Aproximación a una biografía de Juan Carlos I sin caer en la abominación ni el servilismo

Félix Soria
Im-pulso [x]
El anuncio de la abdicación de Juan Carlos I ha confirmado que en España abundan los profesionales de la lisonja.
Sin necesidad de adoptar una posición anti-monárquica es posible hacer aproximaciones a la trayectoria del todavía rey sin incurrir en el servilismo ni recurrir al halago sistemático (y sistémico).
Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, rey de España y de Jerusalén [¡no es broma!, el segundo es uno más de los numerosos títulos que posee], nació el 5 de enero de 1938 en el Hospital Anglo-Americano deRoma. Es el segundo de los cuatro hijos de Juan de Borbón y Battenberg (1913-1993) y María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias y Orleans (1910-2000). El bebé fue bautizado por el cardenal Eugenio Pacelli, la misma persona que accedió a la jefatura de El Vaticano con el nombre de Pío XII.
El padre de Juan Carlos se había convertido en jefe de la Casa Real española el 15 de enero de 1941 y, por tanto, en rey "in péctore" a raíz de la renuncia de su padre, Alfonso XIII [fallecido apenas un mes después de firmar esa cesión], que residía en Roma tras marchar al exilio en 1931 debido a la proclamación de la II República.
Hasta los 10 años, el futuro Juan Carlos I de España vivió en Roma, Lausana (Suiza) y Estoril (Portugal), donde la familia se había instalado de forma definitiva tras el fin de la segunda guerra mundial.
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El plan de "españolización"
Don Juan quería que su sucesor en el trono fuera "plenamente español" y con esa finalidad llegó a un acuerdo con el general Francisco Franco Bahamonde en el verano de 1948 para que el niño residiera y estudiara en San Sebastián.
Sin embargo, las relaciones entre el padre y el dictador sufrieron otro de sus cíclicos deterioros y antes de empezar el curso 1949-50 don Juan hizo regresar a su hijo a Estoril.
El jefe de la Casa Real y el Caudillo lograron alcanzar un nuevo compromiso y Juan Carlos, en esta ocasión acompañado de su hermano menor, Alfonso, regresó a España en el otoño de 1950.
En 1956, con 18 años de edad, Juan Carlos coprotagonizó un trágico suceso: durante unas vacaciones en la residencia familiar, Villa Giralda (Estoril), los dos hermanos jugaban con un arma y un disparo accidental alcanzó y mató a Alfonso.
[Los escasos datos que han trascendido del suceso solo permiten deducir que Juan Carlos apretó el gatillo en la creencia de que el arma estaba descargada]
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Nada fue fruto del azar
Meses antes de que Juan Carlos se instalara en España, las Cortes franquistas aprobaron la llamada Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, que consagraba a España como reino, aunque sin monarca, todavía... 
El ardid era perfecto, pues la ley promulgada convirtió al general Franco en un autócrata con poder absoluto para decidir quién sería su sucesor y cuándo se produciría la coronación.
[El texto incluso preveía que Franco nombrara un regente, lo que cubría la posibilidad de que, por ejemplo, con motivo de una enfermedad mortal a edad temprana el Caudillo quisiera optar por un pretendiente al trono que fuera menor de edad, o insuficientemente maduro o adoctrinado a criterio del dictador]
Es evidente que a esas alturas, en 1950, ya existía un amplio consenso en la cúpula del régimen para que el hijo del ninguneado Juan III sucediera al dictador, salvo que ocurriera algo extraordinario.
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El dictador apostó por Juan Carlos con probada firmeza
En contra de lo que se barajó en su día, las campañas carlistas en pro de su pretendiente o la desarrollada en favor del esposo de la nieta de Franco, Alfonso de Borbón y Dampierre, no ejercieron influencia real alguna en el Generalísimo.
En el segundo caso las presiones fueron incluso familiares, pues el yerno del Caudillo y padre de María del Carmen Martínez-Bordiú Franco, el doctor Cristóbal Martínez-Bordiú y marqués de Villaverde utilizó sus excelentes relaciones con el dictador y su esposa, Carmen Polo Martínez-Valdés [que según fuentes de la propia familia del dictador, llegó a posicionarse a favor de su yerno, aunque sin emplearse a fondo…], para favorecer la candidatura de Alfonso, que hasta su muerte fue también el pretendiente de los legitimistas a la corona de Francia.
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Franco ninguneó a don Juan
En la marginación de don Juan y la designación de Juan Carlos influyeron la actitud y la edad del pretendiente legítimo [lo segundo impedía garantizar una "re-educación" política que garantizara su identificación con los criterios del régimen], pero lo que más pesó fue que el Generalísimo no estaba dispuesto a perdonar las críticas de que fue objeto por parte de don Juan al término de la guerra española, cuando defendió sus derechos al trono y se pronunció en contra de que el Caudillo accediera a la Jefatura de Estado sin prever la cesión del poder a corto plazo y la restauración de la monarquía.
La animadversión que Franco sentía por don Juan se tornó rechazo definitivo en1945, con motivo de la publicación del Manifiesto de Lausana, carta dirigida «a todos los españoles» mediante la que el hijo de Alfonso XIII se postulaba ante las potencias aliadas como titular de una monarquía parlamentaria que abriría un proceso constituyente y garantizaría las libertades civiles y políticas.
No obstante, Franco siempre fue cauto, que no débil, y evitó romper las relaciones con el jefe de la Casa Real; no en vano la inmensa mayoría de los monárquicos españoles habían apoyado los preparativos del golpe de Estado contra la II República y también respaldaron el progresivo ascenso del general africanista en el grupo de los altos mandos militares conjurados.
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Juan Carlos se dejaba querer
Durante los primeros años de su estancia en España, Juan Carlos era ajeno a las decisiones políticas [aparte de que ni siquiera era informado con precisión de cuánto se decidía con relación a su futuro], a lo que contribuyó su carácter introvertido.
Juan Carlos era (y es) de natural distante y desconfiado, lo cual es lógico si se tiene en cuenta que los padres supeditaron su educación (también la afectiva) y las relaciones familiares al objetivo de que su hijo fuera Príncipe de Asturias y sucesor de Juan III.
La campechanía de Juan Carlos de la que tanto se habla y escribe llegó con la madurez y por "imposición", pues es útil para cubrir necesidades mediático-políticas de la monarquía. De hecho, varios años después de ceñir la corona el Borbón tuvo que hacer un notable esfuerzo para interpretar al rey "cercano con el pueblo" y de trato campechano en las distancias cortas, virtudes de las que tanta propaganda se ha hecho y que tantos réditos han proporcionado a la causa monárquica.
Finalizado el bachillerato en el Instituto San Isidro, a partir de 1954 y durante cuatro años Juan Carlos recibió instrucción en la Academia Militar de Zaragoza, la Escuela Naval de Marín (Pontevedra) y la Academia General del Aire de San Javier(Murcia), obteniendo los grados de alférez de Infantería, alférez de fragata de la Marina y teniente del Ejército del Aire.
Tras recibir clases de Derecho y Economía en la Universidad Complutense de Madrid, el 14 de mayo de 1962 Juan Carlos matrimonió en Atenas con la princesa Sofía de Grecia (Atenas, 1938), hija primogénita del rey griego Pablo I y hermana deConstantino II.
La principesca pareja fue autorizada a fijar su residencia en el Palacio de la Zarzuela, y entre 1963 y 1968 nacieron sus tres hijos, ElenaCristina y el que en las próximas semanas será coronado como Felipe VI.
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El juramento "olvidado"
El 22 de julio de 1969, las Cortes franquistas designaron oficialmente a Juan Carlos sucesor del Caudillo en calidad de rey, al mismo tiempo los procuradores lo nombraron Príncipe de España, cosa que el nieto de Alfonso XIII aceptó al día siguiente jurando sobre la Biblia «lealtad al jefe del Estado y fidelidad a los principios del Movimiento Nacional y demás leyes fundamentales del reino».
Automáticamente, el príncipe fue ascendido a general de brigada de los ejércitos de Tierra y Aire, y contralmirante de la Armada, y el 15 de junio de 1971 fue designado por ley sustituto del jefe del Estado en caso de ausencia o incapacidad de Franco.
Por si no fuera suficiente la humillación a la que había sido sometido el legítimo heredero del trono, el Generalísimo puntualizó que el nombramiento de Juan Carlos como futuro monarca no constituía una restauración, sino una «instauración», lo que suponía ningunear a don Juan, que quedaba reducido a poco menos que un "accidente biológico".
Es más, con la aquiescencia de Juan Carlos, el régimen esquivó la tradición de que el heredero ejerciera institucional y expresamente como Príncipe de Asturias, que era y ha vuelto a ser el título utilizado por el futuro monarca de la Casa de Borbón.
Juan Carlos era, ante todo, el príncipe de aquella España.
Esa circunstancia, unida a otras de menor significado simbólico pero de tanto o mayor calado político, provocaron tensiones entre don Juan y su hijo, que agravaron las ya creadas por la designación franquista que había quebrado la sucesión dinástica.
La elección de Juan Carlos tenía su lógica, como probó el hecho de que a la designación del "heredero" siguió dos años después el nombramiento de un presidente de Gobierno, siendo el primero en ostentarla Carrero Blanco, nombrado en1973, cuando el dictador aceptó su inevitable senectud.
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La "pareja" política de Juan Carlos era Carrero 
Franco había planeado prolongar su régimen con un rey "de la casa" que sirviera de pantalla y con poderes limitados, más un jefe de Gobierno fuerte y de lealtad probada al Movimiento Nacional, como era el caso del almirante Luis Carrero Blanco [es obligado subrayar que la ley por la que se creó el cargo de presidente de Gobierno fue aprobada en 1967, si bien no se aplicó hasta que el dictador lo estimó conveniente; es decir, "todo estaba atado y bien atado"].
El atentado de ETA que acabó con la vida de Carrero solo seis meses después de su nombramiento privó al régimen del delfín mejor posicionado y, muy probablemente, también el más capacitado para torear la situación socio-económica y plantar cara a las voces que desde el exterior reclamaban con creciente insistencia democracia parlamentaria y, sobre todo, la modernización de las estructuras económicas y jurídicas.
Pero Franco no cejó [o acaso no comprendió el escaso futuro de su impaís] y cubrió la grave pérdida de Carrero con otra pieza del sector "duro" del régimen, Carlos Arias Navarro, que para colmo adolecía de la ductilidad, de la linealidad y del fondo de armario (datos y referentes) que poseía su antecesor.  
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Los "escuderos" 
Los últimos años del franquismo [según la tesis errónea de que el franquismo murió con Franco] y siendo ya rey hasta que logró relevar a Arias Navarro en la presidencia de Gobierno, fue la época políticamente más amarga de Juan Carlos de Borbón.
Gracias a la impagable labor que desarrollaron Torcuato Fernández-Miranda Hevia y su equipo para desactivar las Cortes franquistas y una vez aupado Adolfo Suárez González a la jefatura del Ejecutivo[burlando las presiones a favor de otros candidatos más "azules"], solo a partir de entonces la monarquía empezó a ejecutar las reformas que diseñaron los escasos miembros de la intelligentsiadoméstica siguiendo consejos de los amigos estadounidenses, alemanes y franceses, entre otros menos influyentes.
La reforma del régimen y la redacción de la Constitución de 1978 fueron las que impusieron, en primer lugar, las "familias" franquistas[en especial la élite político-institucional del Movimiento, la gran banca y la curia católica] y, en segundo término y a partir de 1977,jugaron un papel determinante los lobis económicos transnacionales, Estados Unidos y el núcleo fuerte de la Unión Europea (Alemania y Francia, con Italia en segundo plano).
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El éxito de ejercer de "piloto automático"
Las más notables aportaciones de Juan Carlos a la consolidación de la monarquía fueron dos: facilitar la tarea de quienes empujaban el carro, y saber estar (casi siempre); aunque de un tiempo acá yerra más de lo razonablemente justificable.
Durante tres decenios el "piloto automático" funcionó con acierto, salvo durante el bienio 1979-80, cuando el rey estuvo a punto de echar por la borda su trayectoria. A la inseguridad y dificultades que a veces acusa para distinguir lo políticamente superfluo de lo sustancial, se sumó el progresivo desmantelamiento del partido de Gobierno, la UCD, por parte de los posfranquistas que lideraba Manuel Fraga Iribarne (AP), lo que debilitó a Adolfo Suárez, no solo como líder político y partidario sino también como "apagafuegos".
Afortunadamente, el rey disponía de "alfiles" y "torres", como fue el caso de Sabino Fernández Campo, que emularon el éxito de Fernández-Miranda durante el período 1975-78; lo que permitió al jefe de Estado y comandante de los ejércitos[calidad esta que es una de las grandes barbaridades introducidas por los franquistas en la Constitución de 1978] salir airoso del lío del 23-F que él propició con su propensión a "estar bien con todo el mundo", sobre todo con los amigos de toda la vida...
Desde el 23-F de 1981 hasta hoy, la trayectoria de Juan Carlos como rey sin poder político ha sido la "adecuada" porque asumió con probada naturalidad el papel del "piloto automático", si bien ha estropeado el balance final durante los últimos años por errores puntuales y a causa de las meteduras de pata propias y las de varios miembros de la Casa Real, destacado el sainete que coprotagonizan la infanta Cristina y su codicioso esposo, sin que el monarca haya sabido, podido y/o querido poner coto al desmadre.
En el epílogo de la trayectoria del rey han influido de forma determinante el descrédito generalizado de las cúpulas políticas (PP y PSOE) más identificadas con Juan Carlos I, y la corrupción: "tradición social e institucional" heredada del franquismo que el Estado democrático ha permitido mantener (ora por cerrar los ojos, ora por comodidad) y que en ciertos ámbitos incluso se ha sistematizado de forma inconcebible e insostenible.