Guerra cismática contra el papa Francisco

Bernardo Barranco V.
La Jornada [x]

El teólogo español José Ignacio González Faus ha reproducido una conversación privada en la que el Papa le pide a un obispo amigo su apoyo, expresando: Reza por mí; la derecha eclesial me está despellejando. Me acusan de desacralizar el papado. Ello refleja la extrema tensión y abierta lucha entre el Papa y un grupo cada vez más nutrido de prelados conservadores. Finalmente, González Faus celebra la desacralización del papado, porque Francisco en realidad lo está cristianizando, un cargo de servicio, quitando el oropel y el confort, para abrirse con humildad a la comunidad universal.


El sínodo sobre la familia ha sido el detonante de una guerra declarada. El cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, prefecto de la Signatura Apostólica, también llamado el Tribunal Supremo del Vaticano, se ha lanzado con todo contra Francisco. Señala que el actual Papa no es el principal guardián de la doctrina de la Iglesia católica. Y tras denunciar la censura y la manipulación en el sínodo extraordinario de los obispos sobre la familia, el prelado estadounidense dijo: El Papa habla con razón de la necesidad de ir a los suburbios y la respuesta de la gente fue muy cálida. Pero no podemos ir a los suburbios con las manos vacías. Vamos a ir con la palabra de Dios, los sacramentos, la vida virtuosa del Espíritu Santo. No estoy diciendo que el Papa lo hace, pero hay un riesgo de malinterpretar el en­cuentro con la cultura. La fe no puede adaptarse a la cultura, porque tiene el mandato de la conversión. Somos un movimiento en contra de la cultura. Burke es partidario del regreso de la misa al latín y simpatizante de los lefebvristas. Dicha postura fue apoyada por el también obispo estadounidense Thomas Tobin, cercanísimo a Pro Vida, quien ha reprochado al Papa de otorgar poca atención a la agenda de ese movimiento ultrconservador de la Iglesia. Tobin está convencido de que la Iglesia corre el riesgo de perder su valiente voz contracultural, y la voz profética que el mundo necesita oír. Efectivamente, el 31 de octubre pasado, volviendo a Burke, en declaraciones a la revista española Vida Nueva, indica que actualmente la Iglesia parece una nave sin timón y que muchos de sus fieles le han dicho que ha perdido la brújula. El cardenal Francis George, administrador apostólico saliente de la diócesis de Chicago, declaró que parecía que el Papa parte de su experiencia y de los análisis de los sudamericanos, pero el problema es que encerrando al Papa en este esquema termina por ignorarse la transversalidad de su mensaje. Las diferencias ya son inocultables y tienden a convertirse en abiertos reproches. La situación es cada vez más tensa. El cardenal Gerhard Ludwig Müller, titular de la Congregación para la Doctrina de la Fe y uno de los autores de un libro contra los divorciados vueltos a casar, tuvo que desmentir que no quiso saludar al Papa durante la misa de clausura del sínodo por diferencias doctrinales antagónicas; escueto, aclaró: El Papa saludó solamente a algunos que estaban en la primera fila. Yo me encontraba más atrás.

A pesar de que en el sínodo extraordinario sobre la familia no se dieron grandes aperturas, los reclamos crecen. En vez de esto, la reunión se volvió una contienda épica entre las facciones conservadoras y liberales de la Iglesia, terminando en el equivalente de un empate técnico, y queda en suspenso hasta la resolución final en el sínodo ordinario que se celebrará en octubre de 2015. Sin embargo los ecos siguen retumbando, como tambores de guerra que cada vez apuntan como destino al Papa argentino. Los artículos de Sandro Maggister, uno de los más influyentes vaticanistas en Roma, son cada vez más rijosos contra Francisco. En un ensayo de fines de octubre, titulado La revolución paciente de Francisco, le reprocha haber inducido a los participantes del sínodo en las homilías matutinas en Santa Marta, cuestionando cada día a los celosos de la tradición, los que cargan sobre los hombres pesos insoportables, los que tienen solamente certezas y ninguna duda. El Papa –dice Magister– es cualquier cosa, menos imparcial. Quiso que el sínodo orientara a la jerarquía católica hacia una nueva visión del divorcio y de la homosexualidad, y lo logró, a pesar del número ajustado de votos favorables al giro, luego de dos semanas de debates fogosos.

El lector recordará que hace 15 días señalé un polémico libro titulado No es Francisco, tormenta en Roma, en el que el periodista Antonio Socci sostiene que la elección de Jorge Mario Bergoglio es inválida porque se violaron reglas durante la votación en el cónclave y que, por tanto, su autoridad sobre la Iglesia católica es ilegítima. Sobre este supuesto, el pasado fin de semana, durante su homilía, el cardenal de Australia George Pell fue lapidario, pues dio a entender que el Papa argentino puede ser el falso papa número 38 y no el verdadero número 266 de la Iglesia. Y aventuró indicios de cisma: En los próximos 12 meses tendremos la tarea de explicar la necesidad de la conversión, la naturaleza de la misa y la pureza de corazón de las escrituras para recibir la sagrada comunión.

Es un hecho que la derecha ultraconservadora de la Iglesia se ha reagrupado, presentando un frente común que se había desmoronado en la lucha por el poder eclesiástico. Lucha conservadora que llevó a Benedicto XVI a una dolorosa renuncia. Estos sectores han conformado ya un frente anti-Francisco. Están amenazando con un cisma, como recurso a la insuperable popularidad de Francisco y a la legitimidad que ha ganado frente al mundo entero. Ante un Papa fuerte que goza de la simpatía y apoyo de la opinión pública mundial, los grupos conservadores se alinean para enfrentar las reformas anunciadas por el Papa, así como a los cambios de actitudes pastorales. Veremos en los meses que vienen nuevas coaliciones, choque de trenes, porque, al parecer, Bergoglio tampoco claudicará en su mandato reformador.