de “fuerzas extranjeras” que apoyan a los yihadistas (denominados takfiríes —apóstatas) y los “crímenes cometidos por los estadounidenses y por Israel en la región”.

Divisiones en el seno de la República Islámica

La guerra en Siria se ha convertido así en un asunto mayor pero incontrolado que inquieta a Irán justo cuando la elección de Hasan Ruhani abre perspectivas para la normalización internacional y de que se regule el conflicto nuclear. Irán se ve obligado a reforzar su apoyo al gobierno de Damasco, principalmente mediante la intervención de Hizbolá, para honrar sus alianzas y su pasado, y contener la expansión de Arabia Saudí. Pero al mismo tiempo debe hallar la forma de retirarse lo antes posible de un conflicto interminable que podría hacer fracasar la nueva política de apertura del nuevo gobierno iraní apoyado por el Guía Ali Jamenei.

La actualidad de los medios de comunicación iraníes está dominada por las negociaciones en curso sobre el tema nuclear, pero la guerra en Siria se está utilizando cada vez más por parte de las facciones islamistas radicales que cuestionan la apertura y la moderación política de Hasan Ruhani. El general Gasem Soleymani, comandante de la Fuerza Al-Quds, declaraba el 4 de septiembre: “[…] apoyaremos a Siria hasta el final”, mientras que Alaeddin Borouyerdi, vicepresidente del Parlamento, aportaba su respaldo el 22 de octubre “a la nación y al gobierno sirios que están en el frente de la resistencia contra la agresión extranjera”.

La mayoría de las fuerzas, sin embargo, sostienen otro análisis. La página web del diario moderado Mardom Salari explicitaba el 3 de septiembre las bases de una nueva política iraní que no respaldara la desacreditada personalidad de Bashar al-Asad Assad sino un poder de compromiso. En el diario Bahar, el 12 de octubre de 2013 [3] se comparaba al presidente sirio con Sadam Husein, mientras que Jomhuri Eslami [4] invitaba a “resolver las tensiones con los saudíes a través de la negociación" y a “considerar a Arabia Saudí como un rival y no como un enemigo”. En lo que respecta al aumento de los yihadistas y a la cuestión de las armas químicas, Teherán mantiene una posición paradójicamente comparable a la de Francia. En Irán se reconoce que el apoyo tradicional a Damasco es una causa perdida, una peligrosa trampa de la que se debe salir lo más pronto posible aunque no a cualquier precio.

Sin embargo, la rivalidad entre Irán y Arabia Saudí corre el riesgo de radicalizarse desde que Estados Unidos ha decidido normalizar —progresivamente— sus relaciones con Irán. La conversación telefónica entre los dos presidentes parece haber marcado un punto de no retorno en este largo proceso que acabará por re-equilibrar las fuerzas a favor de Irán y por desembocar en dos gendarmes para un solo Golfo, este más Pérsico que nunca. Arabia Saudí, las monarquías árabes e Israel ya no tienen el monopolio del favor de los países occidentales. El golpe de efecto de Arabia Saudí al rechazar sentarse en el Consejo de Seguridad de la ONU parece reflejar ese desasosiego. Como miembro del Consejo, a Riyad se le hubiese forzado a fomentar que las potencias extranjeras que participan en la guerra sin acuerdo ni mandato internacional pusieran fin a su apoyo. Ello hubiera concernido a Irán, pero asimismo la propia Arabia Saudí se hubiese visto obligada a destapar su apoyo activo a los yihadistas en Siria y a abandonar su tradicional política de discreción y acciones amortiguadas. La confrontación directa con Irán es demasiado difícil e incierta, pero un conflicto de baja intensidad en Siria...

Hasan Ruhani siempre ha declarado que la prioridad de su política exterior sería el fortalecimiento de los lazos con Arabia Saudí, en continuidad de la política llevada a cabo por los presidentes Hashemi Rafsanyani y después por Muhammad Jatami e interrumpida por Ahmadineyad. Sin embargo, ha rechazado la invitación del rey saudí a participar en el hach (la peregrinación a La Meca), lo que refleja la complejidad de las relaciones entre estas dos potencias emergentes de la región que compiten en Siria y tal vez mañana Afganistán.

¿Lo peor es siempre lo más probable? Puede que no. Estados Unidos y la Unión Europea resultan incompetentes e ineptos sobre el terreno afgano, iraquí o sirio, pero no carecen de medios de presión para promover si no la cooperación, al menos la convivencia pacífica, no entre suníes y chiíes, sino entre dos Estados cuya naturaleza se ha transformado profundamente en los últimos treinta años.

Notas:

1.- Fuerzas Especiales de Pasadaran, la Guardia Revolucionaria, nombrada con el apelativo de Jerusalén (en árabe Al-Quds).
2.- El ex vicesecretario de Estado de George W. Bush fue embajador de Estados Unidos ante la ONU. Se trata de uno de los militantes neoconservadores más contundentes contra los iraníes. Estaba (y sigue estando) a favor de la invasión de Irán, o al menos de bombardeos masivos.
3.- Diario “moderado” que apoya la diversidad política en Irán y al presidente Ruhani.
4.- Jomhuri eslami se fundó después de la revolución islámica, es el órgano semi oficial de los religiosos, del clero. Es conservador en materia social, aunque racional: la dimensión islamista es fuerte aunque no es siempre su prioridad cuando se trata de asuntos nacionales urgentes. Su análisis del dilema sirio es una buena muestra del consenso nacionalista que ha cristalizado sobre el asunto de la toma de poder de Damasco por los yihadistas.