Chile. La maldición del salitre

Por Alvaro Ramis
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 828, 15 de mayo, 2015

Chile a fines del siglo XIX se hizo famoso por proveer al mundo un recurso excepcional: el salitre, fertilizante natural que adquirió un precio exorbitante ya que también, mezclado con azufre y carbón, era un explosivo de uso militar. Pero los alemanes Haber y Bosch lograron, en 1913, producir salitre sintético y sobrevino su decadencia. La economía chilena entró en una profunda crisis que tuvo repercusiones durante décadas.
Trabajadores en salitreras Chilena,1876.


El fantasma del “nitrato de Chile” todavía nos persigue. Toda nuestra historia desde entonces ha estado marcada por su sombra, fuente de esplendores pasajeros seguidos de largos periodos de crisis y desolación. Cuando parecía un tema olvidado, el escándalo de SQM nos ha devuelto su memoria y ha vuelto a poner en discusión este viejo recurso, compuesto de nitrato de sodio y nitrato de potasio. Más aún porque ahora ha tomado un nuevo auge el nitrato de litio, un primo hermano del salitre, que promete futuro esplendor a quienes se lo apropien, y desventuras a quienes lo desperdicien.

EL EXPOLIO A BOLIVIA 

La maldición que ha rondado al salitre parece ligada a su origen. Este mineral pasó por un proceso de “acumulación por desposesión”, ya que Chile intervino para arrancarlo de la soberanía boliviana y devolverlo al mercado, en manos del gran capital transnacional. Como advierte David Harvey, una característica de la acumulación por desposesión es que “el poder del Estado es usado frecuentemente para forzar estos procesos, incluso en contra de la voluntad popular”(1).

Vayamos a 1878. Las compañías salitreras han entrado en pánico y estupor. La Asamblea Nacional Constituyente de Bolivia había aprobado, el 14 de febrero, un impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado por la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta (CSFA). Bolivia garantizaba la licencia de explotación a CSFA, pero introducía una tasa que devolvía al Estado un poder soberano y regulador sobre su enorme riqueza minera. Lo hacía con pleno derecho, sobre la base de las facultades de revisión que le garantizaba la concesión de la licencia a la CSFA, entregada en 1873, y en razón de que dicha licencia no había contado con la debida aprobación parlamentaria.

El gobierno chileno se opuso a esa determinación boliviana argumentando que el artículo IV del tratado de límites chileno-boliviano de 1874 prohibía elevar los impuestos a los ciudadanos chilenos residentes entre los paralelos 23°S-24°S durante 25 años. Sin embargo, Bolivia argumentaba que la CSFA no era un “ciudadano chileno”, sino una empresa constituida de acuerdo a las leyes bolivianas y sujeta a sus regulaciones, soberanamente delimitadas. Pero tras la preocupación chilena había otros intereses. Entre 1860 y 1870 Inglaterra había concedido más de 1.000 millones de libras esterlinas a Chile, convirtiendo a los gobiernos chilenos en verdaderas correas de transmisión de sus intereses.

El salitre atacameño fue descubierto en 1857 por los hermanos franceses Latrille, quienes documentaron su hallazgo desde un punto de vista científico, pero no comercial. Dos años después, el explorador chileno José Santos Ossa solicitó autorización al gobierno del excéntrico dictador boliviano Mariano Melgarejo para iniciar la exportación de este recurso. Obtuvo el permiso, pero no contaba con los recursos financieros para iniciar el negocio. Por lo cual buscó socios en Valparaíso, asociándose en 1868 con los empresarios chilenos Agustín Edwards Ossandón y Francisco Puelma y con la empresa inglesa Gibbs & Cía. Fundaron así la CSFA, una empresa anglo-chilena en la que Edwards era el socio mayoritario con 42,16% del capital accionario.

En marzo de 1878 el gerente de esta empresa era el inglés George Hicks. Alarmado por el nuevo impuesto de 10 centavos, Hicks escribió a la casa matriz de Gibbs en Londres una carta en la que advertía: “Tenemos varios chilenos influyentes entre los accionistas de la compañía, y si el gobierno no cumple su promesa de actuar inmediatamente será presionado en el Congreso, viéndose, sin duda, compelido a intervenir, y a hacerlo enérgicamente”(2). El vaticinio de Hicks se cumplió en regla. En enero de 1879, en una nueva carta a Londres, el gerente de la CSFA detalla el éxito de sus esfuerzos por influir en el gobierno chileno, lo que había permitido “llevar las cosas al extremo, y forzar a Chile a asumir la posición adecuada, lo cual ha hecho libremente, y aparentemente con energía”(3).

EL REY DEL SALITRE 

El 14 de febrero de 1879 el ejército chileno desembarcó en Antofagasta. Mientras tanto, el diario Times de Londres editorializaba el 30 de mayo de 1879: “En cuanto a las razones de la guerra, no hace mucho que dijimos que estaban de parte de Chile y que los extranjeros neutrales deben concederles sus simpatías. La querella es mercantil y mientras Chile pelea por la libertad de comercio, el Perú ha tomado el camino de la restricción y del monopolio”(4).

A medida que el conflicto se inclinaba hacia Chile, John Thomas North, un buscavidas inglés, comenzó a tramar una operación para hacerse con el control de las salitreras peruanas. Su estrategia fue comprar a precio irrisorio las acciones, en torno a un 12% de su valor original. Esto lo pudo hacer porque los precios de estas compañías caían en picada a medida que el ejército chileno avanzaba hacia el norte, controlando Tarapacá. Todo el mundo pensaba que las salitreras peruanas pasarían a manos del gobierno de Chile. Pero North contaba con la información privilegiada que le proporcionaba su socio, Robert Harvey, quien actuaba como inspector general de salitreras por nombramiento del gobierno de Aníbal Pinto. Por esa vía, North identificó las mejores oficinas y se enteró que el plan chileno al final de la guerra era devolver las salitreras a quienes demostraran ser los tenedores de los bonos peruanos. North, contra todo pronóstico, ganó la apuesta y se convirtió en el rey del salitre.

La guerra dejó tras de sí unos veinte mil muertos, entre militares y civiles de los tres países. Pero el gran triunfador fue North, que vinculado a los bancos de la city londinense, que financiaron sus inversiones, se alzó como el gran poder en las sombras en la política chilena. Nadie ni nada podía oponerse a sus designios. Y así fue hasta que en 1886 ganó la presidencia José Manuel Balmaceda, que fijó como uno de los objetivos romper con los monopolios extranjeros en el salitre.

North había regresado a Londres en 1882. Al conocer la nueva orientación de Balmaceda se embarcó de regreso en 1888. Su barco venía cargado de todo tipo de obsequios con la intención de comprar voluntades. Apenas llegó a Iquique, regaló a la ciudad su primer carro de bomberos, y desde ese momento emprendió una gira de banquetes por todo el país en la que no reparó en gastos ni en halagos. Como lo haría Julio Ponce Lerou ciento treinta años después, North invirtió transversalmente enormes montos de dinero para blindar sus inversiones. Finalmente regresó a Inglaterra en 1889, dejando a cargo de su causa a una serie de diputados, generosamente financiados, que crearon el clima político necesario para desencadenar la guerra civil de 1891. 

Ciento veinticuatro años después todo sigue igual en estas tierras. SQM, la nueva CSFA, manipula la política. Ponce Lerou, el nuevo North, gasta sus millones para mantener su monopolio, y se da el lujo de colocar a sus hombres, como el ex subsecretario de Minería Pablo Wagner, en los cargos claves. Y las viejas heridas de la guerra de 1879 siguen enturbiando nuestra relación con Bolivia, que continúa intentando por la vía jurídica y política defender su soberanía arrebatada y su dignidad. ¿No habrá llegado la hora de escapar a la maldición del salitre?

Notas:

(1) Harvey, David, “El Nuevo Imperialismo” en Socialist Register 2004, p. 115.
(2) Martínez, Cástulo, El mar de Bolivia, FECI, Cochabamba, 2013, p. 108.
(3) Martínez, Cástulo, op cit. P. 108.