América Latina en la geopolítica del imperialismo

Gilberto López y Rivas
La Jornada
Parte I

El libro de Atilio Boron América Latina en la geopolítica del imperialismo (México, UNAM, 2014) es de importancia estratégica para la lucha de nuestros pueblos contra el imperialismo estadounidense, y está destinado a convertirse en un clásico de obligada lectura, tanto en los ámbitos de la academia como en los de la militancia revolucionaria y las resistencias anticapitalistas. Atilio Boron sobrepasa con creces su propia aspiración, expresada al final del texto, de que esta obra fuera una contribución útil y persuasiva a la batalla de ideas. Con toda justeza, esta acuciosa, seria y fundada investigación ganó el prestigiado Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2012, que otorga el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, y ha sido un gran acierto que la Universidad Nacional Autónoma de México haya decidido publicarla en nuestro país, incluyendo un pertinente postfacio para esta edición mexicana.


Atilio Boron siempre se ha distinguido por su modo franco y sin ambages para tratar temas complejos y controvertidos, los cuales aborda con una afortunada combinación de sencillez y profundidad, de información e interpretación. Desde las primeras páginas introductorias va planteando las tesis que sostienen sus argumentos centrales: la transición geopolítica global se está llevando a cabo no en una época de cambios, sino en un cambio de época, según expresión de Correa, en la que se constata el debilitamiento del poderío global de Estados Unidos, que aunque es y seguirá siendo un actor fundamental del sistema internacional, sus poderes se encuentran acotados, y tomando muy en cuenta que la ratificación histórica señala que en su fase de descomposición los imperios se tornan mucho más agresivos y sanguinarios. Estas tesis van de la mano, a lo largo de la obra, de otra que reitera y demuestra exhaustivamente: América Latina es, para Estados Unidos, la región más importante del planeta; juega un papel crucial en el diseño geopolítico del imperialismo y es la zona del mundo en donde la resistencia al imperialismo estadounidense ha sido más prolongada y tenaz. De este hecho se deriva una idea de la mayor importancia, particularmente para la intelectualidad comprometida con la lucha de los pueblos de nuestra América: el conocimiento del imperialismo, de Estados Unidos como centro del sistema, de su sociedad, economía y cultura, es elemento indispensable de cualquier estrategia emancipatoria. Me considero parte de esta corriente que estudia las élites del poder, como aconsejaba oportunamente C. Wright Mills.

Tratar el significado actual de imperialismo es crucial frente a conceptos como el de globalización, concebido como la interdependencia de todas las naciones, con desconocimiento de las asimetrías económicas y las distintas posiciones que ocupan en el sistema. En el campo de la izquierda, Atilio despeja toda duda sobre el discurso pernicioso que se plasma en las tesis de autores como Michael Hardt y Antonio Negri, que en su libro Imperio llegan a sostener que la edad del imperialismo ha concluido; que hay imperio pero ya no más imperialismo. Con toda razón, se destaca que el efecto de este argumento ha sido el desarme ideológico y político, la desmovilización, y la desmoralización, en un momento en que el imperialismo redobla su agresividad. Coincido en afirmar que más allá de estas confusiones teóricas o alucinaciones discursivas, el imperialismo persiste. Asimismo, es muy importante la afirmación de Boron de que la globalización neoliberal no ha hecho desaparecer a los estados nacionales, de que seguimos viviendo en un mundo de estados nacionales. Para quienes hemos estudiado los avatares de la cuestión nacional, queda claro que si bien la explotación y el despojo se mundializan, la dominación es mediada por estados nacionales. Esto es, el imperialismo pasa inexorablemente por estructuras nacional-estatales de mediación, no es un factor externo, sino que opera a través de una articulación entre las clase dominantes a escala global, lo que se denomina la burguesía imperial, la cual dicta sus condiciones a las clases dominantes locales en la periferia del sistema. Este Estado nacional de competencia –término de Ana María Rivadeo– posibilita el funcionamiento de exacción de excedentes y saqueo de recursos que caracterizan el pillaje imperialista; garantiza la eficaz labor de los aparatos legales y represivos para someter a la fuerza de trabajo y criminalizar a las oposiciones.

Así, el imperialismo continúa siendo la fase superior del capitalismo, en nuestro tiempo, con rasgos cada vez más depredatorios, agresivos y violentos, colocando a la humanidad en los límites de su propia destrucción como especie. El imperialismo actual tiene como su centro indiscutido a Estados Unidos, con cinco oligopolios, siguiendo Boron a Samir Amin: el tecnológico, el control de los mercados financieros mundiales, el acceso a los recursos naturales del planeta, el control de los medios de comunicación y el de las armas de destrucción masiva. En este contexto, la supremacía militar de Estados Unidos es incontestable, dentro de ciertos límites; es capaz de destruir países pero no puede llegar a normalizar el funcionamiento de sus víctimas para garantizar el eficaz saqueo de sus riquezas y el despojo de sus recursos, como demuestran los casos de Irak, Afganistán y Libia. Acorde a nuestro autor, al recurrir el imperialismo cada vez más a la represión, ésta potencia la resistencia de los pueblos, lo que a su vez, requiere incrementar la dosis represiva, en una sucesión creciente de acontecimientos que no tiene otro destino que el derrumbe final del sistema.

Coincidimos plenamente con el autor en torno a la excepcionalidad de la crisis actual. Esto es, vivimos una crisis integral, civilizatoria, multidimensional, cuya duración, profundidad y alcances geográficos el tiempo se encargará de demostrar que son de mayor envergadura que todas las que le precedieron.

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Parte II 

En el análisis histórico que hace Atilio Boron en su libro América Latina en la geopolítica del imperialismo, coincido con él en torno al impacto genocida y etnocida de la conquista ibérica en nuestro subcontinente, la cual –afirma– arrasó y destruyó las viejas formaciones sociales y estableció un nuevo tipo histórico de sociedad, creando una nueva y contradictoria identidad y, al mismo tiempo, produciendo un trauma que cinco siglos más tarde todavía está a flor de piel. No obstante, no estoy de acuerdo con su opinión de la obra de Octavio Paz, El laberinto de la soledad, que califica de notable, cuando, en realidad, y en su momento, fue considerada un ejemplo de extrapolación y reduccionismo sicologista. Incluso se comentaba que Paz, como historiador y antropólogo, era muy buen poeta.

Muy importante es el tema de la militarización de la política exterior de Estados Unidos y su impacto en América Latina, que tiene su contrapartida al interior de la metrópoli imperialista, con el recorte de los derechos civiles y las libertades ciudadanas. Es demostrativo que para 2010 el gasto militar de ese país superaba el de todos los países del planeta. Asimismo, el número de bases militares en al menos 128 naciones ascendía en 2011 a mil 180, a las que hay que agregar las más de 4 mil bases en el territorio estadounidense y las pequeñas bases secretas llamadas nenúfares. América Latina y el Caribe se encuentran rodeados de bases militares y la IV Flota ha sido reac­tivada. Sus objetivos más inmediatos son derrocar a los gobiernos progresistas (Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador) y controlar el acceso a las enormes riquezas concentradas en la región para mantener su irracional y despilfarrador patrón de consumo. Esta militarización también tiene su contrapartida en la fuerte tendencia hacia la criminalización de la protesta social en los países del área.

Son muy convincentes las posiciones del autor en torno a la polémica entre pachamamismo y extractivismo, a partir de la constatación del grave problema que enfrenta la humanidad con la destrucción de los ecosistemas. Atilio expone objetivamente los duros reproches a los gobiernos progresistas de la región, desde la izquierda, que cuestionan su extractivismo y paralelamente cita a Evo Morales preguntando: ¿Y de qué va a vivir Bolivia si no explota sus recursos naturales? ¿Cómo superaremos un retraso que viene de siglos si carecemos de los más elementales recursos para invertir en desarrollo social? Frente a estas contradictorias perspectivas, el autor opina que el pachamamismo como política radical de conservación de la naturaleza, de su práctica intangibilidad, coloca a los gobiernos de izquierda y centroizquierda ante un callejón sin salida. Afirma que la crítica al pachamamismo, considerado inviable, no debe ser interpretada como un aval al extractivismo, difícilmente soslayable en el corto plazo, aun para los gobiernos de izquierda. Sostiene que no es posible defender los derechos de la Madre Tierra sin que al mismo tiempo se elabore un argumento teórico y práctico acerca de la necesidad histórica de fundar una nueva sociabilidad inequívocamente poscapitalista. Aduce, con razón, que se propone una crítica abstracta al desarrollo para quedar luego en silencio a la hora de explicitar lo que sería la alternativa al desarrollo. Así, para el autor, la única opción que aparece en el horizonte es una revolución anticapitalista, al mismo tiempo que resalta los enormes riesgos que implica asumir posturas de dogmática intransigencia que hacen caso omiso de las enormes dificultades que conlleva la creación de un nuevo orden económico, político y social.

Estando de acuerdo con estas posiciones, aplicables en aquellos casos en los que realmente se están haciendo esfuerzos por generar trasformaciones que conlleven la construcción de poder popular, no resultan igualmente categóricas cuando se trata de analizar proyectos específicos, como, por ejemplo, el del complejo hidroeléctrico Belo Monte, que tanto Lula como Dilma han apoyado en sus respectivas presidencias, y que ocasionaría la destrucción del hábitat de etnias y ecosistemas localizados en el río Xingú, en el estado de Pará, proyecto, por cierto, que serviría principalmente para subsidiar con energía a las empresas privadas dedicadas a la exportación de aluminio. ¿Qué pensar del proyecto inconsulto de un canal en Nicaragua, que traería también graves consecuencias ambientales, políticas, étnicas y sociales?

Me parecen muy acertadas las menciones del autor a lo largo de la obra acerca del papel de México como gendarme territorial de Estados Unidos y como facilitador del saqueo de los recursos naturales y estratégicos, a través del TLC, ASPAM y la Iniciativa Mérida. Sus referencias acerca de la desintegración nacional y la violencia desatada a escala desconocida desde la Revolución de 1910, por el control del narcotráfico de amplios territorios de la República, son muy importantes para conocer la naturaleza delincuencial del Estado mexicano, profundamente penetrado por el crimen organizado. Coincido con recalcar el papel del gobierno de México como parte del corredor contrainsurgente o reaccionario para contrabalancear el influjo de la izquierda, radical o moderada, sobre la vertiente del Pacífico. También es significativa su referencia acerca de la penetración de la CIA, la DEA y la FBI, y de las fuerzas armadas estadunidenses en México, destacando que militares y policías están al servicio de la seguridad nacional de Estados Unidos.


En sus palabras finales advierte que la lucha de nuestros pueblos por la autodeterminación nacional y la construcción de una genuina democracia será ardua y prolongada, y en América Latina, región prioritaria para el imperialismo, tendrán lugar los combates decisivos. El autor asegura que en la hora actual debemos estar preparados para lo que algunos especialistas llaman el escenario del peor caso. Sostiene que nos espera una cruenta lucha que se librará en varios frentes: el político, el militar, el económico y también el ideológico. El libro reseñado, sin duda, es un instrumento imprescindible para esta lucha.