Qué nos dice el megacanje

Eric Calcagno
Tiempo Argentino [x]
Vuelve a ocupar algún espacio en la actualidad de este iniciado 2014 aquel megacanje que efectuara el gobierno del Dr. De la Rúa a mediados de 2001. No por obra y gracias del "relato k" como gustan mentar los medios opositores, sino por una decisión de la justicia, que consiste en el procesamiento de los principales responsables del mencionado megacanje.
En efecto, la evaluación jurídica no se basa en la oportunidad de la decisión en materia de política económica, que corresponde al Poder Ejecutivo, sino que se interroga sobre la naturaleza de una operación que postergaba pagos inmediatos por cerca de 13 mil millones de dólares a cambio de un aumento de la deuda externa de 55 mil millones de dólares hasta 2031. En efecto, en ese río revuelto encontramos tantos bonos renegociados, tan pocos bancos, tan conspicuas personalidades... Sin olvidar los intermediarios de la operación: estos últimos, eficientes, se asignaron 150 millones de dólares en comisiones. De allí que surja la legitima duda sobre saber si la operación se realizó para fraguar una notable defraudación, quizas motivada para satisfacer intereses otros que los del Estado Nacional. 

Pero más allá de las consideraciones propias de todo procedimiento judicial, parece interesante adoptar aquí una perspectiva analítica desde lo económico para considerar qué fue, cómo se hizo y qué consecuencias trajo esa política, exacta simetría opuesta al desendeudamiento que seguimos desde 2003. Veamos.

Como fuera advertido por algunos felices pocos durante la vida misma de la Convertibilidad, este régimen estaba condenado a naufragar desde el inicio. En efecto, si la Argentina crecía, la avalancha importadora no sólo provocaba quiebras empresarias y generaba desocupación, sino que había que tapar el déficit de comercio. Por el contrario, si la Argentina estaba en recesión, había que cubrir el déficit fiscal con más endeudamiento. Ambos déficits eran incompatibles con los fundamentos de la Convertibilidad, por lo que se taparon los agujeros con la venta de activos nacionales y con el endeudamiento sin límites, del que el megacanje es el último y desesperado acto. Que no terminó bien.

Hoy no cesan las críticas que sufre la política económica del gobierno nacional desde el 2003 por parte de los opinadores interesados, pero cuando se piensa en el contexto de entonces, hay que mencionar la caída del PBI (-3,4% en 1999; -08 en 2000; -4,4% en 2001; -10.9% en 2002); el desplome del consumo y de la inversión; un momento en la historia nacional donde lo único que creció notablemente fueron la desocupación y la fuga de capitales. En esa situación ocurre el megacanje. 

Para no caer en el "relato k", leamos lo que escribió luego sobre el tema la Oficina de Evaluación Independiente del Fondo Monetario Internacional en julio de 2004: "Los canjes de deuda voluntarios (y las recompras de deuda) efectuadas en momentos de crisis pueden asemejarse al caso de un individuo que, al no poder pagar la hipoteca que contrajo para comprar su casa cuando los intereses eran bajos, decide refinanciarla a una tasa de interés mucho más elevada a cambio de un alivio temporal. El megacanje supuso un alivio de U$ 15 mil millones en los pagos en efectivo no descontados por cinco años a cambio del compromiso de incrementar los pagos de deuda de Argentina por un monto no descontado de U$S 65 mil millones." Eso dice el Fondo. 

En términos de debate sobre política general y modos de conducción económica, siempre los supuestos de honorabilidad y la buena fe presiden a cualquier polémica; por ello resulta grave e imperdonable para los involucrados en el megacanje creer que tales acciones podían aportar algún alivio. Por cierto, el megacanje no podía resolver la situación del sector externo, ni alejar la inminencia de la moratoria de pagos. Se manejaron como si fuese una crisis de liquidez, que puede capearse con fondos temporales, incluso con endeudamiento; pero la propia situación de la macroeconomía, así como el peso de la deuda –para mencionar sólo dos aspectos– marcaban a las claras que estaban frente a una crisis de insolvencia. 

No deja de ser hilarante que algunos de los responsables de tamaño desfalco, señalen como fuente de su capacidad para resolver los problemas actuales, el protagonismo que tuvieron en la caída de 2001. Es cierto, saben mucho de crisis. También es cierto que las recetas que proponen ahora tienen el mismo espíritu que entonces, como subir toda tarifa, bajar salarios, flexibilizar y esperar que de tan saciados los ricos dejen migajas para los pobres (después de todo, en su cosmogonía, el pobre es sólo alguien que no supo aprovechar oportunidades). Atentos estemos, asalariados, que estos no olvidaron nada y jamas aprendieron nada. Nada, salvo preservar su propio interes por sobre todo y todos. ¿La Patria? Thank you Mr. Mulford!

Así, muchos de los procesados por el meganje son los mismos que ahora dan lecciones en diarios, radios y televisiones acerca de los desafíos que enfrenta la economía argentina, de sus problemas y de las posibles soluciones. Esa soberbia que ostentan la justifican... por las propias tropelías cometidas. Es una creatividad inesperada en la teoría de los actos propios, donde nadie puede alegar su torpeza personal para justificar sus errores. Pero lo hacen, sonrientes, como si vivieran en un perpetuo presente, sin pasado personal ni historia política. Osados, pontifican sus propuestas que, propagadas en perpetua repetición por esos medios afines, mal esconden las mismas convicciones y las mismas opciones que tuvieron y tomaron en los momentos donde dirigieron los destinos de la Argentina, con los resultados gravosos que todos recordamos, ya sea en la mente, en el corazón o en el bolsillo. Quizás estos personajes deberían ser más modestos, más formados, más educados, que tanto! Con tanto apellido patricio suelto por allí... Ya sea por ignorancia o por complicidad –otros lo dirán– más allá de la dimensión jurídica, en materia de conducción económica, confundir iliquidez con insolvencia hace que no haya, no hay y no pueda haber redención posible, per secula seculorum.