Israel: ¡Bienvenidas las verdades refrescantes!

Maciek Wisniewski*
La Jornada [x]

Hay algo profundamente irónico en el hecho de que la (ultra)derecha israelí, tratando de llevar el país aún más al extremo (allí donde ya dice fascismo), obtiene el mismo efecto que Shlomo Sand, el historiador e intelectual insumiso: quita las máscaras e introduce el viento refrescante en el debate sobre la anatomía (y origen) de Israel.


Como si los círculos para quienes Sand (1946) –hoy ya profesor emérito de la Universidad de Tel Aviv– siempre fue un traidor y un “ self-hating Jew” (un término absurdo inventado para acallar la crítica) estuvieran determinados a quitarle el trabajo after all.

Por atreverse a normalizar a los judíos, quitarles el aura del excepcionalidad y cuestionar los fundamentos de la mitología nacional.

Como estos:

• El mito del pueblo único, un constructo sionista para legitimar la colonización de Palestina, cuando los judíos no son una raza-nación, sino un grupo étnicamente variado sin ningún derecho al retorno: el gran exilio en tiempos romanos nunca ocurrió ( The invention of the Jewish people, 2009).

• El mito de la tierra prometida por Dios, otro constructo reciente con raíces no en la Biblia, sino en el auge de nacionalismos en el siglo XIX ( The invention of the land of Israel, 2012), algo que mueve toda la política desde la derecha religiosa hasta la izquierda secular, que aunque piensa que Dios murió, antes también les prometió esta tierra ( L’Express, 29/1/13).

• El mito del judaísmo secular y su tradición, una noción vacía (las grandes obras de cultura o filosofía judía fueron inspirados por Las Luces y pertenecen a lo universal y/o a las naciones donde fueron creadas), usada hoy a fin de justificar el racismo y el segregacionismo en Israel: ser judío es no ser árabe ( How I stopped being a Jew, 2014).

Este último libro, un corto ensayo –que iba a titularse The invention of the secular Jew–, cierra, de manera personal, su trilogía iconoclasta.

No puedo cuestionar los mitos nacionales sin enfrentar mi propia identidad ( Times Higher Education, 13/10/14), subraya Sand, que al no ser religioso se dejó de considerar judío (¡sic!).

Y, de manera sintomática, coincide con los intentos de introducir una ley que defina el estatus de Israel como Estado-nación de los judíos ( The Guardian, 23/11/14).

Propuesta por el premier Benjamin Netanyahu –y fruto de un proceso de fudamentalización de la sociedad israelí–, la ley (que al final llevó a la crisis de su gobierno y elecciones anticipadas) iba a garantizar los derechos nacionales sólo para los judíos.

De ser aprobada, dejaría a 20 por ciento de israelíes de origen árabe y 5 por ciento de migrantes en calidad de ciudadanos de segunda clase (algo que ya ocurre de facto, pero ahora sería de jure).

Max Blumenthal, autor de Goliath (2013), aplaudió a Netanyahu por realizar las intenciones originales del sionismo, pero ya sin escaparate democrático, algo verdaderamente refrescante ( The New York Times, 8/12/14).

Y tenebroso. Según el periodista Gideon Levy, dicha iniciativa –no de casualidad justo tras la guerra en Gaza, que casi asesinó la solución de dos estados– abría el camino para la anexión de territorios ocupados y establecimiento de un “Estado judío de apartheid” ( Haaretz, 25/11/14).

Para Ben White, autor de Israeli apartheid (2009), significaba la legalización del racismo institucionalizado ya presente en un país que desde su fundación no era una democracia, sino etnocracia ( Middle East Monitor, 25/11/14).

¡Aj, Israel, este país democrático y tolerante que existe sólo en hasbara!

Etnocracia, esto es lo que hay, también según Sand (liberal, añade, porque sí permite cierta pluralidad). Y subraya que las raíces de esto no están en lo religioso, sino en el mito de la identidad secular judía, que perpetúa el etnocentrismo ( How I stopped..., p. 79).

El sionismo que nació entre Alemania y Polonia asumió los componentes etnobiológicos de los alemanes y etnorreligiosos de los polacos, creando un nacionalismo cerrado, ni político ni civil, como fueron los nacionalismos occidentales, subraya el historiador, descendiente de judíos-polacos sobrevivientes del Holocausto y cuyos abuelos perecieron en el gueto de Lodz/Litzmannstadt.

En Alemania (a principios del siglo XX), aunque tengas la nacionalidad, no eres necesariamente alemán. En Polonia, desde 1919, si no eres católico no eres polaco. El sionismo tomó esta forma medio alemana, medio polaca ( Público, 2/6/08).

De una mezcla así –créanle a un polaco– no pudo salir nada bueno. Salió Israel.

Y para rematar, Sand quita los últimos dos pilares de la identidad secular judía: victimización/monopolio para el sufrimiento (Wiesel, et al.) y mentalidad de perseguido, ofreciendo verdades como estas:

• La cifra de víctimas civiles de la Segunda Guerra Mundial no se limita a los 6 millones de judíos (como reza el cuento de la exclusividad); fueron 11 millones, entre ellos 2.5 millones de polacos o gitanos exterminados en el mismo porcentaje que judíos, o sea casi en su totalidad (p. 59).

• Aunque cada rato escuchamos alertas sobre el nuevo antisemitismo, el ciclo histórico de judeofobia 1850-1950 ya se acabó (p. 31).

Y decide romper finalmente con el judeocentrismo tribal, aunque conserva su identidad israelí, a pesar de que es una de las sociedades más racistas del mundo occidental (hay racismo por todos lados, pero en Israel éste está enraizado en las leyes, enseñado en las escuelas, medios... p. 98).

Pronto será como Alemania de los años 30, alerta (aunque no de los 40).

Otros buscan paralelos más contemporáneos.

Max Blumenthal, en una sesión del Tribunal Russell que juzgaba los crímenes en Gaza, comparó a Israel con el Estado Islámico (ISIS); su hashtag #JSIL –Jewish State of Israel in the Levant– se hizo viral ( Russia Today, 2/10/14).

Muchos se indignaron, pero bastaba escuchar a la liberal Tzipi Livni, ex ministra de Justicia (que criticó la ley de Netanyahu), diciendo una vez: Israel comparte los mismos valores que la moderada (sic) Arabia Saudita ( Electronic Intifada, 1/10/14).

Si gana las próximas elecciones y sigue así, los críticos de Israel realmente pueden quedarse sin chamba.

Aunque ahora, para variar, las verdades refrescantes vendrán de la boca de la izquierda.

*Periodista polaco