Las lecciones suecas

Francisco Louça* [x]

Hace poco más de una semana, las elecciones suecas dieron una escasa mayoría a una coalición entre socialdemócratas y otras fuerzas de centro, después de ocho años de un gobierno de derecha. La coalición vencedora está ahora intentando formar gobierno, pero le faltan votos y  procura asociarse con partidos de la derecha, habiendo rechazado una alianza con cualquier sector de la izquierda - este juego fue ingenuamente saludado en Portugal -, pero la prensa financiera, con gran entusiasmo del Financial Times, lo comprendió mucho mejor, registrando los hechos. ¿Será un buen ejemplo para los portugueses, que bien necesitan de una puerta abierta para una nueva solución?


De hecho, la primer pregunta interesante es porqué cambió el color del gobierno. La economía de Suecia ha sido un ejemplo de estabilidad: desde 2006 el PIB creció 12,6 por ciento, está cerca de un excedente presupuestario y la deuda soberana anda  alrededor del 40 por ciento (recordemos que Suecia tiene moneda propia y no está en el Euro). Pocos países de Europa tienen estos indicadores y pocos candidatos podrían presentar este menú.

Pero estos indicadores esconden una dura realidad: El crecimiento fue logrado por una acentuada transferencia de ingresos (es el país de la OCDE en que se agravó más la desigualdad desde 1990)  Y el presupuesto fiscal fue ajustado con dolorosos recortes en los servicios públicos. El más evidente se registró en la educación. Los resultados escolares de Suecia se degradan rápidamente, según los datos de la encuesta de PISA, desde que un quinto de los estudiantes pasó a las escuelas privadas, mientras las cuentas públicas  mejoraban porque los padres pagaban más por la educación de sus hijos. Al final, pasó a ser un negocio. La privatización de las cajas de jubilación también se convirtió en un tema de escándalo cuando recientemente  fueron descubiertas evidencias de mala gestión. En los dos casos, educación y protección de los ancianos, la mayoría de la población mostró en las encuestas – y ahora en la elección – su hostilidad a las soluciones  de la derecha.

Así, una primera lección es que la alternancia resultó en Suecia. La alternancia es la clave de los regímenes políticos europeos y, donde esto funciona, el régimen es estable (pero está fracasando en España y en Francia y ese es uno de los principales problemas del futuro de la Unión Europea). Más vale no hacer  como los suecos, porque esta alternancia es también la historia de Portugal de hacen 40 años y el resultado no es un buen ejemplo.

La segunda lección es que las soluciones económicas tienen que ser evaluadas por sus efectos sociales reales. En el caso sueco, el gobierno conservador de Fredrik Reinfeldt redujo los impuestos, desde 2007, en aproximadamente 140 mil millones de coronas (o sea unos 15 mil millones de euros). El sistema financiero fue el más beneficiado (hay que recordar que en Portugal hubo solamente una reducción de impuestos a las ganancias, pero aumentaron todos los impuestos sobre el trabajo), y el impacto fue de tal orden, que  Suecia tiene hoy una carga fiscal más baja que la de Francia (44,5% del PBI para 46%), al contrario de lo que pasó a lo largo del Siglo anterior. Entre tanto, ni esta reducción de impuestos empresariales ni los resultados fiscales obtenidos con los recortes convencieron a los electores.

No sólo no quedaron convencidos, sino que exigieron otra cosa: según un sondaje anterior a las elecciones, el 67 por ciento de los suecos aceptaban más impuestos para que ellos costearan mejores servicios (82 por ciento entre los electores de izquierda, pero también  50 por ciento entre los de la derecha). De este modo, las elecciones terminaron por disputarse entre dos propuestas de aumento de impuestos.

La derecha se propone suprimir el derecho de deducción fiscal de la reforma de los planes de ahorro para el retiro, aumentar las tasas sobre el alcohol y el tabaco y aumentar el pago para la seguridad social de los empleados de la bancada y los seguros. Del otro lado, el socialdemócrata  Stefan Lofven prometida un aumento de impuestos de 40 mil millones de coronas (aproximadamente 29 mil millones de euros), a través de una tasa sobre los bancos, el aumento del IVA, de la supresión de la anterior reducción de la seguridad social patronal para los jóvenes, pero también garantía a la reducción de los impuestos para los reformados, pagada con un aumento de impuestos sobre las ganancias de quien gane más del equivalente de unos 6.500 Euros.

La lección la lección parece ser ésta: para elegir entre políticas fiscales, impuestos y soluciones, es mejor obligar a los candidatos a presentar cuentas concretas. Para decidirnos  con  el criterio que en los suecos pudieron usar.

Finalmente, lo que en contrapartida las dos coaliciones no se diferenciaban era en la ortodoxia de la política fiscal,  incluso en la concepción del servicio público. Dice  The Economist, enfáticamente, que la ministra de las finanzas del nuevo gobierno “en realidad, quiere avanzar hacia el equilibrio presupuestario más deprisa (que la derecha)” y que no tiene ninguna voluntad de reducir el peso  del sector privado en la educación. Lo que está ortodoxia significará en términos de gobernabilidad inmediata está por verse, pero se sabe cómo la socialdemocracia sueca fue  renegando  de la visión moderadamente redistributiva de Olaf Palme y se aproximó a las políticas neoliberales, que jura continuar. Políticas “amigas de las empresas”, o de las finanzas, como se dice ahora en la jerga del nuevo siglo.

Entonces tal vez sea mejor no imitar a los suecos, porque al final fue esa política la que nos arrastró hasta aquí. Es difícil de concebir que los responsables de la crisis, con las medidas que provocaron la crisis, tengan una repuesta. Pero eso no es una lección sueca, es también una lección portuguesa.

*Francisco Louça es un economista portugués de reputación académica internacional y, hasta hace muy poco, el principal dirigente del Bloco de Esquerda.