Pepe, presidente de Uruguay El capitalismo parece haber dado todo de sí

Carlos Gabetta
La Jornada [x]
Lo lógico es que el socialismo democrático lo remplaceTenemos que transformar el Estado, hacer esa revolución, evalúaEn cualquier sistema, nada es más hermoso, más preciado, que la vidaVale la pena pelear para que la gente tenga un poco más de comida, diceEl gran elemento distribuidor en la sociedad, al menos en la actual, es el salario
Pepe Presidente. Dicho así, como en el título, parece una consigna electoral. Pero José Mujica está a punto de concluir –este primero de marzo– su mandato como Presidente y es más Pepe que jamás. Llevo medio siglo en la profesión y he tenido oportunidad de conocer y/o alternar en distinto grado con mandatarios de lo más diversos, desde Ronald Reagan a Raúl Alfonsín, pasando por Fidel Castro, Mijail Gorbachov, Lula, François Mitterrand, Sandro Pertini, Michelle Bachelet y Carlos Menem, pero Pepe se sale del molde; es decididamente otra cosa. El único conocido que se le asemeja en talante democrático y sencillez es el argentino Arturo Illía, pero éste estaba lejos del arsenal teórico y la experiencia política y vital de Pepe.

El 11 de febrero pasado, a las 10 de la mañana, llegamos la periodista suiza Camilla Landböe, el fotógrafo Óscar Bonilla, el amable gestor de la entrevista Federico Fasano Mertens, el director de prensa de la Presidencia de Uruguay Joaquín Costanzo y yo mismo a la sencillísima, florida chacra de Pepe, a pocos kilómetros de Montevideo. Sale el Presidente a recibirnos, vistiendo camisa arremangada y fuera de los pantalones vaqueros, zapatillas con cordones a medio atar y gorra de béisbol. Saluda, estrecha manos, nos sentamos bajo un árbol, agarra un termo y empieza a cebar mates para todo el grupo. De vez en cuando interrumpe para pedirle a Bonilla que le preste tabaco y papel para liarse un pitillo.

Pero aunque esta descripción lo sugiera, no hay nada de pose, de pintoresquismo en Pepe Mujica. Respira, transpira, transmite autencidad, demostrada en su vida de toda la vida y sobre todo en lo que hace, en lo que dice. No he conocido políticos, menos aún Presidentes, que se expresen con tanta libertad sobre las limitaciones y problemas de su gestión, sobre sus propios partidarios y aliados, con un lenguaje mezcla de intelectual profundo y hombre de la calle. Pepe es uno de esos raros marxistas que han comprendido el materialismo humanista de Marx y hacen esfuerzos por ponerlo al día. En cualquier caso, un hombre cultivado y profundamente honesto, sincero. Se puede estar de acuerdo o no con todo o parte de lo que expresa, pero es imposible no maravillarse ante un personaje así.

Pepe, Presidente de la República Oriental del Uruguay.

CG (Carlos Gabetta): Empecemos por las cuestiones formales: ¿cómo es el trato? Lo llamamos Presidente, señor Mujica, José o…

JM (José Mujica): Pepe… y nos tuteamos.

CG: Gracias, Pepe. Comencemos entonces. Para un hombre como vos, que ha luchado en los años 70 por cambios políticos, económicos y sociales rápidos, definitivos; por una revolución, y ha pagado por ello, entre otras cosas con 15 años de cárcel… ¿Qué significa, años después de todas esas experiencias, ser Presidente electo, encontrarse al frente de una alianza de centro-izquierda, con compañeros que tienen ideas distintas y con una responsabilidad de gobierno?

JM: Los hombres, como cualquier cosa viva, amamos mucho la vida. Entonces queríamos un mundo perfecto. Después hemos sufrido bastante, pero por falta de velocidad, porque nos agarraron (risas), no porque fuéramos héroes. Pero allí empezamos a revalorizar el papel que tiene la vida, nada más y nada menos… Vale la pena pelear para que la gente tenga un poco más de comida, mejor techo, más salud, mejor educación, y transcurra su tiempo sobre el planeta lo mejor posible. Pero nada es más hermoso, más preciado que la vida… Y esto es así en el capitalismo, lo fue en el feudalismo, lo fue para el hombre primitivo… y lo será en el socialismo. Como la vida no hay nada… Eso es lo que aprendimos en esos años, que la vida es el primer valor, y en todo caso el segundo valor es la sociedad.

Por eso ahora andamos despacio, pero firme, tratando de apuntalar transformaciones que son relativas; lentas, porque deben consensuarse; que no son definitivas, porque lo único definitivo es la muerte…

CG: Lo que decís se podría entender, traducir, como una adaptación a la realidad…

JM: Uno no acaba nunca de adaptarse a la realidad, que es tan compleja… Es una manera de ver el mundo… algunos lo ven a través de una ecuación religiosa, otros meramente ideológica… yo me siento cada vez más emparentado con viejos filósofos como Séneca, como Epicúreo, como…

CG: Heráclito…

JM: Sí… Por supuesto, hay convicciones, un trayecto intelectual al que uno no va a renunciar, pero no debemos ser esquemáticos… Pienso que el hombre, como animal que es, por el disco duro que tenemos dentro, es gregario; no es un felino, es antropológicamente socialista. ¿En qué sentido? Necesita de la comunidad para vivir; no puede vivir aislado, tiene una honda dependencia con el grupo social. Ha vivido más del 90 por ciento de su existencia humana en forma primitiva; no separaba lo mío de lo tuyo. La propiedad, la competencia y todo eso que vino después. El desarrollo de la civilización fue conformando su individualidad; la noción acabada de individuo acaparador es moderna, capitalista. Nosotros somos capitalistas por formación histórica, porque vivimos en este momento del desarrollo de la la civilización.

CG: Hace unos días leí una frase tuya: vamos a tener guerra hasta que la naturaleza nos obligue a ser civilizados…

JM: Y sí, por ahí vamos. El capitalismo, como todo, es contradictorio. Por un lado, está la injusticia, la desigualdad, las guerras; pero ese egoísmo que lleva adentro es un motor formidable, que ha desarrollado ciencia, tecnología, todo eso, ¿verdad? El capitalismo nos ha dado muchos azotes, pero nos regaló 40 años más de vida promedio en el último siglo… ¿qué te parece? Ahora parece haber dado todo de sí; lo lógico es que el socialismo democrático lo remplace, pero los tiempos de la historia son largos. El capitalismo se desarrolló durante tres siglos sin democracia política…

CG: Alguna vez dijiste algo así como de los problemas no hay que lamentarse; hay que enfrentarlos.

JM: Sí, el asunto es encontrar el modo…

CG: Justamente, una vez en un gobierno como el que presidís, ¿cómo se van resolviendo esas contradicciones?

JM: Se va negociando lo que se puede, tratando de contribuir a que la sociedad sea lo más equitativa posible, interviniendo permanentemente con políticas fiscales, sociales, impulsando la organización de los trabajadores para que discutan el precio de sus manos. Porque en definitiva, el gran elemento distribuidor en la sociedad, al menos en la actual, es el salario. No es el único, y además tiene un límite, porque si le meto la mano demasiado en el bolsillo al que tiene que invertir, no invierte y al final tengo menos para repartir… Mirá el resultado humano y práctico que han tenido los experimentos apurados, definitivos del socialismo: al final tuvieron menos para repartir…

CG: También fueron experimentos antidemocráticos…

JM: Por supuesto, porque cuando se te achica todo, tenés que caer en la ferocidad represiva… Pero lo peor de ese socialismo es la burocracia… Empezás a depender no de los productores, sino de los capataces… El capitalismo tiene los problemas que conocemos, pero siempre hay algo que aprender, hasta del adversario. Hay que aprender de la inteligencia, no de la estupidez.

CG: ¿Hasta dónde avanzó el Frente Amplio (FA) y qué le queda por hacer?

JM: El problema es que tenemos una herencia, como es normal. A partir de la década del 40 –las fechas pueden ser arbitrarias– en Uruguay la democracia se nos fue amortiguando; caímos en clientelismos, en utilizar al Estado para colocar mucha gente, demasiada gente, y así le fuimos quitando competitividad. Por un proteccionismo hacia la gente que trabaja, creamos una categoría de funcionarios prácticamente intocable que tiene su porvenir asegurado; entrando en el Estado, dentro de 40 años se jubila y nadie lo toca, haga lo que haga. El Estado perdió vigor, y obviamente los sindicalistas defienden esas conquistas, con lo que se transformaron en defensores del statu quo que maniataba al Estado… Tocar eso en el Uruguay es como hacer una revolución… Entonces, quedamos a medio camino.

El Frente trató de vigorizar las conquistas siendo menos demagógico, tratando de usar y hacer las cosas un poco mejor, pero tenemos que transformar el Estado, hacer esa revolución. Tenemos los instrumentos, pero debemos ponernos de acuerdo: además de la energía, las comunicaciones, etcétera, el Estado tiene en sus manos el principal banco del país; el 60 por ciento del movimiento bancario está en manos del Estado y nosotros (el FA) vamos levantando la consigna hay que nacionalizar la banca…

¿Para qué vas a nacionalizar la banca? La banca estatal tiene que funcionar a cara de perro, de tal manera que la banca privada no tenga otro remedio que aceptar las reglas de juego. Ese es uno de los desafíos que tenemos por delante.

CG: Junto con Chile, y a diferencia de Argentina, en Uruguay los crímenes de la dictadura de los 70, gozaron de una ley de caducidad, plebiscitada…

JM: Creo que el pueblo uruguayo tuvo miedo… y con buen talante, en alguna medida decidió hacer gárgaras con tachuelas… Difícil, duro, pero priorizó la tranquilidad.

CG: Pero luego la Corte Suprema declaró inconstitucional algunos aspectos de esa ley de olvido, para llamarla de alguna manera. ¿Cómo se manejó este asunto en tu gobierno?…

JM: El problema es complejo. Por un lado, los criminales no se van a autoacusar; por otro, han dejado muy pocas pistas, yo diría que ninguna, para que la Justicia se aplique plenamente, con lo que tendríamos para muchísimo tiempo. Verdad y justicia suelen ser contradictorias y el problema está en la división política y las peleas, los odios, que eso genera en la sociedad cuando se prolonga en el tiempo. Fijáte en Argentina, empezaron bien, pero luego fueron haciendo un enchastre tan generalizado y masificado que han pasado 30 años y hay puntas, flecos por todos lados… En Uruguay no… Tuvimos violencia y dictadura, pero la gente decidió olvidarlo, si vos querés. Ya veremos cómo se va resolviendo institucionalmente lo de la Corte Suprema.

Por último, hablando de justicia y no sólo respecto a los crímenes de la dictadura, Uruguay funciona con un sistema jurídico acorde con el pasado, pero no con los cambios necesarios en el presente. Si tú en Uruguay le querés poner un impuesto a la tierra, a la concentración de la tierra, te lo terminan declarando inconstitucional. Como en todo el mundo y siempre en la historia, la juridisprudencia fue pensada e instalada por las clases dominantes, las capas conservadoras. Tenemos que lidiar con eso; no lo hemos transformado. Nosotros (el FA) hace rato que tendríamos que haber impulsado una reforma constitucional, porque si no cambias los instrumentos jurídicos, después te encontrás con esas contradicciones, con un freno formidable. La Justicia, esa señora que ponen con una venda en los ojos y una balanza en las manos… eso no existe, porque la justicia refleja el peso de las clases que dominan en una sociedad. Los instrumentos jurídicos están sometidos a la historia, y la historia es una lucha de clases… Todo está pues influenciado por la política. Creo que no existe acto más político que una revolución, y todas las revoluciones han sido fundadoras de derecho, fuente de jurisprudencia. O sea que la o las clases que predominan son las que establecen las leyes. Eso es lo que necesitamos ahora, cambios democráticos, es decir aprobados por la mayoría, pero de fondo, que reflejen y al mismo tiempo permitan los cambios que necesita Uruguay en el presente.

CG: Marx estaría de acuerdo con vos.

JM: Mejor dicho, yo estoy de acuerdo con Marx…

CG: Quisiera pasar al tema regional, Pepe. El Mercosur, por ejemplo, que ha sido creado en 1989 y aún no pasó de algunos acuerdos comerciales y aduaneros, que tampoco funcionan muy bien… ¿Qué opinás de esos organismos, de su presente, y de lo que deberían ser?

JM: En América del Sur, y en toda América Latina, tenemos un gran desafío por delante. Si no creamos mecanismos que nos vayan integrando, que nos puedan dar una presencia internacional de peso, vamos a continuar como hojas sueltas en el viento. Es evidente que en el mundo se están organizando gigantescas unidades. China es un estado plurinacional viejísimo; la India por el estilo. Estados Unidos con el poder y las necesidades que tiene, con Canadá detrás y México, ese bocado al alcance de la mano, ya está de hecho convertido en una unidad. Europa, con todos los problemas que atraviesa, sigue en el proyecto de conformar una gigantesca unidad. Y si mañana fracasa, acabará tragada por una unidad mayor.

¿Y qué hacemos nosotros en este mundo, un montón de repúblicas aisladas que vienen corriendo de atrás? Seguimos metidos en el proyecto nacional. En los países determinantes de América Latina, Brasil, Argentina, México, los dirigentes hablan y asumen un discurso integracionista, pero desde el punto de vista práctico, están metidos hasta las orejas en las contradicciones del Estado nacional. Hacia afuera, hacia los otros países de la región, se conducen según sus tensiones internas… Estamos lejos de tener una política de construcción. Hicimos un pacto aduanero para negociar, ¿tá?... pero en cuanto hay alguna contradicción interna ¡tá!, ya le ponen el tapón… Hace pocos días estuve en un acto del Partido de los Trabajadores brasilero, donde estaban nada menos que la presidenta Dilma Rousseff y Lula… Escuché atentamente todos los discursos, y en ningún momento hablaron de la integración. Y no lo hacen por maldad; son de lo mejor. Cada vez que tenemos un problema con Brasil, hablamos y negociamos y lo solucionamos, pero la política interna y los problemas de Brasil les imponen la agenda… Y entonces, ¿qué estamos haciendo? Creamos organismos, nuevas instituciones, Mercosur, Unasur…

El proyecto integrador tiene 200 años, desde San Martín, Bolívar, Artigas, pero los partidos de izquierda hemos sido tan torpes que eso no es una bandera popular; en ninguna parte de América Latina hay una manifestación de masas peleando por la integración… eso apenas tiene un barniz de carácter intelectual, pero no está integrado como una necesidad histórica básica.

¿Sabés quiénes somos los más integracionistas? Los países chicos; por necesidad… porque vamos corriendo de atrás. La integración precisa un liderazgo, y ese liderazgo se llama Brasil… pero la Argentina tendría que acompañar, y no acompaña un carajo, más bien lo contrario, es como si la Argentina se hubiera retrotraído a una visión de 1960.

CG: En cuanto tiene el viento de cola, Argentina se olvida de la integración, cuando le van bien las cosas agarra para otro lado…

JM: También Brasil… Te voy a hacer una confesión: me dijo una vez la presidenta de Brasil: “¡Ay, Pepe, con Argentina hay que tener paciencia estratégica…!”

Brasil les ha bancado de todo a los argentinos, de todo… Pero no quiere perderlos como aliado. La Argentina termina siendo determinante en todo… lo que haga o no haga la Argentina va a incidir en el rumbo que tome Brasil.

CG: ¿Dilma dijo eso? ¿O Lula?

JM: Dilma. Lula piensa igual… Y me vienen a buscar a mí para que me haga cargo de la lucha de integración. Lula dice: yo no puedo, Pepe, no puedo porque soy brasilero (…) hay una fuerte burguesía paulista, que sin dirección política, coloniza en lugar de integrar. Hacen una inversión en Uruguay y compran algo que hicimos nosotros en lugar de fundar una cosa nueva. Ahora tenemos 40 por ciento de los frigoríficos en manos de brasileros. Van a la Argentina y hacen lo mismo. Eso, lo único que hace es desintegrarnos…

CG: Los argentinos hacen otro tanto cuando pueden…

JM: También, porque eso es natural en la voracidad capitalista. Pero políticamente hablando… yo no le voy a pedir a los burgueses que sean socialistas…

CG: Pero sí que sean buenos burgueses…

JM: ¡Por supuesto!... Ese es el más grave de todos los problemas… nuestras burguesías son muy atrasadas, son burguesías capitalistas, pero tienen una mentalidad precapitalista; en todo caso dependiente.

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La Suiza de América 

Al cabo de los dos gobiernos del Frente Amplio (FA) –Tabaré Vázquez 2004/09; José Mujica 2009/15)– y a punto de iniciar un tercer mandato, nuevamente con Vázquez como Presidente, los avances económicos, políticos y sociales en Uruguay son notables, además de evidentes, y no sólo para América Latina.

Baste señalar que la deuda pública pasó del 70 al 23 por ciento del PIB (más de la mitad, un 65 por ciento, está ahora denominada en moneda nacional); que las reservas del Banco Central alcanzan el 40 por ciento del PIB, los niveles más altos de la región (el próximo gobierno dispondrá así de 4 mil millones de dólares para destinar a obras de infraestructura); que el desempleo bajó del 20 al 6 por ciento; la pobreza, del 40 al 10 por ciento y la indigencia absoluta del 5 al 0.5 por ciento. Todos estos datos, y muchos más, están documentados por fuentes serias en un ensayo de Federico Fasano Mertens: Urna (sic) de dos: neoliberalismo o democracia (Brecha, Montevideo, 27/11/14. Viralizado en las redes sociales).

En cuanto al talante político del FA, baste también decir que Tabaré Vázquez ha ofrecido a toda la oposición, que ha aceptado, 25 altos cargos en la administración. José Mujica procedió del mismo modo.

Uruguay es el país de América Latina con más alto nivel de alfabetización, según la ONU. El segundo de la región, después de Chile, con menor índice de percepción de la corrupción; el tercero, después de Argentina y Chile, con mayor índice de desarrollo humano. El primero, con Costa Rica, en equidad de distribución de la renta: tanto el sector más rico como el más pobre representan sólo un 10 por ciento de la sociedad, respectivamente. Latinobarómetro, en un estudio realizado en 2008, lo sitúa como el país más pacífico de América Latina. También es uno de los 10 más verdes del mundo (Reader’s Digest); uno de los 20 más democráticos (The Economist) y de los más seguros y mejores para vivir (International Living).

Pero Uruguay tiene una historia particularmente destacada en materia institucional, cívica. Por algo desde principios del siglo pasado lo llamaban la Suiza de América. Primera Constitución, en 1830; educación universal, laica, gratuita y obligatoria, en 1877; ley de divorcio, en 1917; separación de la Iglesia y el Estado, en 1918; voto femenino, en 1938, el primero en América Latina.

José Mujica sostuvo en la entrevista que “la social democracia se fundó en el Uruguay, pero como somos un paisito, ‘chiquitito así’, no repercute. A partir de 1910, nosotros tuvimos transformaciones que eran francamente socialdemócratas. Un Estado democrático fuerte, agresivo, fundador, que iba para adelante, que resolvía problemas (ver entrevista).

“Tuvimos que defender todo eso cuando vino la oleada neoliberal… aquello de pagar las deudas con las cosas, con las empresas públicas ¿no? Y bueno, gracias a mecanismos que se han preservado, eso se pudo defender plebiscitariamente. Aquí no se pudo hacer lo que se hizo en Argentina, por ejemplo. Los argentinos vendieron todo para pagar las cuentas y al final se quedaron sin las cosas y con las cuentas…”

*Periodista y escritor