China: factor de impulso global

Jorge Eduardo Navarrete
La Jornada [x]

Los informes del presidente Xi Jinping y del primer ministro Li Keqiang, presentados a la reunión anual 2015 de la Asamblea Popular Nacional, que tiene lugar por estos días en Pekín, arrojan luz sobre el papel que China desempeñará, en el año en curso y más adelante, en la economía global, en la que se encuentra por completo integrada. Una cuestión muy debatida, al imaginar el futuro comportamiento de una economía global que aún no se libera de las secuelas de la Gran Recesión, es la de si China continuará jugando un papel positivo importante en la dinámica económica mundial, como fue el caso en los dos o tres primeros años del actual decenio. En ese periodo China fue el principal y quizá el único motor de la economía mundial. Sin embargo, desde 2014 por lo menos, China ha entrado en una fase que sus dirigentes denominan nueva normalidad, caracterizada, entre otros hechos, por tasas de crecimiento económico significativamente más bajas que las anteriores a la crisis. Esta nueva normalidad no es un fenómeno exclusivo de China, sino que se manifiesta en muchas otras economías avanzadas y emergentes. En otras latitudes se le han dado diferentes nombres: desde gran moderación, como se le menciona en los informes de algunos organismos financieros internacionales, hasta estancamiento secular, como han señalado economistas destacados tanto de Estados Unidos como de Europa. China se suma ahora a esta nueva normalidad y es importante tratar de apreciar lo que esto significa para el rol de la que quizá sea ya la economía nacional de mayor dimensión en el mundo.


(Debe aclararse, entre paréntesis, que sigue debatiéndose el momento en que China se convirtió, o se convertirá, en la mayor economía del mundo, por la magnitud de su PIB, expresado en dólares internacionales constantes y calculado con paridades de poder adquisitivo. En abril de 2014, un órgano técnico del Banco Mundial anunció que ya desde ese año el PIB de China, así cuantificado, rebasaría al de Estados Unidos. Como dato curioso, anotó que un relevo de tal naturaleza no ocurría desde 1872, año en que se considera que el tamaño de la economía estadunidense rebasó al de la británica. Sin embargo, en las estadísticas más recientes del propio Banco Mundial, el PIB de Estados Unidos continúa rebasando al de China, aunque lo hace apenas en 3.6 por ciento. Dada la diferencia en las tasas de crecimiento –7 por ciento para China, 4 por ciento para Estados Unidos, en la hipótesis optimista– il sorpasso podría tener lugar en el año en curso.)

Para 2015, según los informes a la APN, la meta oficial de crecimiento de China es de alrededor de 7 por ciento, medio punto por debajo de la establecida para 2014, que no se alcanzó cabalmente, pues la estimación oficial de crecimiento fue de 7.4 por ciento, abajo de las tasas de 7.7 por ciento registradas tanto en 2012 como 2013 y, desde luego, inferior a los promedios de 10 por ciento o más alcanzados antes de la crisis. Es claro que la nueva normalidad implica que China no volverá a registrar tasas de crecimiento de dos dígitos, pero es también de esperarse que siga siendo una de las más dinámicas entre las economías de gran tamaño.

La tasa de crecimiento real del PIB es quizá el elemento de mayor importancia al apreciar la contribución de China a la expansión de la actividad económica a escala mundial. Sin embargo, su contribución como factor específico de impulso, como motor del crecimiento global está más directamente vinculada a otros dos indicadores: el comportamiento de la demanda de importaciones de bienes y servicios, por un lado, y el monto y destino de las inversiones directas en el exterior, por otro.

En la época de expansión rápida, fue a través de la demanda de importaciones como se transmitió el dinamismo de China al resto de la economía mundial. Fueron las compras chinas de materias primas, alimentos, energéticos y otros productos básicos, en el último decenio del siglo XX y en el primero del actual, el factor específico más importante tras el ciclo de auge de precios de esta categoría de productos, cuya importancia para el crecimiento económico de gran número de economías, en especial países en desarrollo, no puede exagerarse. Ha sido frecuente escuchar que el disparador más importante del crecimiento, anterior a la Gran Recesión, y de la desigual recuperación entre 2011 y 2013, de economías tan diversas como Australia, Brasil o Indonesia estuvo constituido por las exportaciones a China de productos como el mineral de hierro, la soya y el petróleo, entre muchos otros. En 2014, la expansión del comercio exterior de China fue de apenas 3.4 por ciento. Se espera una tasa mayor en el año en curso, 6 por ciento, muy por debajo de las de dos dígitos alcanzadas un año tras otro en los tiempos del crecimiento acelerado.

Con la nueva normalidad, las importaciones de China tendrán menor peso como elemento de impulso de la economía global. En cambio, ganarán importancia las inversiones directas de China en el exterior. Quizá 2014 haya sido uno de los últimos años en que China fue receptor neto de inversión extranjera directa, es decir, inversión no financiera. En el presente año continuó la convergencia entre las corrientes de inversión extranjera directa en China, que se estima llegarán a 120 mil millones de dólares, y las inversiones directas de China en el exterior, que se espera sumen 103 mil millones. Como esta corriente crece más aceleradamente que la primera, cabe esperar que en la segunda mitad de este decenio China se consolide como importante inversionista directo en otros países. Estas inversiones serán un factor de impulso de las economías receptoras y de la actividad económica global.

Un elemento limitante de este impulso puede ser el hecho de que las inversiones de China en el exterior continúen concentrándose, como hasta ahora, en actividades extractivas, minería e hidrocarburos, o en producción de alimentos y materias primas agrícolas. Como se sabe, es limitada la contribución de este tipo de inversiones al crecimiento de las economías receptoras, en las que a menudo se constituyen en enclaves, con muy escasos encadenamientos con otros segmentos de la economía local. Por tanto, en los años por venir las inversiones chinas actuarán como factor de impulso del crecimiento en la medida en que se diversifiquen hacia las actividades industriales, en especial las de tecnología avanzada, y los servicios.

En suma, incluso dentro de la nueva normalidad, con el crecimiento menos acelerado que ésta supone, China continuará siendo, al menos en lo que resta del decenio, un factor de impulso importante para la economía global en su conjunto.