Argentina. Reindustrialización

Ariel Maciel
Diario BAE [x]
El proceso es elogiado por empresarios aunque recién logró superar el ritmo de la primera mitad de la década del 70.
“La clara recuperación del producto industrial per cápita a partir de 2002 permitió alcanzar nuevamente el nivel de los años ’70, incluso superándolo levemente hacia 2011”. Con este escenario, los empresarios fabriles buscan que el modelo industrializador del país trascienda los límites de una administración nacional y se convierta en política de Estado.

Los industriales sostienen sus necesidades con argumentos contundentes. “Los países con mayor nivel de desarrollo, muestran mayores exportaciones de media y alta tecnología per cápita”, señalan en informes que presentan ante diversos públicos: gobernantes, candidatos, especialistas y cualquier conferencia que sirva de amplificador. Quieren quitarse de encima el estigma de ser uno de los sectores que más ganó en los últimos años en contra de los intereses del conjunto.

Según datos que recogió el Centro de Estudios de la Unión Industrial Argentina, la Argentina exporta por u$s 500 per cápita en producción de media y alta tecnología, por encima de Chile (u$s 385) y Brasil (u$s 269) pero muy por debajo de Noruega  (u$s 5842), Canadá (u$s 4811) y Finlandia (u$s 5842). El análisis parece lineal, cuanto más sofisticación industrial, mayor es el valor agregado del país productor.

El libro “Industria Argentina, Recuperación, freno y desafíos para el desarrollo argentino en el Siglo XXI”, que escribieron Diego Coatz, Fernando Grasso y Bernardo Kosacoff y que fue presentado días atrás en la UIA, plantea que “durante la etapa de desarrollo industrial (mediado de los ’40 hasta 1975-76) el ingreso medio de la economía y la productividad del trabajo crecieron más de dos veces y media, mientras que se mantuvo relativamente constante en la etapa posterior, experimentando caídas cercanas al 15-20% entre 1975-1990 y entre 1998-2001″.

Uno de los puntos más relevante del análisis que realizaron los economistas sobre la industria es la relación entre el trabajo y el salario. Esa mirada señala que “entre principios del siglo XX y el año 1975, el salario real por obrero ocupado creció a una tasa anual promedio cercana al 2,5%, la cual se redujo en una proporción similar luego”.

Producto del cambio de ecuación, “el poder de compra de los asalariados en el año 2002 era asimilable al que tenían en la década de 1930″.

Hay otros datos que surgen de la investigación del impacto industrial en el andar social del país. Mientras el coeficiente Gini, que muestra la desigualdad en un territorio a medida que aumenta, pasó de ser del 0,34 en los 70 industriales a 0,52 a fines de los 90, después del período de apertura de los mercados. “El porcentaje de pobreza e indigencia de los hogares se triplicó y la brecha de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre de la población pasó de alrededor de 12 a más de 30 veces en el mismo período”, destaca el informe.

Como contraparte, entre 2002 y 2014 la producción industrial se duplicó, “superando en más del 35% el pico de actividad que se registró en 1998″. “La cantidad de trabajadores industriales registrados formalmente pasó de menos de 750.000 a más de 1.250.000, superando en casi 300.000 empleos el máximo de los ’90”, según    determinó.

Al mismo tiempo, el cierre de fábricas de modo generalizado entre 1998 y 2002, se revirtió en los 12 años siguientes en donde se crearon cerca de 18.000 empresas, “lo cual implica un tejido industrial más denso, que alberga unos 8.000 establecimientos productivos más que en aquellos años”.

“En esta perspectiva histórica, el proceso que se inició con el cambio de régimen en 2002 y su posterior consolidación efectivamente implicó una parcial reversión de esta tendencia, que permitió recrear una visión productiva de la Argentina. La acción del Estado asumió un carácter diferente al de la etapa previa, adquiriendo mayor flexibilidad y autonomía a partir de la recuperación de la política monetaria y fiscal, del desendeudamiento externo, de la reconstrucción del mercado interno y de la defensa de una inserción internacional que, en general, fue más funcional al despliegue de la producción local”, sostiene el libro “Industria Argentina…”.

Los analistas de la UIA y los empresarios que integran la principal central fabril del país sostienen que “Argentina es un país industrial”. Sucede que a partir de 2002 se comenzaron a recuperar capacidades productivas perdidas; y lograron recomponerse y superarse niveles de PBI industrial per cápita correspondientes a la década del ’70.

Pero el desafío que se plantean los industriales en la actualidad es “evitar que este proceso de expansión revierta su tendencia” y “poder superar el estancamiento que se observa post 2011″, año que fue record en niveles de producción.

Sucede que desde la superación de la crisis en adelante, se observaron diferentes períodos en la economía argentina: 2002-2003, a partir del IV trimestre del 2002, existe una recuperación/rebote con cambios en precios relativos y recomposición patrimonial.

A partir del 2003 y hasta 2007 se produce un rebote y un crecimiento tirado por la demanda, que generó la recuperación del salario real industrial. Mientras que en los cuatro años posteriores (2007-2011) se produce el crecimiento con tensión distributiva, más tensiones con el agro, y la caída en precios relativos (tanto en servicios como en comercios), que se suma a la feroz competencia  producto de la crisis internacional.

El conflicto para los industriales llegó en 2011 con lo que denominan la “sintonía fina y los años perdidos” producto de la restricción externa, el estancamiento y la inflación. “la dinámica más reciente sugiere que el proceso de reindustrialización local se ha debilitado a partir de 2011, ya que el indicador muestra una tendencia decreciente desde entonces. Esto plantea un interrogante a futuro, que se agudiza en el marco del proceso mundial que parecería estar emergiendo”, señalaron Coatz, Grasso y Kosakoff.

Los empresarios industriales reclaman que en el marco de un mundo en transición, “la inserción internacional de la región así como la profundización de una integración productiva equilibrada son claves para el desarrollo con inclusión social, donde el rol de la producción es primordial para agregar más valor local”.

Esa mirada reclama una alianza estratégica con Brasil para el desarrollo producto de que el Mercosur ampliado representa un mercado de alrededor de 300 millones de personas, con una base industrial sólida y con gran potencial, en donde son abundantes en recursos naturales estratégicos.

Por este motivo sostienen que existe la “capacidad de duplicar su producto en la próxima década, alcanzando los 5 billones de dólares de PBI con el salto cualitativo y cuantitativo que la región necesita”.

De acuerdo a un informe de la UIA, América del Sur y Central exporta el 26,6% de las mercancías con valor agregado, más del doble que Oriente Medio (10,1%), que es la región que cuenta con la menor producción local. Pero está muy lejos de las economías que le agregan valor a su cadena fabril. Allí vemos a América del Norte con 49,2 por ciento, Asia con 53,3 por ciento y en lo más alto a Europa con el 68,6% de las exportaciones totales de cada bloque en el comercio interregional de mercancías.

Con todo esto, los empresarios industriales buscarán que se profundice el modelo fabril.

Ajustes por salarios: la decisión empresaria que puede volcar la balanza

La relación entre el costo del salario y la producción con alto valor agregado es una de las decisiones que deberá afrontar el empresario industrial. Varios hombres de negocios se quejaron por los “altos” porcentajes que se discuten en las paritarias argentinas y piden, muchas veces en voz baja, una desaceleración del ritmo salarial para lograr competitividad y, de ese modo, ganar nuevos mercados en un mundo con mayor agresividad industrial.

“La Argentina se ubica en un rango intermedio en la escala de salarios medidos en dólares a nivel mundial, bastante por debajo de los países más avanzados pero manteniendo una distancia considerable respecto a economías de ingreso medio y medio-bajo”, señala el libro Industria Argentina.

Para evitar la “tentación” de tomar el atajo de los salarios bajos como alternativa, “la estrategia debe concebir el pasaje de una economía con escaso desarrollo tecnológico e inserta al mundo fundamentalmente con productos primarios y bajo valor agregado, a otra de intensiva en procesos de innovación y proveedora de productos altamente diferenciados basados en altos requerimientos de mano de obra cada vez más calificada”.

“La experiencia mundial refleja que los países más exitosos aplicaron esta estrategia de industrialización. Por su lado, las opciones basadas en bajos salarios y escaso dinamismo tecnológico pueden dar lugar a procesos de industrialización, pero en muchos casos solamente sesgado a los procesos de ensamblado y/o maquila para exportación, donde prevalecen los enclaves empresarios los cuales, claramente, tienen escasos resultados en materia de desarrollo económico y social”, sostiene el análisis de Diego Coatz, Fernando Grasso y Bernardo Kosakoff.

“Si por mi fuera, los aumentos son del 0 por ciento”, graficó el CEO de una de las empresas poderosas del país. Una alarma para los trabajadores pero también para los empresarios industrialistas.

Cooperativas

Las cooperativas fueron eje en la vida económica en distintos pasajes de la actividad argentina. En los 40 tuvieron fuerte impulso estatal. En los 90 organizaron a los desocupados ante el cierre de fábricas. Hoy, nuevamente reciben respaldo del Estado. Por ejemplo, de la mano del INTI, las empresas mendocinas La Línea y Fruderpa recibieron asistencia técnica en la fabricación de equipos y en el diseño de la Planta agroindustrial de procesamiento de pulpas concentradas asépticas de frutas y hortalizas de San Rafael. De ese modo, los cooperativistas podrán incorporarán a su producción rentabilidad y sustentabilidad.

Heladeras argentinas

Siam era una marca que mostró el gen del modelo industrial en la Argentina. Marcada a fuego por su identidad local, cayó en desgracia en la crisis para el sector que se instalaría en el país desde 1975 y que no se detendría hasta la reindustrialización en 2002. A más de un año y medio de su reapertura, su producción alcanzó en 2014 las 75.000 heladeras, y proyecta para 2015 fabricar 120.000 unidades, lo que significará un crecimiento de 60% interanual.

Fue fundada por Torcuato di Tella en 1911, fabricó vehículos de producción netamente nacional, como el popular Siam Di Tella 1500. A pesar de que en 1972 el Estado la declara “empresa de interés nacional” y se convierte en dueño, en 1986, la firma se reprivatizó y se vendió a tres grupos: Techint; Pérez Companc y Aurora.

En los años 80 es recuperada por sus trabajadores a través de la Cooperativa de trabajadores CIAM. Con la compra e inversión de la firma NewSan, en la actualidad cuenta con 350 trabajadores aunque la proyección empresaria señala nuevos proyectos con más líneas de producción de electrodomésticos, que podría incrementar hasta mil empleados propios.

Actualmente, el 80% de las heladeras que fabrican cumplen con el estándar de eficiencia energética A+.