Europa: Ante la convergencia de socialistas y la derecha liberal El tiempo de las revueltas

Serge Halimi
Le Monde diplomatique

A primera vista, el contraste es absoluto. En Alemania, las dos principales formaciones políticas, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y el Partido Social Demócrata (SPD), acaban de repartirse los ministerios luego de haberse enfrentado (cordialmente) ante el electorado. En Francia, derecha e izquierda se agravian al punto de dejar imaginar que se oponen en casi todo: el nivel impositivo, la protección social, la política de inmigración.


Sin embargo, mientras se va precisando la perspectiva de uno de estos partidos-revancha para el Elíseo –cuya puesta en escena ya está siendo preparada por los medios de comunicación–, Nicolas Sarkozy y François Hollande podrían inspirarse en la franqueza de Angela Merkel y Sigmar Gabriel. Y juntos formar un gobierno que, salvo algunos detalles, mantendría los lineamientos generales adoptados en los últimos treinta años.

En 2006, en un libro propiamente titulado Devoirs de vérité [“Deberes de verdad”], Hollande admitió la convergencia entre socialistas y derecha liberal en materia de política económica, financiera, monetaria, comercial, industrial, europea: “Fue Mitterrand –escribía Hollande– quien junto con Pierre Bérégovoy desreguló la economía francesa y la abrió ampliamente a todas las formas de competencia. Fue Jacques Delors quien, tanto en París como en Bruselas, fue uno de los artífices de la Europa monetaria con los cambios políticos que esta implicaba en el plano de las políticas macroeconómicas. Fue Lionel Jospin quien dio el puntapié inicial a los conglomerados industriales más innovadores, a riesgo de abrir el capital de empresas públicas. Cosa que se le reprochó. Dejemos, pues, de aplicar oropeles ideológicos que no engañan a nadie” (1). Ocho años después, ¿qué se puede agregar?

Descrédito de la política 

Es precisamente esta falta de aprehensión de los lineamientos principales la que explica la desafección de los franceses hacia el ruido y la furia de su clase política, donde dos corrientes rivales y cómplices monopolizan la representación nacional. Aun cuando los socialistas y la derecha controlan 532 de los 577 escaños de la Asamblea Nacional y 310 de los 348 del Senado, las decisiones del gobierno generan un profundo rechazo, sin que la oposición parlamentaria pueda sacar ninguna ventaja de ello. Aparentemente, poco importa: respaldado por instituciones que confieren todos los poderes al Presidente de la República, entre ellos el de postergar indefinidamente la aplicación de una disposición fiscal (como la eco-taxe [eco-impuesto]) aprobada por casi todos los parlamentarios, el régimen se mantiene en pie.

Pero los levantamientos se multiplican. El descrédito del mundo político contribuye a ello, alimentado por su incapacidad para ofrecer al país cualquier tipo de perspectiva. La reivindicada modestia de su ambición no arregla nada, sobre todo porque la prensa renueva y amplifica los chismes y las rencillas personales. Las venenosas “indiscreciones” oídas de Sarkozy cuando menciona a sus “amigos” políticos se convirtieron en una veta periodística más lucrativa que el concurso socialista de maledicencias contra el primer ministro Jean-Marc Ayrault. Tal clima alimenta un neopoujadismo que se despliega cada vez más al margen de las formaciones tradicionales en favor de las ráfagas intermitentes de ira y del incesante zumbido de las redes sociales (2). Empresarios “palomas”, pueblo tradicionalista de la “manifestación para todos”, “bonetes rojos” bretones, ¡todo eso en menos de dieciocho meses!

La ruptura entre los elegidos y los electores se relaciona por una parte con la norteamericanización de la vida política francesa: la mayoría de los partidos ya no son más que máquinas electorales, carteles de notables locales sin más vena militante que una población que envejece (3). Se entiende fácilmente que los nuevos afiliados no afluyan en masa, a tal punto los instrumentos de una política diferente parecen haber sido guardados para siempre. Protestar contra la educación de género en la escuela u oponerse a un peaje no cambia en nada ni los recursos asignados a la educación nacional ni el monto de la evasión fiscal, pero al menos ofrece la oportunidad de encontrarse todos juntos y la satisfacción de lograr que un ministro ceda. Una semana después, la amargura se vuelve a instalar, a tal punto es evidente que no ha cambiado nada importante, puesto que ya nada importante depende de ningún ministro.

Izquierda y derecha al ruedo 

Ni tampoco del Elíseo. Desde un principio, Hollande optó por mantener el rumbo que había prometido modificar. En suma, el estancamiento en lugar de la audacia (4). Por tanto, el resto es teatro, o, para decirlo de otro modo, automatismos políticos. En cuanto la izquierda llega al poder, la derecha la acusa de socavar la identidad nacional, de acoger a todos los inmigrantes y de matar el país a fuerza de impuestos. Y entonces, cuando la derecha vuelve al ruedo, se escandaliza apenas le reprochan que mantiene los privilegios. Y recuerda a sus competidores, que vuelven a ser (quasi) revolucionarios que en distintas ocasiones impulsaron políticas más liberales que las suyas: “En el fondo –se ofuscaba François Fillon, entonces primer ministro, en un debate con la líder socialista Martine Aubry en febrero de 2012–, me duele cuando oigo decir que hemos favorecido a los ricos. Cuando usted era ministra [entre 1997 y 2000], el capital pagaba diez puntos menos de impuestos que en la actualidad. Cuando usted era ministra, se redujeron los impuestos a la renta. Nosotros ponemos impuestos al capital, hemos tomado decisiones que ustedes nunca tomaron sobre las stock-options, sobre las ganancias de los traders, sobre las jubilaciones privadas de privilegio. [...] En 2000, Fabius [entonces ministro de Economía] redujo los impuestos a una parte de las stock-options”.

Diez años antes, Laurent Fabius reprochaba a un ministro de Asuntos Sociales llamado François Fillon por no subir suficientemente el salario mínimo. Y éste ya en ese entonces le respondía: “En 1999, usted no aumentó el salario mínimo. En 2000, usted no aumentó el salario mínimo. Y en 2001, usted le dio un empujoncito al salario mínimo del 0,29%”. Tampoco habrá “empujoncito” en enero de 2014... Mismos actores, mismos discursos, misma lógica: para prever, tenga buena memoria. En tres años y medio, el “mundo de las finanzas” probablemente vuelva a ser el “verdadero enemigo” de los socialistas franceses. Pero hoy –y por la propia confesión de un ministro– Bercy [Ministerio de Economía y Finanzas] sirve como guarida para el lobby de los bancos.

Sin embargo, en este momento, la derecha no puede admitir que los socialistas se limitan a retomar los lineamientos de Sarkozy y Fillon, lineamientos que se encuentran inmovilizados por tratados que unos y otros negociaron y firmaron. Por lo tanto, desde hace dieciocho meses, Francia tiene miedo, las cárceles se vacían, los inmigrantes proliferan, los ricos huyen. Si uno lee Le Figaro, sabrá que Hollande provocó “el mayor éxodo de fuerzas vivas desde la abolición del Edicto de Nantes por parte de Luis XIV” (27-11-12). También descubrirá que “el gobierno de Ayrault ha decidido abrir de par en par las puertas del asistencialismo a los jóvenes” para “‘formatearlos’ de manera que esperen todo del Estado y que sean, ad vitam aeternam, personas asistidas” (9-10-13). También sabrá que, “como los buenos alumnos, que a menudo son blanco de las burlas de sus compañeritos, el hombre blanco y heterosexual pronto se verá obligado a ocultarse en nuestro país” (13-12-13). ¡Alto el fuego!

Inmersa en este baño maría, la fracción más eruptiva de la derecha se reprocha su falta de firmeza cuando tenía la manija del poder. Y promete enderezar el rumbo apenas la vuelva a conseguir. Una vez más, el escenario es conocido, ya que es el mismo que en los años 1983-1986, que vieron avanzar al Frente Nacional. En ese momento, el giro neoliberal de los socialistas abrumó a una parte de su electorado popular. Interpretando este giro como la confesión de que una política de izquierda había precipitado al país al abismo, la derecha reclamó un volantazo hacia la sociedad de mercado. Los socialistas fustigaron entonces la radicalización de sus adversarios e, incapaces de defender su (magro) balance económico y social, popularizaron el eslogan “¡Socorro, vuelve la derecha!”. Las declaraciones xenófobas de algunos caciques conservadores, el escándalo que desataron sus tentaciones de alianzas con la extrema derecha hicieron el resto, saturando el espacio público. Mientras tanto –pero de modo más discreto–, las empresas se deslocalizaban y la brecha de la desigualdad se ampliaba.

Terapia de choque 

Mañana, terapia de choque… En una entrevista con Les Echos, Jean-Francois Copé, presidente de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), develó el programa de su partido: “la eliminación de las 35 horas, recortes impositivos masivos sumados a una disminución del gasto público. [...] ¡Nadie puede entender que el régimen de los trabajadores temporarios siga costando 1.000 millones! ¿Realmente se necesitan tantos canales de televisión públicos? Otro ejemplo: con el sistema de salud estatal, somos el único país de Europa que sigue cubriendo el 100% de los gastos médicos de los inmigrantes clandestinos. [...] El gasto público representa hoy el 57% del PIB [producto interno bruto]. Debemos volver al promedio de la zona euro, de alrededor del 50% del PIB. [...] Esto representaría un ahorro de 130.000 millones en varios años” (6). ¿Busca Copé consumar la hazaña de hacer pasar la política de los socialistas por una política de izquierda?

Ayrault no le facilitará la tarea, porque acaba de anunciar que todo el mandato presidencial estará marcado por la austeridad: “Vamos a ahorrar 15.000 millones en 2014, pero habrá que seguir al mismo ritmo en 2015, 2016 y 2017” (7). Durante el quinquenio de Sarkozy, el gasto público había aumentado en promedio un 1,6% anual. Los socialistas se fijaron como objetivo limitar su crecimiento al... 0,2% durante los próximos tres años. ¿Tienen otra opción, cuando las autoridades europeas que tutelan Francia no dejan de recordarle que “la recuperación de las cuentas públicas ya no puede apoyarse en un aumento de los impuestos” (8)?

El cuadro no es más reluciente por el lado de la producción y el empleo. El gobierno francés, como se sabe, quiere restablecer la salud y la competitividad externa de las empresas nacionales en un mercado libre y no falseado. ¿Cómo? Por un lado, favoreciendo la deflación salarial. Por otro, imponiendo al conjunto de la población un aumento del Impuesto al Valor Agregado (IVA) destinado a financiar un Crédito Impositivo para la Competitividad y el Empleo (CICE) tan fastuoso (20.000 millones de euros) como generosamente distribuido entre todas las empresas, sin exigir contrataciones como contrapartida. En resumen, los trabajadores con salarios más bajos ayudan a sus empleadores. Incluyendo a los gigantes del sector de la distribución, que no tienen competencia internacional y que se doblan bajo las ganancias.

Si realmente se vuelve inútil reprochar a esta política su carácter poco socialista, al menos podemos señalar que no está siendo exitosa. Como no puede devaluar la moneda, Francia está empantanada en una política de austeridad presupuestaria y de reducción del “costo de trabajo” –es decir, de los salarios– (10). Pero la “mejora de la oferta”, penosamente adquirida a costa del poder adquisitivo de los hogares, se volvió a perder rápidamente debido a la revalorización del euro frente a todas las demás monedas (6,4% en 2013). De todos modos, hay que tener la fe encarnada en el cuerpo para imaginar que un país cuyo crecimiento es nulo, con la demanda interna deprimida, varios de los principales clientes europeos en vías de empobrecimiento, pueda invertir de modo sostenido la curva de desempleo mientras recorta su gasto público. Una apuesta de este tipo ya se había intentado a comienzos de los años treinta (con el éxito que todos conocemos).

Cuando, a partir de 1983, la izquierda depuso las armas en materia económica y financiera, cuando rompió el lazo con su historia revolucionaria, intentó sustituirla con una utopía europea, universalista y antirracista, una mezcla de Erasmus y “Touche pas à mon pote” (11) frenéticamente repetida por una camarilla de artistas y periodistas. Hoy, esas palancas están rotas; resienten el procedimiento. Por lo tanto, con Hollande no queda ninguna esperanza, nada más que un discurso de contador tironeado entre las expectativas de su electorado, que creyó –¿por última vez?– que “el cambio es ahora” y las exigencias de sus cancerberos financieros, a quienes debe convencer constantemente de que está implementando “una política creíble”, dado que “cualquier señal de debilidad será castigada” (12). Cuando el único progreso que se reivindica consiste en gastar menos que Sarkozy, el progresismo se va a la tumba.

El dilema de la izquierda 

El Frente Nacional se precipita en este vacío de esperanza. Nadie espera que esté en condiciones de mejorar el actual estado de las cosas. Sino que lo dinamite. Su reivindicada exterioridad respecto del sistema, la radicalidad de sus propuestas, vuelven más atractiva su oferta política. No es casual que un ex ministro de derecha y vicepresidente de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) –cuyo oportunismo y preocupación por la puesta en escena son bien conocidos por todos– tome a su vez libertades con el consenso de Bruselas. Y propone reducir a la Europa útil a un “núcleo duro” de ocho miembros “que incorpore a Francia, Alemania, los países del Benelux, Italia, muy probablemente España y Portugal, pero no mucho más”. “Con el Reino Unido, por un lado, los países de Europa Central, por el otro –precisa Laurent Wauquiez–, ya no se logra hacer avanzar a Europa. [...] Hay demasiados países diferentes, con diferentes normas sociales” (13). Ahora bien, la misma observación valdría para el euro, camisa de fuerza única de economías heteróclitas.

Si bien el problema de la moneda única divide a la izquierda anticapitalista (14), no preocupa en lo más mínimo a los socialistas. Sin embargo, incluso entre sus filas, lacera el deseo compartido de encontrar una puerta de salida, una soberanía, una esperanza. Poco antes de convertirse en ministro, Benoît Hamon resumió de manera ambiciosa el “dilema de la izquierda: luchar o traicionar” (15). Su gobierno no lucha.

Y es precisamente esto, más aun que su falta de éxito, lo que se le puede reprochar. Porque un equipo más belicoso habría enfrentado enormes dificultades: una Europa en la que las fuerzas progresistas son débiles y están desmotivadas, mientras que las normas liberales y monetaristas son cada vez más restrictivas; un movimiento social que no logra salir del limbo; un porcentaje de sindicalización bajísimo (7,6% en Francia); socialistas que gobiernan a derecha, o con la derecha, en más de la mitad de los países de la Unión Europea. Así y todo: esperar que los medios dirigentes de los demás países se echen atrás y midan los riesgos económicos y democráticos del camino de la austeridad que impusieron equivale a esperar a Godot. Y escrutar todos los “deslices” de las fuerzas conservadoras para poder acusarlos de “hacer el juego a la extrema derecha” es resignarse a que esta se adueñe poco a poco del juego.

En los momentos en que el fatalismo y la espera de que se inviertan las corrientes de la historia retrasan a la vez el trabajo de reconquista intelectual (16) y el de la movilización política, en definitiva no queda otro recurso que la construcción de una fuerza social confiada y conquistadora. Envalentonada a pesar de todo, porque, como dice Glenn Greenwald, quien asumió el riesgo de publicar las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje estadounidense, la historia enseña que “la valentía es contagiosa”.

Notas:

1. François Hollande, Devoirs de vérité, Stock, París, 2006. 
2. Véase Cécile Cornudet, “Ces politiques qui veulent faire oublier qu’ils le sont”, Les Echos, París, 10-12-13. Véase también Ramzig Keucheyan y Pierre Rimbert, “Le carnaval de l’investigation”, Le Monde diplomatique, París, mayo de 2013. 
3. Véase Rémy Lefebvre, “Faire de la politique ou vivre de la politique?”, Le Monde diplomatique, octobre de 2009. 
4. Véase Serge Halimi, “Audacia o declinación”, Le Monde diplomatique, edición chilena, abril de 2012. 
5. “Des paroles et des actes”, France 2, 2-2-12. 
6. Les Echos, 10-12-13. 
7. Entrevista en Les Echos, 19-11-13. 
8. Entrevista de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), en el Journal du dimanche, París, 15-12-13. 
9. Véase Martine Bulard, “Social-défaitisme à la française”, Le Monde diplomatique, abril de 2013. 
10. Véase Christine Jaske, “Vous avez dit ‘baisser les charges’?”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2012. El 17 de diciembre de 2013, interrogado por RMC-BFM sobre la decisión gubernamental de no revisar el salario mínimo, Benoît Hamon, ministro delegado de Economía Social y Solidaridad y Consumo, explicó: “Para favorecer el empleo, hay que hacer de modo que el costo del trabajo no pese demasiado sobre la competitividad de las empresas”. 
11. N. de la R.: Referencias al programa de intercambio estudiantil europeo y al eslogan de una campaña antirracista de los años 1980. 
12. Entrevista de Pierre Moscovici, ministro de Economía y Finanzas, en el Journal du dimanche, 19-8-12. 
13. BFM-RMC, 3-12-13. 
14. Véase Frédéric Lordon, “Sortir de l’euro?”, Le Monde diplomatique, agosto de 2013. 
15. Benoît Hamon, Tourner la page. Reprenons la marche du progrès social, Flammarion, París, 2011. 
16. Véase “Estrategia para una reconquista”, Le Monde diplomatique, edición chilena, septiembre de 2013.


*Director de Le Monde diplomatique.

Traducción: Gabriela Villalba