Cómo sobrevive esta comunidad en Irak El estigma de ser sunnita

Patrick Cockburn *
The Independent

Mahmoud Omar, un joven fotógrafo sunnita, está enojado aunque no totalmente sorprendido por la forma en que el gobierno de Bagdad sigue maltratando a sus compañeros sunnitas. Los líderes políticos dentro y fuera de Irak están todos de acuerdo en que la mejor, y posiblemente la única manera de derrotar al Estado Islámico (EI), es volver en contra al menos a una parte de la comunidad árabe sunnita.

La idea es repetir el éxito de Estados Unidos en 2006-07 en apoyar al Movimiento Despertar de los sunnitas, que se debilitó, aunque nunca destruyó a Al Qaida en Irak, el predecesor del EI. Ahora como entonces, muchos sunnitas odian a los extremistas por su violencia despiadada y aplicación de las normas extravagantes y arbitrarias sobre el comportamiento personal que no tienen conexión ni siquiera con la más estricta interpretación de la sharia (ley islámica).

El hecho de que tantos sunnitas están aterrorizados por el EI debería presentar una oportunidad para Bagdad, ya que el gobierno del primer ministro Haider al Abadi está destinado a ser más inclusivo que el de su predecesor, Nouri al Maliki. Las políticas sectarias cada vez más agresivas seguidas por Maliki durante sus ocho años en el poder son señaladas de haber convertido las protestas pacíficas de los sunnitas a la resistencia armada y empujando la comunidad sunnita a los brazos del EI. Esta es una versión excesivamente simplificada de la historia reciente, pero con el nuevo gobierno elogiado internacionalmente por su postura no sectaria, los sunnitas esperaban que enfrentarían menos represión día a día. “El EI conmocionó a muchos sunnitas con sus acciones”, dice Mahmoud. “Pero en lugar de que el gobierno nos trate mejor para ganarnos, nos están tratando aún peor.”

Como ejemplo de esto, cita el comportamiento de la policía en Ramadi, capital de la vasta y abrumadoramente sunnita provincia de Anbar. Su familia proviene de la ciudad, que solía tener una población de 600.000. Ahora el 80 por ciento huyó de los combates mientras el EI y las fuerzas gubernamentales batallan por el control. El EI lanzó siete atentados suicidas casi simultáneos la semana pasada y ya controlaba el 80 por ciento de Ramadi.

La situación dentro del enclave en poder del gobierno es desesperante, con escasez de alimentos, combustible y electricidad. Camiones que traen suministros tienen que evitar los puestos de control y las emboscadas de los jihadistas. Los precios de los alimentos se han disparado y en las ciudades periféricas, como Al Qaim y Al Baghdadi, Mahmoud dice que “la gente se ve obligada a comer forraje”.

Las escuelas están cerradas para los alumnos porque están llenas de refugiados. Pero en medio de esta crisis, Mahmoud –quien pidió que su verdadero nombre no fuera publicado– dice que la policía local es tan abusiva y corrupta como siempre cuando se trata de lidiar con los sunnitas. Dice que en una comisaría en la zona controlada por el gobierno de Ramadi “la policía continúa arrestando sunnitas, torturándolos, y se niega a liberarlos hasta que sus familias vienen con un soborno. Conozco a un hombre que estuvo allí durante una semana antes de que su familia pagara a la policía 5000 dólares para liberarlo”.

Todos los viejos métodos de vigilancia permanecen en su lugar mientras los comerciantes están obligados a espiar a sus clientes y entregar informes diarios a la policía. Como era de esperar, Mahmoud descarta como “promesas y palabras” las promesas del nuevo gobierno de Abadi de ser más ecuánime –intenciones que los estadounidenses y los europeos aparentemente toman por su valor nominal–. Como fotógrafo y miembro de una familia culta, políticamente moderada, Mahmoud sería considerado por el EI como un enemigo natural.

Traducción: Celita Doyhambéhère (Pagina 12)