La relación campo-industria

 Aldo Ferrer*
Le Monde diplomatique
La historia de las frustraciones argentinas revela, en gran medida, la incapacidad de resolver los conflictos de intereses entre el campo y la industria en un contexto mutuamente beneficioso para ambos y para la economía y la sociedad.
l conflicto campo-industria va más allá de los precios relativos y la distribución intersectorial del ingreso. Abarca visiones conflictivas sobre la organización de la economía nacional y su inserción en la división internacional del trabajo. Por una parte, la que afirma que la economía argentina puede sostenerse sobre la producción primaria y que la industria es una anomalía en un país como el nuestro. Por la otra, que el campo es el agente del atraso y la dependencia, y que debe privilegiarse el desarrollo industrial. Las prolongadas turbulencias políticas de Argentina tienen raíces profundas también en el desencuentro histórico entre los dos sectores fundamentales de la economía nacional. 

A fines del siglo XIX, cuando la producción agropecuaria argentina se integró al mercado mundial, todavía era posible sostener el crecimiento de la economía nacional sobre un solo sector. Pero esta alternativa dejó de ser posible. El aumento de la población total y la disminución de la participación de la rural por el impacto del progreso técnico sobre el empleo en el campo configuraron una realidad y una dimensión de país insostenible ya en un solo sector. Los más de 40 millones de habitantes de la Argentina actual, de los cuales cerca del 90% corresponde a los centros urbanos, requieren una economía agroindustrial integrada. La producción agropecuaria más la cadena de transformación agroalimentaria generan actualmente alrededor de una cuarta parte del empleo formal total. Sin el crecimiento del conjunto de la industria no pueden erradicarse el desempleo estructural, la exclusión social, la pobreza y la inseguridad. 

El campo 

La producción agropecuaria está registrando el impacto de una nueva fase de valorización de los recursos naturales por la expansión del mercado mundial. El rápido desarrollo de China y otros países de la Cuenca del Pacífico aumentó la demanda de alimentos y materias primas. Al mismo tiempo, entendimientos en la Organización Mundial del Comercio, referidos a la eliminación de los subsidios a las exportaciones primarias de la Unión Europea y Estados Unidos, podrían abrir en el futuro nuevos espacios en otros mercados. El escenario externo es así propicio al aumento de las exportaciones argentinas de productos agropecuarios y a las manufacturas de ese origen. 

La producción total de cereales y oleaginosas subió en los últimos veinte años de algo más de 40 a 115 millones de toneladas, período durante el cual la soja pasó de representar el 30% de la superficie sembrada en el país al 50% de ella, a partir de la tecnología de la siembra directa. Como consecuencia del aumento de la producción, los excedentes exportables dirigidos al mercado global aumentaron.

Los paquetes tecnológicos y las nuevas prácticas agronómicas han transformado la organización de la producción y la empresa agrarias, y las relaciones entre la propiedad de la tierra y su explotación. La tradicional autonomía de decisión del productor ha sido desplazada a un complejo entramado de proveedores de insumos, financiamiento y terceros que asumen funciones esenciales en el proceso productivo. En el nuevo contexto, han surgido nuevas camadas de emprendedores que constituyen uno de los núcleos más dinámicos del empresariado argentino y que operan con los conocimientos de frontera asociados a los paquetes tecnológicos y la informática. De este modo, se ha enriquecido y diversificado la membresía de las instituciones representativas del campo y han surgido otras nuevas, como la de los empresarios dedicados a la siembra directa. Las filiales de empresas transnacionales, que son las principales proveedoras de los componentes de los paquetes tecnológicos, han ganado influencia en los asuntos del sector.

Los precios de los productos que mayormente exporta Argentina (y de todos los países periféricos en general) en el período 2003-2014 crecieron notablemente: un 145% en las manufacturas de origen agropecuario (MOA) y un 105% en el rubro de exportación de productos primarios. En el último tiempo se debilitó la demanda de este tipo de productos y sus precios, pero sobre un piso más alto determinado por la industrialización y expansión del empleo y los niveles de vida en los países emergentes de Asia. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que la demanda de alimentos casi se duplicará hacia mediados de este siglo. Con las variaciones que son tradicionales en los mercados de productos agropecuarios, cabe esperar un contexto externo de largo plazo favorable para el campo argentino, particularmente en los bienes de alto contenido tecnológico y de valor agregado.

En el nuevo escenario quedan pendientes problemas del pasado. La fractura en las cadenas de agregación de valor es un problema histórico particularmente observable en el sector agropecuario. Durante la etapa del crecimiento hacia afuera (desde los años de 1860 hasta la crisis de 1930), la producción primaria era principalmente realizada por productores locales, pero el resto de la cadena (transportes que incluían ferrocarriles, frigoríficos y almacenamiento, comercialización internacional y financiamiento) correspondía a operadores extranjeros. De este modo, buena parte del ingreso generado por la cadena de agregación de valor del sector quedaba fuera del circuito argentino de acumulación de capital y tecnología.

En la actualidad, los sectores más dinámicos del sistema, vale decir, la provisión de insumos y componentes de los paquetes tecnológicos, equipamiento y distribución, están concentrados en un número reducido de empresas con fuerte presencia de filiales transnacionales. Esas firmas registran “dinámicas de acumulación económica y técnica que escapan a la lógica local y se insertan en otras de corte global”, al tiempo que “el grueso de los desarrollos dinámicos corresponde a un número muy acotado de productos de bajo valor agregado, insertos en tramas productivas donde la mayor parte de la industrialización se realiza de fronteras para afuera” (1).

La estructura actual del sector, dominada por multinacionales y otros actores privados extranjeros que condensan la mayor parte del desarrollo científico-tecnológico del proceso productivo, reduce la capacidad endógena de organizar recursos, que es un componente esencial del desarrollo, y del sistema científico nacional de incorporar los avances asociados a la biotecnología y la informática en su propio acervo de asimilación e innovación. Los institutos públicos de investigación, como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), y algunas pocas empresas privadas limitan entonces su actividad a la aplicación de acervos técnicos ya acumulados (control de las variedades, capacidades de análisis, testeo de calidades, etcétera), fuertemente asociados a las características locales de suelos y cultivos. Existe, entonces, un desarrollo importante pero insuficiente para formar una economía del campo integrada y competitiva, con capacidad de impulsar a todo el complejo productivo del país.

La industria 

En un escenario mundial de crecimiento y transformación de la industria y, particularmente, de expansión en China y en los países emergentes de Asia, en nuestro país la política neoliberal provocó el deterioro de la industria y una fuerte caída de su participación en el producto bruto interno, de cerca del 30% a mediados de la década de 1970 a alrededor del 15% a fines de la última década del siglo XX y principios del actual. En esos años, el valor agregado industrial por habitante fue un 40% inferior al registrado a principios de la década de 1970. Al mismo tiempo, la actividad manufacturera registró una transformación profunda en sus sectores y empresas.

Los cambios al interior del sector fueron extraordinarios. Alrededor de 400 firmas, concentradas en la extracción y procesamiento de recursos naturales, en la producción de insumos básicos (como acero y aluminio) y, en parte, en el complejo de la industria automotriz realizaron reestructuraciones ofensivas para responder al nuevo contexto externo y a los cambios en el mercado mundial, y alcanzaron las mejores prácticas existentes en la economía mundial. En estas actividades disminuyó la participación del valor agregado en el producto final como consecuencia de la apertura comercial y de la sustitución de insumos, tecnología y bienes de capital producidos internamente por importaciones. Otras firmas industriales, alrededor de 25.000, sin incluir a las microempresas, debieron adoptar comportamientos defensivos para acomodarse al nuevo escenario y sobrevivir (2).

Al mismo tiempo, la apertura del mercado interno, la sobrevaluación del tipo de cambio y el aumento de los costos financieros provocaron la quiebra y desaparición de decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, que no resistieron el cambio drástico y hostil de las reglas de juego. Muchas de ellas, aunque contaban con las habilidades empresariales y técnicas para modernizarse y participar en un proceso de crecimiento en un contexto más abierto y competitivo, fueron arrasadas por el tsunami neoliberal. El costo social de este proceso registró su mayor magnitud en los grandes conglomerados urbanos, como el conurbano bonaerense, Córdoba y Rosario. El aumento del desempleo y del trabajo informal, y la desigualdad creciente en la distribución del ingreso contribuyeron al malestar social y al aumento de la inseguridad. El cierre drástico de los espacios de rentabilidad en sectores y empresas potencialmente prósperos contribuyó a la fuga al exterior de capitales y de mano de obra calificada.

Otros dos procesos simultáneos tuvieron lugar en la industria: la concentración de la producción y la participación dominante de filiales de empresas extranjeras. Una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) revela que, de las 500 firmas no financieras más grandes, más de 300 corresponden a filiales de empresas extranjeras, que representan más del 80% del valor agregado del universo encuestado. Esto implica un extraordinario grado de extranjerización del sistema productivo argentino, probablemente sin comparación entre países importantes dentro del orden mundial contemporáneo. 

El cambio de rumbo de la política económica posterior a la crisis del 2001 permitió recuperar la ocupación plena de la capacidad productiva y de la mano de obra. La “estructura productiva desequilibrada”, según la expresión de Marcelo Diamand, volvió entonces a revelar su “pecado original”: la restricción externa. A partir del 2007 aumentó el déficit del comercio internacional de manufacturas de origen industrial (DMOI), concentrado en los sectores de autopartes, complejo electrónico, bienes de capital y productos químicos. Al mismo tiempo, el superávit energético se transformó en déficit. En tales condiciones, el crecimiento de la economía depende de la magnitud del superávit del comercio de productos primarios (SPP). El límite del déficit en el comercio de manufacturas de origen industrial y de energía (DMOI/E) es el propio SPP. En un sentido más amplio, ese es, también, el límite del nivel de actividad industrial posible, de la inversión y de la tasa de crecimiento. Esto mismo constituye un rasgo de la vulnerabilidad del sistema. El SPP depende, por una parte, de los cambios en los mercados internacionales de productos primarios y, por el lado de la oferta, de otros factores, como los climáticos, que afectan los saldos exportables.

Si el desequilibrio sistémico entre el DMOI/E y el SPP persiste, el sistema puede entrar en turbulencias severas que culminen con un ajuste masivo de las principales variables económicas y una severa contracción de la actividad. Se corre el riesgo de quedar atrapados en la disputa distributiva y el reparto del poder, dentro de una estructura productiva desequilibrada. Puede reaparecer, entonces, la visión neoliberal con su estrategia de aliviar la restricción externa por la vía del crédito internacional, con las consecuencias ya conocidas, o, aun dentro de una estrategia nacional y popular, de aceptar créditos de proveedores que sustituyen producción interna posible por importaciones.

Los problemas comunes

Entramos al siglo XXI con enseñanzas de la historia que son concluyentes sobre lo que no debe repetirse. La apertura indiscriminada, los tipos de cambio sobrevaluados y la pérdida de participación de las empresas nacionales provocan el deterioro de la competitividad de la producción local de insumos, bienes de capital y tecnología. Esto debilita los eslabonamientos intersectoriales, las cadenas de valor dentro del entramado productivo del país y, consecuentemente, la productividad y capacidad multiplicadora del sistema. Una consecuencia es la aparición de cadenas globales de valor bajo el comando de corporaciones transnacionales y la limitación de la participación argentina a los segmentos de menor contenido tecnológico e innovador, con el consecuente déficit en las transacciones internacionales. Es lo que sucede en las industrias automotriz y electrónica, en las cuales la producción local consiste mayoritariamente en el ensamblaje de insumos y componentes importados. En esos sectores radica la mayor parte del déficit del comercio en manufacturas de origen industrial, causa principal de la restricción externa. El sector automotor, por ejemplo, generó una sangría de más de 8.000 millones de dólares en 2013 y de 6.500 millones en 2014. Al mismo tiempo, la fuerte extranjerización de la economía aumenta las rentas y regalías transferidas al exterior, que disminuyen las fuentes de financiamiento de la ampliación de la capacidad productiva. Consecuentemente, se reducen las oportunidades de inversión del ahorro interno, lo que incentiva la fuga de capitales.

La industria enfrenta, en la especificidad de su escenario tecnológico, problemas similares a los del campo. Ambos sectores enfrentan así el desafío y la oportunidad simultánea de integrar las cadenas de valor, asociar la ciencia y la producción de tecnología y equipos a la economía real, y ampliar la participación de las empresas nacionales. Se trata, asimismo, de integrar a las filiales de empresas extranjeras al tejido productivo del país para ampliar las capacidades locales y proyectarlas a los mercados internacionales. En definitiva, el desafío consiste en profundizar los eslabonamientos productivos, de organización y tecnológicos del campo y la industria, y entre ambos sectores y el conjunto de la economía nacional.

Desde las perspectivas sectoriales suele afirmarse que el campo es la Nación o que la industria es la Nación. Ambas afirmaciones son ciertas pero insuficientes, porque en la realidad contemporánea los dos sectores integrados son la Nación. Más precisamente, son un sustento esencial de la Nación que está constituida, asimismo, por la totalidad de la población y de las actividades económicas y sociales que alberga.

Notas: 

1. Roberto Bisang y Graciela E. Gutman, “Nuevas dinámicas en la producción agropecuaria”, Encrucijadas, Nº 21, UBA, Buenos Aires, febrero de 2003.
2. Bernardo Kosakoff, La industria argentina: un proceso de reestructuración desarticulado, CEPAL, Buenos Aires, 2000.

* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Este texto ha sido extraído de su último libro: La economía argentina en el siglo XXI. Globalización, desarrollo y densidad nacional, Capital intelectual, Buenos Aires, 2015.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur