Legionarios de Cristo: salvar la imagen, invisibilizar a las víctimas

Carlos Martínez García
La Jornada [x]

     Harán cambios superficiales, maquillaje extremo para tratar de ocultar lo inocultable. Los legionarios de Cristo siguen reunidos en Roma, donde tiene lugar su capítulo general extraordinario, del que saldrá un nuevo gobierno y renovadas leyes.

La orden fundada por el pederasta mayor, Marcial Maciel Degollado, está tratando de reconstituirse para presentarse como una institución saneada y confiable. La verdad es otra. A partir de que la orden fue intervenida en 2010 por el papa Benedicto XVI, quien designó como supervisor al cardenal Velasio de Paolis, todo ha estado orientado para personalizar en Marcial Maciel los daños causados a quienes sufrieron ataques sexuales por parte de él. Es decir, no hubo complicidad institucional ni encubrimiento de quienes durante muchos años supieron de la doble vida del fundador.
A estas alturas debería ser innecesario afirmar que para cometer sus atrocidades Maciel contó con la complicidad de muchos, tanto al interior de los legionarios como fuera de ellos. Pero para las altas autoridades de la Iglesia católica los decenios de continuados abusos de infantes y adolescentes por parte de Marcial Maciel fueron actos solitarios. Las víctimas que dieron a conocer a la opinión sus dolorosos testimonios en 1997, documentaron bien la cadena de complicidades que permitieron por largos años que el abusador saliera librado y ellos fueran estigmatizados por quienes les señalaron como mentirosos e interesados en manchar el buen nombre de una persona intachable.
Los legionarios de Cristo y el sello de origen que les marcó Marcial Maciel, su decidida inclinación a trabajar con los más económicamente pudientes de la sociedad, son un recurso de suma importancia para el Vaticano. Cuentan con 67 mil miembros laicos, 893 sacerdotes, poco menos de 2 mil quinientos seminaristas y casi 70 mil laicos comprometidos. Su sistema escolar incluye 15 universidades alrededor del mundo y 172 colegios con 122 mil estudiantes. Universidades y colegios de distintos grados escolares que se destacan por las altas cuotas que se deben pagar para ser parte del estudiantado.
La operación salvamento de los legionarios nunca ha tenido en el centro de su interés indagar la complicidad de la cúpula y sus redes que arrojaron un manto de silencio sobre Maciel, al tiempo que afanosamente cabildearon para demeritar a quienes aportaron información contundente acerca del depredador sexual.
En México Marcial Maciel tuvo tres decididos defensores: los obispos Juan Sandoval Íñiguez, Onésimo Cepeda y Norberto Rivera Carrera. Cuando en 1997 estalló el escándalo de señalamientos contra Maciel y sus abusos sexuales de infantes, los tres altos jerarcas eclesiásticos fueron implacables contra las víctimas que rompieron el silencio y los medios que les dieron espacio a sus tormentosas historias, entre ellos La Jornada. Al paso de los años ninguno de los tres cambió su postura, al contrario, continuaron con la tesis de que se trataba de esfuerzos por enlodar la obra de un gran hombre.
Ha sido la perseverancia de víctimas y organizaciones civiles que los han acompañado desde hace casi dos décadas en la presentación y seguimiento de las denuncias, el principal factor en que el interés público se fuera acrecentando hasta convertirse en un clamor por justicia que ya no pudo ser acallado. La sociedad cambió, al menos una buena parte de ella, y por ello fue imposible mantener en las penumbras la doble vida de Marcial Maciel.
La invisibilización de las víctimas, pasarlas a segundo plano privilegiando declaraciones sobre la intención de sanear a los legionarios de Cristo fue una estrategia diseñada en el papado de Benedicto XVI. En algunos espacios vieron con esperanza la toma de postura del papa Francisco sobre que no toleraría abusos clericales, sino que actuaría para detenerlos.
La comparecencia de hace unos días por parte de representantes de la Santa Sede en Ginebra ante el Comité de Derechos del Niño de la ONU, es un paso más en la estrategia de evadir responsabilidades por parte de las altas autoridades de la Iglesia católica en los miles de casos de abusos sexuales por parte de sus clérigos. Esto sucede con Francisco, quien tuvo en sus manos la decisión de dar un giro en la tradicional política de la Santa Sede sobre minusvalorar a las víctimas para salvaguardar a sus ministros. Lo cierto es que no hubo ese giro.
La reconstitución de los legionarios de Cristo implica seguir por la vía de usar al extinto Marcial Maciel como pararrayos, origen de un mal que desapareció con él. La responsabilidad institucional que le posibilitó sus depredaciones sigue ahí, no se le podrá borrar por más operaciones estéticas que se le vayan a endilgar. El bótox moral que busca ocultar los pliegues encubridores solamente los hace más evidentes y grotescos.