Colombia, contexto histórico del conflicto


 

Salvador González Briceño
Alainet [x]
*Herencia del invasor que no termina en el Continente *País cuyos crímenes están impunes, espejo de tantos *El problema de las drogas, un lastre violento y ajeno
Sin pasado no hay presente; tampoco futuro. A Colombia, como al resto de los países de “América”, la maldición le llegó con el conquistador español. La violencia que encarnó la avaricia por el oro, las piedras preciosas y la posesión de tierras vírgenes; además la justificación papal de la Iglesia católica, calada en la espada de los aventureros que “descubrieron” el ensueño de este lado del Atlántico. Primero Colón, luego Cortés, Pizarro, Cabeza de Vaca, punta de lanza, genocidas todos.

El español trajo consigo el sello de la muerte y exterminó cientos y miles de nativos “indígenas”; epidemias aparte. “Muchos de ellos murieron —escribió el queridísimo Gabriel García Márquez— sin saber de dónde habían venido los invasores. Muchos de éstos murieron sin saber dónde estaban. Cinco siglos después, los descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos”. Identidad arrebatada por el encuentro de “Dos Mundos”, como se define la impostura.

Desde entonces y con el paso de los años, los herederos orquestaran facciones, liberales y conservadores, para disfrazar la continuidad del arrebato de las riquezas, unos antes que otros y viceversa. Todo a costa, primero de los originarios, los indígenas, luego de los campesinos. Los trabajadores de las ciudades, más reciente, cuando llegó la “industrialización” a estas tierras. Ni siquiera los movimientos libertarios, como el de Simón Bolívar, lograron sacudir tamaña herencia denigrante. Hasta aquí, sin fobias ni filias; solo la historia que describe al traidor.

Entrada la época moderna, Colombia ve la luz del siglo XX envuelto en la violencia. Las diferencias entre facciones no cejan. Arrebatos por la riqueza económica, así como por el poder político. Atizan como el fuego a la pólvora que se funden en uno. La “Guerra de los mil días” entre “liberales y conservadores”, 1899-1902, dejó 130,000 muertos. Al final, por una treta doble, el desembarco de marines y un presunto “alzamiento” independentista armado —la construcción del Canal estaba en proyecto con Francia antes de la aparición de los gringos—, Colombia pierde Panamá. Es la época del “gran garrote” de Estados Unidos que llega al relevo español.

Entre 1905 y 1920 llega el florecimiento de la plantación y exportación del café. Pero entre 1930 y 1946, los gobiernos liberales que no resuelven el problema de la tenencia de la tierra, generan confrontaciones entre campesinos y terratenientes. En 1948, el famoso bogotazo por el asesinato del líder izquierdista del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, activa las revueltas que se generalizan por el país. Esta fase terminó en 1964 con 200,000 muertes. La crisis económica de los años 60 por la caída de los precios internacionales del café, y la profundización de los conflictos de tierras dan motivo al surgimiento de la guerrilla.

El mismo año de 1964 nacen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Ambos producto de las confrontaciones internas, en su acepción de los años 50 a los 70, como lucha armada contra los gobiernos conservadores, terratenientes y capitalistas. Para EUA representan una amenaza y un peligro por la posible expansión de la Unión Soviética hacia el “patio trasero”. Son los años recios de la guerra fría.

La tirria de los gobiernos estadounidenses en esas décadas desató la reacción contra los movimientos guerrilleros en América Latina, el asesinato de líderes visibles como Ernesto El Che Guevara (en Cuba el triunfo de 1959), del presidente Salvador Allende a manos de Pinochet y luego la guerra de baja intensidad en Centroamérica. Golpes de Estado, y juicios contra el peligro de sus previamente aliados, como el caso del general Noriega en Panamá; la CIA primero, y la DEA después.

Fueron los años de la política exterior de Henry Kissinger, del activismo de la CIA y los Marines, del espionaje a la antigüita operado desde las embajadas de EUA; los tiempos de la compra de voluntades, la instalación de las bases militares así como de los peores crímenes contra la juventud revolucionaria. Son los años de la Operación Cóndor en el sur del Continente, de las dictaduras militares pero también de la Revolución Cubana que se erigió libre gracias a un puñado de soñadores que derrocó a un dictador, como tantos otros apoyados desde afuera. Sin dislocar la historia.

El conflicto en Colombia surge y se generaliza en este contexto; una historia no resuelta y con hondas raíces. Por lo mismo, el caso colombiano es complejo y no caben el simplismo ni el reduccionismo. Por ejemplo: Colombia no es solo la confrontación entre FARC y gobierno, pese a los 51 años. Dejar de lado los estereotipos. Si México no es el Plan Mérida, tampoco Colombia es el Plan Colombia; México no es Joaquín El Chapo Guzmán, ni Colombia es Pablo Escobar; no todos los mexicanos son narcos, tampoco los colombianos. Colombia no es solo Gabo, como México no es solo Paz; es decir, que ni reduccionismo ni estereotipos.

Mejor dicho, ambos países, así como el resto de latinoamericanos, resultan víctimas de un negocio cuyas directrices están en el norte; los principales organizadores y narcotraficantes, los de cuello blanco, del sector financiero internacional son gringos. Aparte, si el negocio es global y el resto de los procesos igualmente, el problema de las drogas es erróneo desde las políticas que parten de Washington en los tiempos de Nixon. El problema no es solo de México o de Colombia. Los implicados son todos. Los lastres no funcionarían sin los políticos y la protección desde arriba.

Incluso los asuntos propios igualmente son herencia, o forman parte del ser de los conflictos. Es el reparto de tierras, de los títulos de propiedad irresuelto así en Colombia como México y el resto de países. Porque en el trasfondo hay un reparto desigual de las riquezas, de recursos o generada. Luego entonces, la complejidad es añeja, nace en la Conquista y llega a nuestros días. Las diferencias son de clase, de poseedores y desposeídos. Se agravan con la violencia generada por el negocio de las drogas y el tráfico de armas. Son las multinacionales, particularmente gringas, que por ajenas explotan a la gente a cambio de pobreza. Colombia y México deben alejarse de la estrategia de Washington para comenzar a resolver el problema.

Durante las décadas de los 80s y 90s, los gobiernos colombianos le apostaron al terror, mezclando narcotráfico con paramilitarismo, para desgastar a las guerrillas. Pronto se dieron cuenta que violencia genera más violencia y en 1991 se creó una nueva Constitución. Ni el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002), ni el de Álvaro Uribe (dos periodos de cuatro años: de 2002 a 2010) lograron desactivar el conflicto. Las confrontaciones continuaron entre sendos bandos, con secuestros y liberaciones (como el de la excandidata presidencial Ingrid Betancourt), hasta que en 2010 Juan Manuel Santos es electo Presidente.

El abril de 2011 se dan las movilizaciones sociales más importantes desde 1970, para demandar reformas del sistema educativo. Y en agosto Colombia entra a formar parte de la Unasur. En noviembre de 2012 inician en Cuba —la calidad moral para intermediar; aparte, Fidel Castro estuvo durante el bogotazo en el 48 y se había entrevistado con Gaitán— las pláticas para la paz entre las partes. Las negociaciones siguen a la fecha, sin saber cuándo termina un conflicto más viejo de América Latina, que ha desangrado a un país hermano. Hay avance en algunos puntos, faltan otros que están sobre la mesa. Atender los orígenes es buscar la salida.

El proceso de negociación que inició en 2012, y sigue, tiene sus ritmos. Y principios: para el gobierno es la terminación del conflicto; para las FARC es paz con justicia social. Los puntos son: Política de desarrollo agrario; Participación política; Fin del conflicto; Solución al problema de las drogas ilícitas; Determinar quiénes son víctimas del conflicto armado. Hay avance, más no soluciones todavía.

No obstante, tres factores deben estar presentes cuando las partes logren limar las asperezas: a) responder a las necesidades de la gente, la población que ha sido la principal víctima; b) que el proceso culmine sin ventajas para las partes sino para el país en su conjunto; c) cuidarse del entrometimiento de Washington, que actúa por cuenta propia. Otros como la permanencia de las bases militares del Comando Sur; o las concesiones para la explotación del carbón y el oro, si es para mineras locales o extranjeras, entre otros asuntos.

Que la historia sirva, no de poco sino de mucho.