Las Malvinas son argentinas*. ¿Regreso a las Falkland Islands?

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Imagen de satélite (enero de 2011).
John Wight
CounterPunch [x]

La prolongada disputa por la soberanía de las islas Malvinas** en el Atlántico Sur entre Gran Bretaña y Argentina está otra vez en las noticias; esta vez como resultado de las conclusiones de una comisión de Naciones Unidas que ha dispuesto que la parte argentina de la plataforma marítima en el Atlántico Sur se amplíe en un 35 por ciento, lo que sitúa a las Malvinas dentro de las aguas territoriales argentinas.


Conocidas en Argentina y en toda América latina como las Malvinas, las islas Falkland, que están a 300 millas náuticas del litoral marítimo argentino y a más de 8.000 de Gran Bretaña, hace mucho tiempo que son objeto de disputa territorial. En el comienzo del siglo XIX, España ejercía su soberanía en las islas, ocupándolas durante 40 años hasta 1811, momento a partir del cual Argentina –antigua colonia española– reivindicó su soberanía. Las islas pasaron a ser controladas por los británicos en 1833, cuando las tomaron por la fuerza y desde entonces ha formado parte del territorio de Gran Bretaña.

Con los años, varios funcionarios británicos incluso admitieron lo indefendible de la acción colonialista cuando se hizo con el control de las islas en la primera mitad del siglo XIX. En 1936, por ejemplo, John Troutbeck, por entonces jefe del departamento América del Foreing Office británico, hizo un esbozo del problema relacionado con el control inglés de las Malvinas en un memorando que envió a sus superiores. Escribió: “... si se juzga desde la ideología del presente, la toma de las Falkland en 1933 ha sido un procedimiento arbitrario. Por lo tanto no es fácil explicar nuestro dominio sin que aparezcamos como unos bandidos internacionales”.

En 1982, la guerra entre Gran Bretaña y Argentina que se produjo después de que el gobierno argentino de entonces intentara retomar las islas por la fuerza, le costó la vida a 258 militares ingleses y a más de 600 argentinos. El momento fue un punto de inflexión en la suerte del naciente y desde entonces profundamente impopular gobierno conservador liderado por Margaret Thatcher. El patrioterismo más exaltado recorrió a todo el país y permitió que Thatcher avanzara con los ajustes estructurales en la economía del Reino Unido, unos ajustes que devastaron a la clase trabajadora y produjeron una resonante derrota del movimiento sindical en el curso de huelgas duramente peleadas y conflictos industriales en la primera mitad de los años ochenta.

Aun así, lo que hoy sabemos –gracias a la reciente publicación de documentos oficiales– es que la imagen de fuerte determinación de reafirmar por la fuerza el derecho a la soberanía británica respecto de las islas en realidad ocultaba la voluntad de buscar una solución diplomática con los argentinos antes de iniciar una respuesta militar.

En 1982, argumentar contra la soberanía británica en las Malvinas era más difícil. Por entonces, Argentina estaba gobernada por una brutal Junta Militar que había sofocado despiadadamente cualquier disenso dentro del país. Sin embargo, después de más de tres décadas, la situación es muy diferente. Argentina es una democracia que ha venido reclamando incansablemente su soberanía por la vía diplomática. Se trata de un reclamo apoyado por sus vecinos de América latina, junto con la gran mayoría de los estados que integran Naciones Unidas.

De todos modos, el actual gobierno británico se niega a negociar, amparándose en los derechos democráticos de los 3.000 ciudadanos británicos que en estos momentos las habitan. Debería recordarse que según un censo realizado en 2006 en las islas Malvinas solo un tercio de los residentes habían nacido allí. También debería recordarse que los mismos derechos invocados no han sido concedidos a los habitantes de otra remota colonia británica: la isla Diego García, en el océano Índico. Los isleños en cuestión –los chagosianos– fueron repatriados por la fuerza a Mauricio, a 1.000 millas de su hogar, para dejar sitio a una base aérea de Estados Unidos a mitad de los sesenta. Un tiempo después, los isleños y sus familiares a cargo contendieron y consiguieron en 2000 un histórico fallo del Tribunal Supremo que declaró ilegal su expulsión.

Sin embargo, el por entonces gobierno Blair respondió inmediatamente rechazando cualquier posibilidad de que se les permitiera regresar a la isla basándose en el tratado que Gran Bretaña había firmado con Estados Unidos, un tratado que cedía las islas para ser utilizada como base aérea militar. Por supuesto, que los habitantes de Diego García tengan piel oscura mientras que los 3.000 colonos de las Malvinas son de piel blanca y hablan inglés es absolutamente irrelevante.

La verdad es que la autodeterminación de las Malvinas se utiliza como una cortina de humo. La cuestión real es la existencia de yacimientos marinos de petróleo y gas en aguas cercanas a las islas donde algunas empresas petrolíferas inglesas empezaron a perforar en 2011. En 1995, Gran Bretaña y Argentina firmaron una declaración conjunta para cooperar en la exploración petrolífera en alta mar en el Atlántico Sur. Pero en 2007, Argentina invalidó la declaración porque Gran Bretaña se negó a verla como un paso en la dirección de negociaciones significativas sobre la soberanía.

Cualquier gobierno británico debe ser consciente de que, si persiste en su obstinada e intransigente posición de rechazo a todo cambio del statu quo, se arriesga a precipitar un embargo comercial por parte de América del Sur. Este es un continente que ha surgido de cientos de años de dominación europea u estadounidense y, por consiguiente, está resuelto a hacer valer sus derechos. Vista desde esta perspectiva, la capacidad de 3.000 personas que viven en un pequeño archipiélago en el Atlántico Sur de imponer la política exterior de una nación de 65 millones de habitantes a más de 8.000 millas marinas de las islas –hasta, e incluso, la guerra– es absolutamente absurda.

Las islas Malvinas son una de las últimas reliquias del colonialismo inglés. Son un recuerdo vivo de la piratería económica que es la verdadera historia de un imperio que se yergue como un monumento al sufrimiento y la superexplotación de los seres humanos. Como tal, cuanto antes se dé cierre a esta historia de un pequeño grupo de islas en el Atlántico Sur, tanto mejor. En relación con los 3.000 habitantes de las islas, si este patético grupo de personas continúa con su obstinado rechazo de cualquier negociación con Argentina sobre soberanía compartida o cambio del statu quo, eligiendo en cambio abrazar el dudoso privilegio de envolverse con la bandera del Reino Unido, dejemos que lo hagan en la propia Gran Bretaña. Dejemos que prueben los bancos de comida, el Servicio Nacional de Salud en plena desintegración, los menguantes servicios públicos, los empleos de bajo salario y la falta de vivienda a precios asequibles con los que tenemos que lidiar los demás. Veamos si entonces la ciudadanía británica tan querida mantiene su atractivo.



Notas:

* En castellano en el original. (N. del T.)

** Malvinas es el nombre en castellano de las islas. Sobre la historia de los distintos nombres de la islas la Enciclopedia Encarta dice más o menos así: “En 1690, el capitán inglés John Strong navegó por el estrecho que separa las Malvinas y lo llamó estrecho de Falkland por Lucius Cary, segundo vizconde de Falkland, de donde procede el nombre inglés de las islas. En 1764, unos colonos franceses provenientes de Saint-Malo (de ahí el nombre de Malvinas o Malouinas) se establecieron en la isla más oriental, Soledad; al año siguiente lo hicieron los británicos en la Gran Malvina. En 1770, España compró la parte francesa y, en 1774, expulsó a los británicos debido al Tratado de Tordesillas. En 1816, Argentina se declaró independiente y acabó con el dominio español, y en 1820 reclamó la soberanía de las islas. Pero, en 1833, Gran Bretaña retomó el control de las islas, que desde 1892 adquirieron el estatuto de colonia; Argentina continuó reivindicando su soberanía”. (N. del T.)


[1]John Wight es autor de unas memorias políticamente incorrectas e irreverentes: Dreams That Die, publicadas por Zero Books. Ha escrito también cinco novelas que están disponibles como Kindle eBooks.

Traducción: Carlos Riba García (Rebelión)