La tumba del ALCA



Mario Rapoport *
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El rechazo del ALCA, el 4 y 5 de noviembre de 2005, fue una fecha decisiva para la historia de nuestro continente. En estos días se cumplió un nuevo aniversario de la IV Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata, donde los países del Mercosur más Venezuela, que entonces no lo integraba, decidieron no aceptar el intento estadounidense de establecer un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), proyecto de integración regional que constituía un viejo sueño de los gobiernos de Washington y que los favorecía claramente.


En ese momento, el presidente Kirchner lo calificó como un “día histórico”. Sin ocultar su satisfacción, agregó: “Las naciones del Mercosur más Venezuela han emprendido una acción que han tenido que reconocer los países más importantes. Esto es, que las condiciones para el ALCA no están dadas mientras existan subsidios y asimetrías. La integración tiene que discutirse de igual a igual teniendo en cuenta las asimetrías de cada país”.

El economista Jorge Avila, en cambio, en el Cronista Comercial de octubre de 2001, expresando las ideas predominantes en parte del establishment local sostenía: “Estoy a favor de un ingreso rápido e incondicional de la Argentina en el ALCA por dos motivos: primero, el ALCA es irreversible; una vez adentro se hace muy costoso salir, de lo cual podemos inferir que este acuerdo comercial sería un factor de certidumbre (un argumento desmentido pronto por la crisis mundial). Segundo, el ALCA es sinónimo de libre importación, por lo cual constituye la llave de un boom exportador. Entre 1913 y 1930, las exportaciones superaban el 35 por ciento del PBI porque había pocas restricciones a la importación. A partir de 1930, las exportaciones cayeron a menos del 10 por ciento del PBI debido al proteccionismo más aldeano: aranceles prohibitivos, cuotas, requisitos de contenido nacional, controles de cambio y una parafernalia de otras medidas” (otro argumento que invertía la realidad del proteccionismo de entonces).

En verdad, hoy nos damos cuenta de que esta opinión tenía un razonamiento profundamente falso: con el rechazo del ALCA tuvimos más certidumbre, el comercio exterior argentino se acrecentó y las importaciones vinieron igualmente. Y quizá podemos percibir mejor cómo se favorecieron el desarrollo económico y las relaciones mutuas de las naciones emergentes de América del Sur, y de qué manera se perjudicó Estados Unidos, anticipando la profunda crisis que se iba a de-satar allí apenas tres años más tarde. Habría que calcular la medida en que los sinsabores económicos y financieros que Washington padeció desde entonces se debieron a esa actitud y en cuánto se beneficiaron los que la tomaron. En aquel momento, como dijo públicamente el presidente chileno Lagos, su colega norteamericano, George W. Bush, no se apercibió de las posibles consecuencias del rechazo. Según le confesó, le costó entender lo que pasó en la cumbre, acostumbrado a otro tipo de respuestas.

¿Cuál era el objetivo del ALCA como opción histórica de Estados Unidos? En aquel momento, antes de la fecha fijada para su concreción, 2005, en el que muchos rechazaban la propuesta de Washington, escribí personalmente un artículo en el que decía que para recuperar nuestra propia identidad nacional teníamos que imitar lo que las grandes potencias hacen y no lo que nos dejan hacer. Señalaba allí, en primer lugar, que Estados Unidos tuvo siempre una conducta proteccionista en toda su historia, tanto para sus productos industriales, hasta la década de 1930, como para los agrícolas hasta el presente. Creció económicamente gracias a esas políticas, en contra del librecambismo que predominaba en el mundo a fines del siglo XIX. Mientras que la Argentina adhería a la división internacional del trabajo existente bajo la hegemonía británica, como proveedora de materias primas e importadora de manufacturas y bienes de capital a través de una amplia apertura comercial, Estados Unidos era un país proteccionista. Lo mismo que Alemania. Eso hizo que este último y nuestros vecinos del Norte terminaran siendo potencias industriales y la Argentina, no.

En segundo lugar, Estados Unidos podía darse el lujo de tener el déficit fiscal que quisiera porque emitía dólares, que constituyen el patrón monetario mundial. En aquel momento, hacia 2005, su déficit fiscal alcanzaba la para entonces sorprendente suma de 400 mil millones de dólares, cerca del 4 por ciento de su Producto Bruto Interno, cifra luego ampliamente superada, mientras la Argentina había logrado obtener un superávit fiscal primario de más del 3 por ciento para pagar su deuda externa. Por otra parte, el país del Norte produce, entre otras cosas, el mismo tipo de bienes que la Argentina, artículos agropecuarios de clima templado, de los cuales se autoabastece, aunque a mayores costos. Además, a lo largo de toda su historia había agregado una serie de medidas de todo tipo para evitar que en su mercado interno pudieran entrar nuestros productos. Hay una larga lista desde 1867, cuando sancionaron la ley de lanas, que protegía la producción lanera norteamericana perjudicando las exportaciones argentinas. Y en 2005 el problema principal era el de los subsidios agrícolas. La última ley agraria norteamericana conocida, de mayo de 2002, establecía un aumento, los cinco años siguientes, de casi 100 mil millones de dólares en subsidios.

El proyecto piloteado por Washington planteaba la creación de una zona de libre comercio en el continente americano. Se trataba de lograr un desarme arancelario, complementado por una liberalización de los servicios y un acuerdo de protección a las inversiones extranjeras intrazona, mientras se limitaba la capacidad de los Estados para orientar las compras públicas a empresas que operaban en el territorio nacional. En las negociaciones, además, pudo verse una asimetría muy marcada en lo referente a la eliminación de las barreras proteccionistas, por cuanto el “socio mayor” no se comprometía a negociar la eliminación de la protección no arancelaria (la de mayor importancia) en productos altamente sensibles para la economía argentina.

El historiador brasileño Moniz Bandeira señalaba en aquel momento: “El objetivo de EE.UU. con la formación del ALCA es consolidar las medidas ultraliberales (...) fomentar sus exportaciones en un 30 por ciento y asegurar el crecimiento de su PBI a una tasa de 4 al 5 por ciento anual, para compensar el déficit comercial con otras regiones a costa de los países latinoamericanos, induciéndolos gradualmente a adoptar el dólar como la única moneda en el hemisferio, cuya emisión y circulación estarán sobre su exclusivo control”. A ello se le agregaba la competencia de los productos industriales norteamericanos y, sobre todo, de los servicios, patentes, educación, salud y otros, que arrasarían con el trabajo local y que, para algunos economistas liberales, como Jagdish Bhagwati, eran el verdadero objetivo. Allí reaparecía la funcionalidad del Mercosur, en el contexto de nuevas políticas nacionales potenciadas por el vínculo especial trazado entre los países que lo integraban.

De modo que esta es la historia, y es lo que permitió unirnos a Brasil, que tenía los mismos problemas, para justificar la imposibilidad común de incluirnos en el ALCA, por lo cual los dos países, acompañados por el resto del Mercosur y por Venezuela, que jugó un rol esencial en la oposición a la política de Washington, estuvieron férreamente unidos en la Cumbre de Mar del Plata, acompañando a las multitudes que lo rechazaban en las calles fuera del evento.

Hoy en día, el Mercosur está en una encrucijada, cuyas raíces se encuentran no sólo en la región sino en la crisis mundial. Asistimos a un relativo estancamiento del volumen del comercio entre sus miembros y se profundizan los desequilibrios regionales. Brasil controla cada vez mayores segmentos de la industria argentina y se transformó en uno de los principales inversores en el país. Este hecho, más las dificultades en el sector automotor, genera tensiones en el cual se encuadra el conflicto suscitado por los intentos de la Argentina de promover su reindustrialización, lo que compite con el aparato industrial brasileño, construido sobre la base de una histórica y sostenida estrategia económica por parte del país vecino.

Es evidente, sin embargo, que pese a los problemas existentes, gran parte de un eje geoeconómico e industrial en Sudamérica pasará necesariamente por acoplar los sectores relevantes de la Argentina y Brasil, sin que esto implique connotación excluyente alguna en referencia a otros países. De la misma manera en que la construcción europea inicial fue básicamente una alianza de intereses franco-alemana, un salto cualitativo en simbiosis y pactos estratégicos tiene que hacerse a nivel de gobiernos y empresas, entre dos o tres países, por razones de manejabilidad y eficacia organizacional, al menos inicialmente.

Por otra parte, expandiendo el horizonte de lo posible, la capacidad futura de penetración en los mercados internacionales seguirá descansando en gran parte en la formación de un vasto mercado interno continental, en un proceso que incluye sucesiva o simultáneamente un respeto por las estrategias nacionales, y una amplia diversificación hacia otras regiones. El rechazo del ALCA supuso dejar de dar la espalda a nuestros vecinos y extender nuestras fronteras naturales, económicas y humanas hacia aquellos con los que podemos entendernos mejor sin transformarnos de vuelta como en el pasado en una dependencia de la metrópolis de turno. Las recientes victorias electorales de fuerzas pro Mercosur en Brasil, Uruguay y Bolivia alientan a una continuación de ese proceso.

* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.