Lampedusa

Serge Halimi*
Le Monde diplomatique

Hace treinta años, huir del sistema político opresivo de su país les valía a los candidatos al exilio los halagos de los países ricos y la prensa. Se consideraba entonces que los refugiados habían “elegido la libertad”, es decir, Occidente. Así, por ejemplo, un museo en Berlín honra la memoria de los ciento treinta y seis fugitivos que murieron entre 1961 y 1989 cuando intentaban atravesar el muro que cortaba la ciudad en dos.


Los cientos de miles de sirios, somalíes o eritreos que hoy “eligen la libertad” no son acogidos con el mismo fervor. El 12 de octubre de este año, en Lampedusa, se necesitó una grúa para cargar en un barco de guerra los restos de cerca de trescientos de ellos. El Muro de Berlín de estos boat people fue el mar; Sicilia, su cementerio. Recibieron la ciudadanía italiana a título póstumo.

Su muerte parece haber inspirado a algunos líderes políticos. El 15 de octubre, por ejemplo, Brice Hortefeux, ex ministro del Interior francés, opinó que los náufragos de Lampedusa obligaban a responder “a una urgencia principal: hacer que las políticas sociales de nuestros países sean menos atractivas” (1). Y criticó las prodigalidades que atraen a los refugiados hacia las costas europeas: “El sistema de salud estatal permite que personas que llegaron al territorio sin respetar nuestras reglas sean atendidas gratuitamente, mientras que, para los franceses, puede haber hasta 50 euros de coseguro”.

Sólo faltaba que concluyera: “La perspectiva de beneficiarse con una política social atractiva es un elemento motor. Ya no tenemos los recursos para hacerlo”. No sabemos si Hortefeux también imagina que el millón seiscientos mil afganos que encontraron refugio en Pakistán fueron atraídos por las ayudas sociales de ese país. O si los más de quinientos cuarenta mil refugiados sirios que ya obtuvieron asilo en Jordania quisieron aprovechar la generosidad de un reino cuya riqueza por habitante es siete veces inferior a la de Francia.

Hace treinta años, Occidente invocaba su prosperidad, sus libertades, como un ariete ideológico contra los sistemas que combatía. Algunos de sus dirigentes utilizan hoy el desamparo de los inmigrantes para precipitar el desmantelamiento de todos los sistemas de protección social. Poco importa a los manipuladores de mal agüero que la aplastante mayoría de los refugiados del planeta casi siempre sean acogidos por países casi tan pobres como ellos.
Cuando la Unión Europea no está imponiendo a esos Estados, ya cercanos al punto de ruptura, “detener el indigno negocio de las embarcaciones inseguras” (2), les dictamina que se conviertan en su contención, que la protejan de los indeseables sitiándolos o deteniéndolos en campos de refugiados (3). Lo más sórdido es que todo esto tiene los días contados. Porque llegará el día en que el Viejo Continente volverá a necesitar de jóvenes inmigrantes para contrarrestar su declive demográfico. Entonces los discursos se invertirán, los muros caerán, los mares se abrirán...

Nota:
1. RTL.fr, 15-10-13. 2. Tuit de Cecilia Malmström, comisaria europea de Asuntos Internos, cuestionando a Libia y Túnez, 11-10-13. 3. Véase Alain Morice y Claire Rodier, “Europa encierra a sus vecinos”, Le Monde diplomatique, edición chilena, octubre de 2010.

*Director de Le Monde Diplomatique.