De la década perdida a la década del mito neoliberal

Pedro Brieger*
Publicado en La globalización económico-financiera. Su impacto en América Latina (AAVV), Ed. CLACSO, Buenos Aires 2002


Introducción

La década de los ‘90 en América Latina tuvo una característica sobresaliente: la aplicación de las teorías neoliberales y el éxito de su discurso. No es relevante si estas reformas se inspiraron en el modelo chileno de los ‘70, o si comenzaron en México en 1988, en la Argentina en 1989, en Perú en 1990 o un poco más tarde en otros países. Salvo Cuba, que es un caso aparte, en los ’90 la ola del pensamiento neoliberal se expandió a lo largo y ancho de América Latina.

Finalizada la década es el momento de realizar un balance de los años ‘90. Esto no es parte de un juego terminológico-mediático, pues la terminología utilizada y difundida por los medios de comunicación termina por impregnar el inconsciente colectivo. La pregunta que trataremos de responder en este trabajo es qué nombre resulta apropiado para una década de signo neoliberal después de que la década de los ‘80 fuera popularmente conocida como la “década perdida”. Los años ‘80 se caracterizaron por el estancamiento económico, la carga agobiadora de una deuda que limitaba el acceso a los mercados financieros internacionales, una reducción del 9% del ingreso per capita entre 1980 y 1990, y la inflación que sobrepasó en algunos países al 1000%1.

La hipótesis central que guía nuestras reflexiones es que los resultados de las reformas neoliberales en América Latina después de una década de aplicación no se condicen con las expectativas formuladas por los teóricos-propagandizadores de estas reformas.

¿Cómo lo lograron?

Lo primero a destacar es que el neoliberalismo, desde una posición marginal y minoritaria durante todo el siglo, logró convertirse en doctrina hegemónica en los ‘90. En este proceso podemos distinguir dos fases: 1) la fase de la imposición, y 2), la fase del consenso. En la primera, el nuevo modelo es impuesto por la fuerza (Chile). En la segunda, la repetición constante del nuevo paradigma tomó el equivalente a la demostración aún antes de su comprobación fáctica. Con la apreciable participación de los medios masivos de difusión se fue consolidando un consenso ideológico aplastante y la conformación de lo que Ramonet define como “pensamiento único” (1998: 87-116).

De todas maneras, es necesario señalar que no fue consecuencia directa del fracaso de los proyectos populistas o del estatismo socializante pues, es preciso recordar, la mayoría de los gobiernos “populistas” o “estatistas” de América Latina no fueron castigados por el voto popular sino que fueron derrocados por golpes de Estado.

El caso de Chile es emblemático. Los economistas liberales que rodearon a Augusto Pinochet no convencieron a los chilenos de que sus teorías eran mejores que las socialistas de Salvador Allende en un debate abierto y de confrontación de ideas. Para imponer su nuevo paradigma como verdad absoluta e incuestionable necesitaron de una dictadura militar que impidiera cualquier tipo de oposición y una sociedad paralizada por el miedo. Como señala el sociólogo chileno Tomás Moulian “los dispositivos de la fase terrorista aislaron con facilidad la posibilidad de efectos políticos. La oposición había sido hecha desaparecer del escenario o destruida. (...) La hegemonía por neutralización corresponde al silenciamiento que se impuso a los otros discursos y a la estigmatización con que se les restó eficacia cultural” (1997: 205 y 209).

El trabajo ideológico de los pensadores que difundieron las teorías neoliberales ha sido sin dudas excelente. En pocos años lograron que sus ideas parecieran el único modelo lógico y viable. Como decía Mario Vargas Llosa, “se trata, sobre todo, de desestatizar unas mentalidades acostumbradas por la práctica de siglos” (1992: 29).

El economista liberal francés Guy Sorman recorrió Latinoamérica pregonando las privatizaciones como una “utopía de cambio que, creada por filósofos y economistas liberales, se impuso en estos cuatro años en todo el mundo como una necesidad indiscutible” (1989: 25).

Un grupo importante de economistas -muchos de ellos conocidos como “los Chicago Boys”-apoyados por los principales organismos económicos internacionales y sostenidos monetariamente por empresas multinacionales, crearon fundaciones, institutos, centros de investigación y lograron una real inserción en los principales medios de comunicación que les permitió convencer de lo “moderno” de sus teorías, aunque sus postulados originales se remontaran al siglo XVIII o
XIX. Tambien lograron imponer la idea generalizada de que todo lo público es “ineficiente”, que el Estado es intrínsecamente perverso, que la única manera para que las empresas de servicios funcionen es privatizándolas, que así se reducirán gastos y se eliminará la corrupción; de la necesidad de achicar el Estado, bajar el gasto público, abrir los mercados, incrementar la producción de artículos destinados a la exportación, flexibilizar y “modernizar” los mercados laborales, quebrar el poder de los sindicatos supuestamente interesados solamente en enriquecer a sus cúpulas, y reducir los gastos sociales, entre tantos otros postulados2.

La aplicación de todas estas medidas llevaría a un modelo de crecimiento donde la riqueza se “derramaría” hacia todos los estratos de la sociedad. De manera maniquea y provocativa lo presentaron como el único camino de crecimiento y desarrollo. Su no implementación implicaría el retroceso a las penumbras de la historia para no salir de ellas nunca más.

Además, y no solo en el caso del régimen militar chileno, se impuso la idea de que el programa económico liberal era el producto de un saber absoluto de carácter científico. Como ya señalara Moulian, en 1981, en pleno proceso militar “este mito de la cientificidad se ha usado tanto para sacralizar lo dicho o lo hecho como para definir quienes tienen el derecho de discutir la política económica” (1981: 889) Los que se atrevieron a criticar fueron descalificados por ignorantes, “estatistas”, de rechazar la modernización o, simplemente, desconocedores de las leyes económicas.

Hay que destacar que no todos los postulados planteados por la corriente neoliberal eran falsos o un mero invento maquiavélico. Efectivamente, encontraron un terreno fértil para sus críticas especialmente en lo que respecta al sector público- porque en la mayoría de los países latinoamericanos este se encontraba profundamente desprestigiado por su corrupción e ineficiencia.

De hecho, hubo una especie de “chantaje” ideológico motorizado por los procesos de hiperinflación y la ayuda invalorable de comunicólogos que simplificaron y adecuaron las teorías neoliberales como único discurso alternativo creíble. Como en el discurso colonial del siglo XVIII y XIX, la llegada del capital extranjero y del “progreso” pasaron a ser sinónimos.

Para implementar las profundas reformas planteadas recibieron avales muy importantes de los principales organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, cuyos funcionarios surcaron Latinoamérica llevando sus recetas bajo el brazo. Cual dogma religioso e incuestionable se le ofrecía el mismo modelo a todos los países: apertura, privatizaciones -aun de las empresas públicas rentables-, achicamiento del Estado, etc. Joseph Stiglitz, vicepresidente del Banco Mundial lo reconoce abiertamente: “Oficialmente -dice- por supuesto que el FMI no ‘impone’ nada. ‘Negocia’ las condiciones para otorgar ayuda. (...) Yo sé de un desafortunado incidente donde un equipo del FMI copió gran parte de un texto de un informe de un país y se lo ofreció a otro dejando el nombre del país original en algunas partes del texto” (2000).

La puesta en práctica de las medidas sugeridas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial debía permitir que los “mercados emergentes” (término con connotación positiva que ha reemplazado la categoría de “subdesarrollo” con connotación negativa) accedieran al desarrollo.

En la simplificación del discurso los teóricos neoliberales presentan su modelo económico con postulados simplistas como si los países industrializados más desarrollados hubieran accedido al lugar que ocupan hoy en día combatiendo el proteccionismo y el estatismo. Sin embargo, este es otro de los mitos fabricados en los últimos años. Para su crecimiento, tanto el Reino Unido, Estados Unidos, Japón o Alemania apelaron -en menor o mayor medida- a medidas proteccionistas que contradecían abiertamente los postulados liberales y utilizaron su poderío político-militar para “competir” en el libre mercado.

¿Cómo se hace el balance y que parámetros utilizar?

No es sencillo hacer el balance de una década en una región tan vasta como Latinoamérica. Lógicamente, no se puede medir con los mismos parámetros las necesidades de los indígenas ecuatorianos, que las de un técnico en computación en San Pablo con estudios terciarios, o una trabajadora mexicana de una empresa de autopartes coreana en la frontera con Estados Unidos a la cual ni siquiera le está permitido sindicalizarse. Además, es imposible adoptar un solo criterio, entre otras razones, porque a lo largo del siglo, la mayoría de los latinoamericanos -incluso los más pobres- ha mejorado su nivel de vida.
Desde luego que para las teorías neoliberales el parámetro del balance pasa por la cantidad y calidad de las reformas aplicadas. En este sentido, consideran que la dácada del ‘90 ha sido un éxito rotundo cuyos frutos ya se trasladan al bienestar general. De allí que citen los números macroeconómicos que indican crecimiento del PBI o la cantidad de dólares que ingresaron al país, muestren éxitos tales como la estabilidad monetaria, o mejoras en los servicios, y que México y la Argentina sigan siendo los ejemplos del éxito de la implementación de las reformas (Mexpaz Análisis, 1997). El economista jefe del Banco Mundial, Guillermo Perry sostiene que “la pobreza no bajó con los ajustes de los ‘90, y la desigualdad creció, pero la experiencia fue exitosa: América Latina subió el ingreso per capita 1,5% anual; en los ’80, bajó el 2%” (Entrevista a Guillermo Perry en Clarín, 2000: 32).

Según un informe de 1995 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que agrupa a las 24 naciones más desarrolladas, en 1960 Latinoamérica participaba del comercio mundial con el 9% de las exportaciones mundiales, pero en 1994 este porcentaje se había reducido al 3,6%, incrementando su marginalidad en el contexto mundial. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), las Naciones Unidas
o el propio Banco Mundial en sus informes anuales coinciden en señalar el crecimiento de la pobreza y de la miseria extrema en Latinoamérica en la última década (Ramírez López, 1999).

Según un informe de la CEPAL de 1996 la reactivación económica que se observa en los ‘90 y que registra de 1990 a 1996 una tasa de crecimiento media anual del PBI del 3% no ha logrado resarcir el estancamiento productivo de los años ‘80. En 1996 el producto por habitante fue todavía 1% inferior al que la región alcanzó en 1980 (CEPAL, 1996).

Más aún, como a principios de siglo, la mayoría de los países latinoamericanos sigue exportando materias primas y dependiendo de las fluctuaciones de un mercado mundial que no domina, para importar la mayoría todo aquello que Thurow señala como esencial para ser desarrollados.

La apertura de los mercados tiene dos facetas. Por un lado ha provocado el cierre de importantes industrias nacionales, pero por el otro, la importación de objetos de consumo logró masificar algunos de ellos a precios muy bajos. La apertura de los mercados puso ante los ojos de la población un mundo de objetos importados -desde paraguas hasta televisores- a precios más baratos que los conocidos hasta entonces. Sumado al éxito de derrotar la hiperinflación, se produjo la alianza “de facto” entre los grupos más poderosos que favorecían un discurso basado en los números positivos del crecimiento económico y los sectores más postergados, que lograron acceder a bienes de consumo antes inaccesibles. Por este conjunto de factores las propuestas neoliberales en los ‘90 lograron consolidarse en el poder por medio del voto.

Como dice Tomás Moulian, miles de personas tuvieron la sensación de que por primera vez accedían a bienes u objetos que antes estaban restringidos a los ricos. Más que cualquier discurso, esta posibilidad de pasar de la televisión blanco y negro al color, de tener videocassetera, de acceder al teléfono, le otorgó a millones la sensación de que ellos también entraban en la modernidad. La masificación del crédito permitió el tan mentado “voto licuadora” como mecanismo de futuras compras reales y políticas. El precio de la apuesta a la continuidad de este modelo económico estuvo dado por lo que Moulian define como consumismo, esto es, “los actos de consumo que sobrepasan las posibilidades salariales del individuo y acuden al endeudamiento, apostando por tanto con el tiempo” pero multiplicando la disciplina y la sumisión por temor a perderlo todo (1997: 104).

Pero la tan mentada prosperidad fue restringiéndose. Una minoría aunque relativamente grande en las principales capitales latinoamericanas- comenzó a disfrutar de los placeres de lugares exclusivos, los shoppings y malls, las salas de cine al estilo norteamericano, computadoras, Internet, las camionetas todo terreno, los celulares y tantos otros productos. Sin embargo, el hecho de que un segmento de la población pueda tener los mismos patrones de consumo y, en algunos casos incluso superior al de los países más desarrollados no necesariamente quiere decir que el país en cuestión ha ingresado al club del “Primer Mundo”. De allí que Julio Boltvinik profesor de El Colegio de México- se pregunte cuál es las relación entre privatización y bienestar, porque las inversiones han mejorado la calidad del servicio para aquellos que las pueden pagar sin consecuencias apreciables en el presupuesto familiar. Sin embargo, para la inmensa mayoría de la población muchos de los precios de estos servicios los excluyen de este circuito. “Es decir -dice Boltvinik-, se mejora el bienestar de una minoría, se excluye a la mayoría y se aumenta muchísimo la ganancia privada” (La Jornada, 1999).

Consideramos que estos patrones de consumo, que no son masivos, no pueden ser el criterio principal para evaluar la realidad social de un país. De la misma manera que la tasa de crecimiento anual o el ingreso del PBI per capita tampoco reflejan al complejo conjunto del entramado social.

En América Latina la pobreza sigue siendo una variable

Uno de los debates clásicos en la sociología tiene que ver con la forma de medir el desarrollo de una sociedad. Consideramos que uno de los elementos centrales a tomar en cuenta para realizar un balance de las políticas neoliberales en América Latina tiene que ver con la pobreza en sus diversas variables metodológicas de medición.

La pobreza sigue siendo una variable de medición al momento de hacer un balance del desarrollo socio-económico y, de hecho, tanto el Fondo Monetario Internacional, como el Banco Mundial o la CEPAL -cada una a su manera- la incorporan en todos sus estudios. Según José Antonio Ocampo, Secretario Ejecutivo de la CEPAL, la “década perdida” fue un período de marcado deterioro en materia de pobreza en América Latina. En un informe de 1998 Ocampo señalaba que “entre 1980 y 1990 la pobreza empeoró como resultado de la crisis y las políticas de ajuste, deshaciendo la mayor parte de los progresos logrados en materia de reducción de pobreza durante los años ‘60 y ‘70 y se incrementó la desigualdad de ingresos en la mayor parte de la región” (Boron, 1999).

En el documento “Panorama social de América Latina” de la CEPAL de 19983, en 1980 el 35% de los hogares eran pobres, en 1990 era el 41% y en 1997 se mantenía en el 36%. No hay que olvidar que la CEPAL suele medir la cantidad de hogares ya que si midiera individuos, los números serían aún mayores. A fines de los ’90, y luego de implementadas las profundas reformas neoliberales, la pobreza está en los niveles de 1980. La diferencia con 1980 es que -según Oscar Altimir- ahora dos tercios de los pobres y más de la mitad de los indigentes viven en áreas urbanas (Altimir, 1998).

Contradictoriamente, la CEPAL considera que la evolución de la pobreza durante la década de 1990 ha sido positiva aunque “debe ser evaluada con prudencia ya que recién se han recuperado los niveles relativos de 1980 y aún no se logra reducir el numero de pobres e indigentes que existía en 1990” (CEPAL, 1996). En lo que respecta a la distribución del ingreso, entre 1990 y 1997 señala que “el conjunto de la región ha tenido un deficiente desempeño, ya que ha persistido el alto grado de concentración existente al comienzo de ese periodo” (CEPAL, 1996).
Tomemos nuevamente algunos casos puntuales. Chile es considerado todavía el paradigma exitoso de las reformas económicas neoliberales. De hecho, tanto el gobierno de Patricio Aylwin como el de Eduardo Frei se ocuparon de remarcar que no darían marcha atrás en las principales reformas económicas implementadas durante el régimen de Pinochet, reconociendo el éxito de muchas de ellas. Sin embargo, gran parte del “éxito” fue producto del cuidadoso marketing basado en campañas publicitarias (internas y externas) que la señalaban como ejemplo de modernización sólo equiparable a los “tigres asiáticos”. El marketing del éxito económico fue un pilar de la construcción del mito del Chile actual (Moulian, 1997: 97-99). Los datos de la CEPAL cuestionan este éxito. En 1970 la proporción de hogares pobres en Chile era del 17%. En 1987 había trepado al 39,1% para bajar al 19,7% en 1996 (Ocampo, 1998). Esto es, después de 14 años (1973-1987) de neoliberalismo sin oposición en Chile, la pobreza trepó del 17 al 39%.

México como modelo

Durante varios años el ex presidente Carlos Salinas de Gortari fue elogiado por todos los organismos internacionales como el mejor alumno del modelo neoliberal, hasta que cayó en desgracia. Pocos recuerdan ahora sus famosas frases del estilo “El compromiso principal es con los que menos tienen” (México Análisis, 1996), o sus promesas de llegar al Primer Mundo por vía del “liberalismo social”.

Julio Boltvinik, que hace 20 años estudia el fenómeno de la pobreza en México, al realizar un balance de la década es claro y contundente: “Si uno toma el modelo teórico de lo que es el neoliberalismo y después compara con lo que hizo el gobierno de Salinas y sigue haciendo el gobierno de Zedillo, son idénticos los puntos uno por uno” (entrevista con Julio Boltvinik, 1999).

Diez años después de comenzado el modelo neoliberal, el Banco Mundial coloca a México entre los 12 países más pobres del mundo (en términos absolutos) porque el 40% de la población sobrevive con menos de dos dólares diarios, que es la mitad del salario mínimo oficial (Agencia Informativa Pulsar, 1998[a]). La CEPAL destaca que el 75% de las personas con empleo formal reciben entre uno y dos salarios mínimos, a pesar de que el costo de la canasta básica es de tres salarios (Agencia Informativa Pulsar, 1998[a]). A fines de los ‘90 en México era más grande el número de personas que se hacían pobres, que el de aquellas que nacían pobres (Agencia Informativa Pulsar, 1998[a]).

Según las conservadoras cifras de la Comisión de Desarrollo Social de la Cámara de Diputados, el número de mexicanos que vive en la extrema pobreza aumentó de 17 millones a 26 millones en los últimos 10 años (Agencia Informativa Pulsar, 1998[a]). En la opinión de Boltvinik esa cifra es mucho mayor porque solamente entre 1994 y 1996 aumentó considerablemente el porcentaje de pobres extremos del 40% al 55% de la población. En lo global, dice Boltvinik, “en 1989 había 79 millones de mexicanos, de los cuales 55,9 eran pobres” (1995: 298-309). “En 1999 -dice Boltvinik- hay cerca de 100 millones y 73 millones son pobres” (entrevista con Julio Boltvinik, 1999).

Según estudios de varias universidades, “de diciembre de 1994 a la fecha, el salario mínimo ha acumulado una pérdida del 47,2 % en su poder adquisitivo, y se coloca así como el período con mayor deterioro en los últimos 18 años” 27 (La Jornada, 2000[b]).

Según un informe del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) del 19 de abril de 1998, “el 38,1% de los ingresos del país fue repartido entre el 10% de los hogares más ricos, mientras que el 25,5% de los ingresos quedó en manos del 60% de los hogares más pobres”: una brecha mayor que en 1996 (información de la agencia Reuters, citado por CNNenespañol.com, el 24 de Abril de 2000).

Mientras los teóricos del neoliberalismo y los organismos internacionales continúan elogiando el crecimiento macroeconómico de México, los datos de pobreza son contundentes: sobre una población de 100 millones, 73 millones son pobres. A pesar de los datos de la pobreza, los organismos financieros internacionales siguen elogiando el modelo mexicano. Durante la última visita oficial del presidente Zedillo a Estados Unidos un mes antes de las elecciones del 2 de julio de 2000, el presidente del BID, Enrique Iglesias destacó “la consolidación de la economía mexicana, que está creciendo a una tasa vigorosa, tiene una inflación abatida y está en un proceso de modernización reconocida por los mercados. A Zedillo hay que reconocerle haber llevado a cabo su compromiso social al tiempo que ponía en práctica un programa de austeridad” (Clarín, 2000).

Otros casos, otros datos

El caso chileno también refleja otro gran problema de América Latina: la desigualdad de ingresos. Según Atilio Boron, entre 1979 y 1988 el 10% más rico de la población aumentó su proporción del ingreso nacional del 36,2% al 46,8%. Y la mitad más pobre vio reducidos sus ingresos del 20,4% al 16,8%30 (Borón: 1999).. Para la socióloga Susana Torrado, en la Argentina el modelo produce pobreza sin inflación. En 1983 había un 18% de argentinos que vivían debajo de la línea de pobreza. Entre 1987 y 1990 subió al 47,4%; bajó al 21,5% en 1991 y se alcanzó el 16% en 1993 (Torrado, 1999). A partir de 1994 -sostiene Torradocomienza la curva ascendente con inflación nula y llega al 26% en 1998. En números absolutos, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas, 7 millones de argentinos viven con poco más de 2 dólares por día (Página/12, 1999). Respecto a los niveles de ocupación, Ismael Bermúdez señala que en 1990 los desocupados y subocupados sumaban 18%, nueve años después treparon al 28,1% (Clarín, 1999).

En la Argentina, un fenómeno de los años noventa es la formación de una nueva capa social muy heterogénea: los nuevos pobres, esto es, una franja importante de la clase media empobrecida. A diferencia de los pobres estructurales, la pobreza de las clases medias es “invisible” hacia adentro porque cualquier edificio de clase media puede albergarlos. Pertenecen a esta capa social los que han perdido su lugar de trabajo y no encuentran uno nuevo, dejan de salir de vacaciones, no pueden pagar más las cuotas de un colegio privado ni de la medicina prepaga, venden el coche o comienzan arreglos en su casa y los abandonan. Muchos de ellos decidieron aceptar los “retiros voluntarios” y terminaron quebrando en los nuevos emprendimientos que iniciaron. Hay quienes tuvieron un trabajo estable y una buena posición durante varios años y ahora, en la curva de la madurez, se las arreglan como cuentapropistas sin ningún tipo de beneficios sociales ni perspectivas de un futuro mejor. En la mayoría de los estudios realizados por los teóricos neoliberales, este nuevo fenómeno, de los ‘90, ni siquiera aparece como variable (Minujin y Kessler, 1995).

En Bolivia, los resultados del Censo Nacional de Población y Vivienda de 1992 indican que 7 de cada 10 bolivianos viven en la pobreza. En el campo, 9 de cada 10 son pobres (Agencia Informativa Pulsar, 1998[b]; datos aportados por Carlos Garafulic, director del Instituto Nacional de Estadisticas de Bolivia). En Nicaragua, en los últimos 7 años el número de pobres creció en un 50% (Agencia Informativa Pulsar, 1998[c]; datos aportados por el economista nicaragüense Oscar René Vargas).

En Perú -según datos del Banco Mundial- tras ocho años de neoliberalismo, cinco de cada diez peruanos son pobres y ganan menos de un dólar al día, tres viven en condiciones de extrema pobreza y más del 50% de las familias del país recibe alimentos.
Finalizada la década de los ’90, según cifras oficiales, de cada 10 personas en edad de trabajar, 6 están abiertamente desempleados o subempleados y 7 de cada 10 niñas y mujeres peruanas sufren algún tipo de violencia en su entorno familiar. Diez años después de Fujimori los sociólogos han tenido que inventar una nueva categoría para calificar a los pobres extremos que ahora son definidos como “Sector E”. Son los que antes pertenecían al “Sector D” -simplemente los “pobres”- y ahora viven en condiciones de extrema pobreza, comen una vez al día y no tienen servicios básicos de subsistencia (Brieger, 2000).

El caso del Brasil es diferente por dos razones centrales. En primer lugar, por la propia historia, magnitud y transformación de la sociedad brasileña ya que representa el 7% del PBI mundial (Carta brasileira contra a desigualdade e pelo direito a' cidade, 1995) y porque la migración campo-ciudad y la expansión de las metrópolis ha provocado la concentración urbana del 80% de la población (Carta brasileira contra a desigualdade e pelo direito a' cidade, 1995). En segundo lugar, porque el Brasil ha sido uno de los últimos países latinoamericanos donde se han aplicado las reformas neoliberales con el advenimiento de Fernando Henrique Cardoso en 1994. De todas maneras, el trazo similar se puede observar en el proceso de reformas constitucionales y legislativas que permitieron las privatizaciones en sectores estratégicos como petróleo, telecomunicaciones, energía eléctrica, puertos, minas (Codas, 1997).

El profesor de economía de la Universidad de Ottawa Michel Chossudovsky sostiene que en el Brasil 50% de la población vive debajo de la línea de pobreza (1999). Pero Demetrio Magnoli, Dr. en Geografía Humana de la Universidad de San Pablo, asegura que “el tema en Brasil no es la pobreza absoluta sino el crecimiento de las desigualdades y la economía informal que abarca a la mayoría de la población” (entrevista con Demetrio Magnoli, 1999)

Conclusión: la década del mito neoliberal

El mito ofrece bajo la forma de un relato mágico-religioso la explicación de un fenómeno a través de la utilización de símbolos y de esta manera unifica el pasado con el futuro. El mito está íntimamente ligado al mundo real, por eso tiene la función de tranquilizar los ánimos al afirmar la pertenencia a una realidad continua que de esta manera se legitima, porque proporciona una explicación coherente de la realidad aunque tenga una connotación religiosa dogmática. Es justamente esta connotación la que provoca que los mitos puedan resultar verdaderos para aquel que cree en ellos, aunque estos sean inverosímiles. Y como los mitos tienen una estructura clara de principio, nudo, desenlace y final, se adaptan a la concepción neoliberal simplificadora que partiendo de una ruptura con el populismo y el estatismo (principio) se llevarían adelante las privatizaciones y la reforma del Estado (nudo) para lograr el bienestar prometido (desenlace) y arribar al Primer Mundo (final). Como los mitos tienen un carácter ritual y simbólico para que la sociedad crea en ellos, es necesaria su repetición ritual, la fácil asociación de ideas que inculca un sentido de rectitud, así como de inevitabilidad (las reformas eran “inevitables”).

Durante la década de los ‘90 se construyó un mito en base a un hecho real: la estabilidad monetaria lograda luego de detener procesos hiperinflacionarios. El mito de las reformas neoliberales se basó en la repetición ritual de que estas reformas sacarían a América Latina del atraso al que la había sumido el populismo y el estatismo. En el balance, después de 10 años de neoliberalismo es posible determinar que los resultados han favorecido principalmente a una pequeña franja de la población en cada país, en mayor o menor grado según el caso. Son minorías que viven detrás de muros electrificados como en Lima o San Pablo, o recluidas en suburbios exclusivos custodiados por guardias armados. Según la revista Courrier International, solamente en Río de Janeiro hay más de 100 mil guardias de seguridad privados y la industria de la seguridad mueve en el Brasil, en plena recesión, más de 2 mil millones de dólares por año (1999).

Las expectativas y promesas de entrar al Primer Mundo fueron desmesuradas y ayudaron a construir el mito. Los ministros de economía que pregonan la aplicación de las reformas neoliberales siguen afirmando que hay menos pobreza porque -en el caso argentino
o brasileño- se acabó con la hiperinflación, “el peor impuesto a los pobres”, como suelen repetir. En un informe entregado al presidente de México Ernesto Zedillo, la CEPAL señala de manera categórica que los resultados económicos de la última década han resultado frustrantes. Apenas se consiguió un crecimiento promedio de 3,3 % anual, habitan la región 224 millones de pobres y 7 de cada 10 nuevos puestos de trabajo están en la economía informal (La Jornada, 2000[b]).

Para los que tienen un contacto real con los estratos sociales más desfavorecidos, estos datos no son desconocidos ni ocultados por estadísticas macroeconómicas. Monseñor Casaretto, presidente de Caritas, al ser consultado sobre la pobreza en la década de los ‘90, fue categórico: “sin lugar a dudas aumentó” (Radio América, 3 de Enero de 2000).
Por otra parte, si las desigualdades se incrementan, si en México hay 73 millones de pobres, si en la Argentina 7 millones viven con poco más de 2 dólares por día y el 39% de los latinoamericanos sobrevive con 1 dólar diario, la conclusión es categórica: el modelo neoliberal ha fracasado y su éxito se debe a la construcción de un mito. Ahora, después de ver los resultados, y cuando las críticas al modelo neoliberal crecen, en los organismos internacionales se plantea que “ha llegado la hora de dar una dimensión de sensibilidad social”. Este también es un mito. Un modelo que reconoce que arrastra una “deuda social” en su primera fase lo hará también en las subsiguientes. Lo reconoce Louis Emmerij -un miembro del BID- cuando dice que “la lección básica de las décadas pasadas fue olvidada; lo económico y lo social eran una sola cosa. Hay una bomba de tiempo social que late bajo los sistemas económicos aplicados” (Van der Borgh, 1996).

El BID, por ejemplo, señala que en 26 países comprometidos con las reformas neoliberales, y a consecuencia de los “cambios estructurales”, creció el desempleo (García Morales,1999) De acuerdo con estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ocho de cada diez puestos de trabajo creados en los años ‘90 corresponden a ocupaciones de baja calidad en el sector informal (Ocampo, 1998).

Como dice Ramón Castillo, “parece como si el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el BID, de pronto, como despertando de un profundo sueño, reconocieran que el modelo de desarrollo basado en el crecimiento de los indicadores macroeconómicos parece no estar dando los resultados esperados. Inesperadamente, parecen caer en cuenta de la necesidad de imprimirle a la economía un enfoque más humano, más solidario, y hablan de tomar en serio los valores políticos, culturales y familiares como claves olvidadas del desarrollo” (El Nacional, 2000).

Ahora bien, si el modelo neoliberal fracasa como proyecto económico pero no existe un intento por descifrar ese fracaso habrá logrado su mayor triunfo: el ideológico. Esto es, seguir creyendo que a pesar de su fracaso es “lo que había que hacer”. Esa es justamente la construcción del mito. Por eso pensamos que la década que se cierra es “la década del mito neoliberal”. Guy Sorman en 1989 decía que “no hay que olvidar que el liberalismo favorecerá especialmente a las clases mas pobres y que, por lo tanto, hay que movilizarlas en torno a este proyecto antes de que sean recuperadas por alguna corriente de izquierda” (1989: 27). Sorman planteaba esto antes de la caída del muro de Berlín, pero también como un axioma antes de que pudiera quedar demostrada en la realidad la imposición del mito.

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Notas:

* Instituto de Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de La Plata (UNLP). 1 Ver especialmente el trabajo de Carla Hills (1998), representante de Comercio de Estados Unidos desde 1989 hasta 1993. 2 En 1992 María Julia Alsogaray, en ese momento Secretaria de Recursos Naturales de la Argentina señalaba que “La única posiblidad de despegar hacia el desarrollo y el crecimiento económico de los países latinoamericanos radica en los procesos de privatizaciones” (El Comercio, 1992). 3 El “Panorama social de América Latina” de la CEPAL es preparado anualmente por la división de desarrollo social y la división de estadística y proyecciones económicas de la CEPAL (www.eclac.cl/espanol/publicaciones/ps98/sintesis.htm).