Derechización, manual de instrucciones

Serge Halimi
Le Monde diplomatique

Manifestaciones de protesta, participación en las elecciones, ejercicio del poder. Estos tres tipos de acción política conllevan un rasgo común: las categorías populares o son alejadas o son separadas. Cuando, el 11 de enero pasado, millones de franceses manifestaron su solidaridad con las víctimas de los atentados de París, una vez más la movilización de las clases medias contrastó con la más modesta del mundo obrero y de la juventud de los barrios menos favorecidos. Desde hace años la “calle” se aburguesa. También lo hacen las urnas. Casi cada nueva elección ve un índice de participación regresiva que acompaña al nivel de ingresos. Y a la “representación nacional” no le va mucho mejor, ya que su rostro se confunde con el de las clases dominantes. ¿La política se ha transformado en un deporte de elite?

Ya se ha observado en el caso de la izquierda europea. Creado a comienzos del siglo XX por los sindicatos, el Partido Laborista británico tenía el objetivo de representar al electorado obrero. En 1966 le dieron su voto el 69% de los trabajadores manuales, porcentaje que bajó al 45% en 1987 y, en el último escrutinio de mayo, se redujo al 37%. El “blairismo” pensaba que había que priorizar las clases medias. Misión cumplida: los laboristas acaban de experimentar una derrota electoral resonante con el electorado más burgués de su historia. “El creciente alejamiento de los sectores populares frente a los partidos de izquierda, que puede verse en todas las democracias occidentales, hace notar el politólogo Patrick Lehingue, sin duda guarda relación con la disminución de representantes provenientes de sectores populares” Por ejemplo: en 1945 la cuarta parte de los diputados franceses eran obreros o empleados antes de su elección, hoy sólo pertenece a este grupo el 2,1%. En 1983 setenta y ocho alcaldes de comunas de más de treinta mil habitantes provenían todavía de estas dos categorías sociales (que siguen siendo mayoritarias en la población), treinta años más tarde sólo quedaban seis.

¿Sistema representativo? Más de la mitad de los estadounidenses cree que el Estado debiera redistribuir la riqueza mediante altos impuestos a los ricos. De los cuales -como es natural- sólo un 17% comparten tal creencia. El funcionamiento de las democracias occidentales, sin embargo, garantiza que la opinión minoritaria triunfará sin un real debate. Una clase consciente de sus intereses se muestra tanto más tranquila en cuanto los temas de desinformación montados por los medios masivos continúan enturbiando el debate público. Y oponiendo entre sí las categorías populares.

Cuando este sistema ha sido bien lubricado, sólo queda convocar a los más sabios expertos cuya misión es recordarnos que la apatía de unos, como la cólera de otros, se explican por la “derechización” de nuestras sociedades.

*Director de Le Monde diplomatique

Traducción: Manuel Calvelo Rios