El rol de Tinelli en el año electoral que comienza. The Boss

Martín Rodríguez
Le Monde Diplomatique
Un mes y medio atrás Marcelo Tinelli recibió el premio de “personalidad destacada de la cultura”, lo que generó la reacción en masa del progresismo, y luego escenificó en su programa la interna del peronismo bonaerense. Más que puro rating, Tinelli es un terreno en el que se juega la disputa política.
Vamos a tener un gato de primera dama”Elisa Carrió, 2014

Marcelo Hugo Tinelli, el chico de Bolívar nacido al periodismo deportivo bajo el grito de José María Muñoz y crecido en la televisión bajo el ala de Juan Alberto Badía, es un misterio que no tiene quién lo escriba. Zar del rating desde los primeros noventa, hizo de su apellido una forma de la política televisada o de adjetivar la política. Pero su historia no es lineal: si en los primeros 90, con Videomatch, catapultó una televisión de la joda, el blooper, la cámara oculta y el espectáculo, negando justamente la política, sin embargo su crecimiento, la amplificación de los negocios y su olfato animal para detectar los cambios de humor social (¿qué otra cosa es el rating?) lo fueron envolviendo en las capas de la política y los negocios hasta que las costuras mismas de sus “negociaciones” se trasladaron a la pantalla. Tinelli, el acusado por la sociedad de escenificar “la fiesta menemista”, tuvo su paulatina politización: un día aparecieron los “raporteros”, las imitaciones en “Gran Cuñado”, las trampas a políticos. La crisis llegó y había que escenificarla.

Volvamos atrás. Entre 1992 y 1993, el periodista de rock Mario Pergolini craneó un formato que competía cabeza a cabeza con Tinelli. Cuando Telefé (el canal recién privatizado, exitoso y conservador) emitía Videomatch, Canal 9 (el imperio caído de la “libertad”) emitía La TV Ataca. Cuando Telefé los domingos presentaba una versión larga, farandulera y musical de Videomatch, canal 9 presentaba la versión de domingo de Pergolini: Hacelo por mí. El mismo Mario, en aquellos tiempos, confesaba, en una entrevista a la extinta revista Página/30, que él sentía representar a los pibes de clase media de escuelas públicas que luchaban contra la Ley Federal de Educación de Menem. Tinelli podría haber dicho: yo represento a los hermanos, a los tíos, a los padres, a los primos más ricos, a los vecinos más pobres, de esos chicos neo-politizados de los 90. Algo de eso flotaba en ese ambiente competitivo, donde se disputaba el sentido de la época. Ergo: paliza de rating de Marcelo a Mario (¿se acuerdan de los conductores de Todo x Dos Pesos, “Mario & Marcelo”?), pero años después, cuando el sentido de la década estaba cocinado, llegó un contragolpe de Pergolini: CQC (Caiga quien caiga) satisfacía un formato de ataque directo a la clase política. 

¿Qué es Tinelli? A su fenómeno popular innegable le sobran intérpretes de lugares comunes. “Estupidizó la sociedad” se repite como si su acción hubiera interrumpido a una sociedad en la meditación profunda de los grandes temas. 

Encontré un tinellista en el barrio académico. Sentados en un bar, el politólogo Alejandro Sehtman lee mis apuntes, los párrafos frágiles, y dice: “Tinelli es una especie de remisero de la televisión. Un tipo que agarró el retiro voluntario de periodista deportivo y se puso por su cuenta. Está en ese doble filo: jefe de sí mismo / empleado de sí mismo. El tipo está ahí, comiéndose alfajores para venderlos. La discusión entre lo premium de CQC y lo popular de Showmatch en cuanto a las publicidades está mal planteada: Tinelli se come lo que vende aunque lo que venda sea horrible. No es una impostura. Nos lo dice el hecho de que lea lo que tiene que decir y que Marcela Feudale (locutora oficial) diga el nombre de la marca”. Sehtman agrega: “El tinellismo es un zoom a la realidad. En ese sentido es claramente un recorte. Pero en su microscopía se pueden ver todos los átomos de la sociedad y la política. No es casual que su programa haya sido mucho más escenario político que el ‘político’ CQC”.
Nac and pop
Tinelli es un empresario. Tinelli es un dirigente del fútbol. Tinelli, como tantos, vuela en círculos alrededor de la AFA, y vuela en círculos más rasantes aun desde la muerte de Julio Grondona. Tinelli fue el forjador del tinellismo, es decir: en la Argentina contemporánea habría algo sobre lo que afirmarse “a favor” y “anti” Tinelli. Es el inventor de una televisión exitosa que catapulta y entierra popularidades, y frente a la que la política se ha rendido. Tinelli es más cercano a una noción de “lo popular” que lo que muchos de los intelectuales y políticos “nacionales y populares” suponen que ellos mismos invocan en su representación, aunque la provocación de decir eso no alcance. Tinelli es un problema para el país progresista. Tinelli es un problema para el país liberal. Tinelli estimula las habilidades de una picaresca que puede ser facha pero que cultiva el exceso. Exceso de consumo, exceso de derroche. Hace rato que se nota que para Tinelli el rating de su programa no es un fin en sí mismo sino la garantía de su vandorismo, es decir, de su eficacia para tener un instrumento con el que golpear y negociar todo lo otro, lo que esconde tras bambalinas. Tinelli se lleva bien con los populismos: con el populismo liberal de Menem, con el populismo kirchnerista, con el populismo futuro de Massa, Scioli o Macri. Su peor relación finalmente fue con la Alianza. ¿Qué no tenía la Alianza? Populismo. Digámoslo así: Tinelli es cultura. Aunque decir eso sea viajar al corazón de su polémica. 

La izquierda cultural dicta “todo es política”, la derecha política contragolpea “todo es cultura”. Esa podría ser la relación equivalente en la que se disputan sentidos dos fuerzas sociales: la de los que quieren no dejar un solo resquicio de la vida sin política y la de quienes quieren confundir mercado y cultura. Ambos se consideran plebeyos. Unos, porque amplían las redes de lo político, porque suponen traer periferias al centro. Los otros, porque decretan el fin de la Alta Cultura, de las tradiciones culturales y artísticas (un viejo patrimonio burgués custodiado por la ilustración de izquierda), y consagran industrias culturales de masas. Estos son nuestros populistas liberales, los que en la Ciudad de Buenos Aires impulsaron el voto en la Legislatura para distinguir a Tinelli como “personalidad destacada de la cultura”. Hacer convivir a Tinelli con otras nociones de lo cultural como Borges, María Elena Walsh o Cortázar como gesto plebeyo del populismo liberal del Pro, frente a la visión de la cultura ilustrada de la izquierda. Algo que la sonrisa de Hernán Lombardi no pudo disimular en esos días. Un típico y agotador antiprogresismo que se relame, un Guasón que dice: “Les piso el jardín”. Una travesura sin moral.

Pero, ¿quién está libre de esa tinellización? ¿Qué fuerza política no se rindió ante el zar del rating? Los legisladores del Pro simplemente le pusieron el cascabel a un gato que maúlla para todos. 
Tinelli y el peronismo
Si Alejandro Fantino fue presentado en estas páginas como el interlocutor de la generación intermedia (Scioli, Massa, Macri) en el año electoral 2013 (1), Marcelo Tinelli irrumpió en este 2014 pre-electoral como el jefe real de esa generación política que se apresta a gobernar Argentina. Gane quien gane gana Tinelli, es la consigna. Su ascendencia sobre los candidatos prematuros es completa. Tiene de sponsors al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (auspicia la camiseta de San Lorenzo) y al gobierno de la Provincia de Buenos Aires (Tinelli es la cara del Banco Provincia). Encontrar esa relación no requiere ni de investigaciones ni de semiótica. Apenas una mirada rápida sobre la superficie. 

Si este año hubo un territorio público en donde la interna peronista bonaerense se dirimió fue en sus propios estudios, en vivo, en el prime time: Martín Insaurralde acompañando a su novia, hoy esposa, Jésica Cirio, jugando dos “historias de amor” simultáneas. Una, la del muchacho de Lomas con la bailarina. La otra, deshojando la margarita entre Scioli o Massa para las elecciones de 2015. Con cuál de los dos se queda, fue la pregunta que recorrió al peronismo. Nadie le preguntó si seguía siendo o no kirchnerista tanto como por quién optaba. Insaurralde, candidateado Massa a nivel nacional, es el político con más intención de voto en la provincia de Buenos Aires; o así lo instaló bajo la impunidad de sus movimientos mediáticos. 

Se sabe que el kirchnerismo valora para las elecciones lo que no valora para la política, al menos eso puede entender el joven Martín, que nunca tuvo la máscara de un superhéroe soviético pero que de pronto se reveló, para el kirchnerismo puro, insoportablemente frívolo. Ya no es el muchacho en condiciones de cumplir el mandato que Néstor Kirchner le susurró al oído: “Tenés que ser nuestro Massa”. Ahora es apenas una invención de Tinelli. (Resulta interesante revisar la lista 506 del FPV en la provincia de Buenos Aires del 2009. Primeros cuatro nombres: Néstor Kirchner, Daniel Scioli, Sergio Massa, Nacha Guevara. A veces Tinelli se mete en la política a buscar lo que es suyo.)

Se los llama generación del 90, generación intermedia, políticos commoditie (2). Son una generación al revés que la del 70: no promueven la “participación política” sino su contrario, una política despolitizada, desmovilizante, que adopta el sentido común como bandera a la victoria. Entonces qué son: ¿una elite, un emergente? Macri, Massa, Scioli, Insaurralde tienen biografías intercambiables. Nacidos en el borde graso de la política/deporte/espectáculo/mundo empresarial, todos fueron (o no supieron que fueron) de las huestes juveniles de la UCD, de la que preservaron como mantra la idea política e ideológica de Centro. Léase: moderación. La política tiene que ir al centro. Nacieron a la luz pública en ese tándem que fue Menem/Duhalde, pero despegaron en la década kirchnerista. Algunos con justicia, otros en apariencia, se autopromocionaron como gestores. Les conocemos las bellas esposas. 

¿Qué quieren para el pos-kirchnerismo? Nada que se parezca a una refundación. Básicamente, no son mesiánicos. Traen bajo el poncho los puñales de esa ideología que existe cuando se dice que no hay ideología, porque son los hijos simbólicos de Doña Rosa, la madre-pueblo educada entre 1976 y 2001 por el liberalismo popular. Su señal hacia “la sociedad” es que no promueven un corte drástico porque tienen una agenda minimalista. No rezan por el “menos Estado”; por ahora proponen “menos política”. Tal como suponen que la gente quiere. Distintos al fenómeno juvenil de estos años donde la clave es la participación. ¿Quién es el jefe de esta generación? En términos simbólicos, Marcelo Hugo Tinelli. ¡Scioli/Massa/Macri al gobierno, Tinelli al poder!

El primer gobierno kirchnerista lo agarró a Tinelli en plena transición entre Canal 9 y Canal 13. Las sucesivas recesiones lo encontraron en su apogeo teatral: la del 2009 con el Alica-alicate de Francisco de Narváez, y la de este 2014 en el teatro del amor peronista y bonaerense. Cabría una verdad noventista: cuando hay mala economía, la política debe construir su “popularidad” en otro lado. 

No hay verano sin que la revista Noticias nos cuente las negociaciones del zar para su “vuelta”, sus peripecias ilustradas con las fotos de sus tatuajes en el cuerpo, como una escritura esotérica que cifra el misterio del poder. Es cierto, Tinelli nació como un muchachito normal con suerte y derivó en un personaje al que el poder oscureció, mistificó, etc. 
Policlasismo tinellista
Un lejano día invernal del 2002 Tinelli le dice a Fabián Scoltore, su productor, que el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, quiere comer con él. Pero Tinelli se olvida. Lo llaman sobre la hora y le recuerdan la cita. Y para paliar el olvido lo invita a comer al gobernador, junto a su esposa, a las oficinas de Ideas del Sur. Lo que recuerda Tinelli, y suele contar, es que ya en ese 2002 Kirchner le hablaba mal de Clarín, y usaba un tono confrontativo inusual en los políticos que frecuentaba. A la vez, se deshacía de elogios para con él. Kirchner tanteaba a un poderoso, a un hombre que tenía todo lo que deseaba: popularidad y poder de fuego mediático. 

Durante la presidencia de Kirchner, Tinelli fue un asiduo visitante de Olivos, casi en la excepción de reconocer en Kirchner a un jefe, un par. Dicen quienes lo conocen que Tinelli no se trata con Magnetto (para eso existe Pagliaro), que no soporta a Adrián Suar y menos aun a Cristóbal López, el dueño de su productora. 

En los 90 la televisión sustituye (podríamos decir: termina de sustituir) a la escuela pública como espacio social policlasista. Los ricos a las escuelas privadas, los peleadores del ascenso social a las privadas, los caídos del mapa a las públicas, los miserables también. Y así. Cada clase social distinguida en eso que los años 90 ganaron: el progreso medido en la capacidad de privatizar nuestra vida. Tinelli le da una vuelta de tuerca más: ya no hay un público policlasista sino una emisión policlasista. ¿Qué son los hombres de la máquina tinelliana? No son actores, no son conductores, no son productores. Son todos un poco de todo. Son, también, gente viendo “a ver qué sale” en un mundo en transición. Dice Alejandro Sehtman: “El tinellismo es una nave. Una barca de Noé en la que dos ejemplares de cada especie transitaron el derrumbe de Argentina. Su capitán se tatuó en el cuerpo la historia como los romanos las tallaban en sus columnas de la victoria. Es el condenado de El proceso de Kafka. Pero él salvó a su rebaño. Un pastor salvaje. Eso es Tinelli.” 

Notas:

1. Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Nº 172, octubre de 2013.
2. Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Nº 171, septiembre de 2013.