La soberanía industrial

Aldo Ferrer
Diario BAE [x]

El título de esta nota hace referencia a una expresión recientemente empleada por la Presidenta de la Nación. Es un término original y afortunado porque resume, en pocas palabras, un objetivo esencial del desarrollo del país y su inserción internacional.

¿Que es la “soberanía industrial”? Recordemos que, en el nuevo escenario abierto por la política económica posneoliberal, subsisten antiguos problemas estructurales. En primer lugar, la subindustrialización y la débil participación, en el proceso innovativo, de la industria argentina. El principal indicador en la materia es la creciente brecha en el comercio internacional de manufacturas de mayor contenido tecnológico y valor agregado, particularmente en las autopartes, el complejo electrónico, los bienes de capital y el sector químico. Ésta es la causa principal de la restricción externa.

Soberanía industrial es la incorporación de las industrias en las fronteras del conocimiento y el consecuente equilibrio en el comercio de manufacturas de alto contenido tecnológico y valor agregado. Esto provoca un cambio radical en el comportamiento de la economía argentina. Elimina la restricción externa que genera inflación a través del deterioro de las expectativas, las conductas defensivas o especulativas a través de la fuga de capitales, los aumentos “preventivos” de precios, el contagio de las negociaciones colectivas de salarios, el desdoblamiento del mercado de cambios y la devaluación para paliar la apreciación cambiaria. La restricción externa retroalimenta permanentemente el aumento de precios y es el fundamento de la inflación inercial, que existe, aun en ausencia de desequilibrios severos en las finanzas públicas y la moneda. En conclusión, la soberanía industrial permite estabilizar los precios y acabar con la inflación.

Al mismo tiempo, la soberanía industrial resuelve definitivamente el falso dilema campo industria, integrando la producción de manufacturas complejas con cadenas de valor agroindustriales, en las cuales aumenta la participación de actores, tecnología e insumos argentinos. La transformación industrial eliminaría la ventaja relativa que, históricamente, tiene el agro, en virtud de la extraordinaria existencia de recursos naturales del país. Desaparecería, así, la necesidad de operar con tipos de cambio diferenciales para el campo y la industria, destinados a compensar las consecuencias, en las palabras de Marcelo Diamand, de la “estructura productiva desequilibrada”. Es decir, se eliminarían las “retenciones” y se operaría, con un solo tipo de cambio, para toda la producción argentina sujeta a la competencia internacional. Así como, en la actualidad, el presente de la industria depende de los excedentes de dólares del campo para abastecerse de insumos y bienes de capital, así, también, el futuro del campo depende de la soberanía industrial.

La soberanía industrial y, además, el autoabastecimiento energético, liberaría los excedentes generados por el superávit del comercio de productos primarios. Los mismos subsistirán por la extraordinaria dotación de recursos naturales y el impacto del progreso técnico sobre el agro y el resto de la producción primaria, en el contexto de un mercado mundial demandante de alimentos y materias primas.

En tal caso, surgiría un elevado superávit en el balance comercial y la cuenta corriente del balance de pagos, con crecimiento de la inversión, la producción y el empleo. El aumento de la capacidad de pagos externos permitiría aumentar las reservas internacionales y cumplir sin sobresaltos los servicios de la deuda externa. Asimismo, permitiría aumentar las importaciones de todo tipo de bienes y servicios, dentro de un sistema de inserción, en la división internacional del trabajo, fundado en la especialización en bienes no de sectores, es decir, intraindustrial.

Se configura así una estructura productiva más integrada hacia adentro y más abierta hacia afuera. La misma constituye la economía industrial integrada y abierta, que caracteriza a las economías avanzadas y es la culminación de la transformación de las economías emergentes. Ésta es la única estructura productiva compatible con la incesante incorporación de conocimiento y la innovación, en el tejido económico y social, y con la existencia de una relación simétrica, no subordinada, con el orden mundial.

La soberanía industrial permitiría entrar en un sendero de crecimiento de largo plazo y contar con los medios para enfrentar las variaciones de la economía internacional. Estos hechos fortalecerían la libertad de maniobra de la política económica y el ejercicio de la soberanía para que el país despliegue su desarrollo en el orden global.

El convencimiento de que la transformación es posible es la primera de las condiciones necesarias para alcanzar la soberanía industrial. Esto implica asumir que las resistencias internas y externas pueden resolverse a partir de los propios medios, el respaldo de las mayorías nacionales y la eficacia de la conducción política de la transformación. Para tales fines, el país cuenta con potencial de recursos materiales y humanos, el considerable nivel de ahorro y, actualmente, el bajo nivel de endeudamiento.